Ya ha entrado
en la imprenta la última novela de la trilogía sobre el marino santoñés: El
Mapa perdido de Juan de la Cosa.
La primera fue
El
cartógrafo de la reina, que abarca
los momentos previos al Descubrimiento —con descripción de las intrigas
palaciegas que culminaron en el primer viaje de Colón—, las incidencias de
aquel extraordinario periplo y, dando un salto en el tiempo, la muerte del Cartógrafo
en la selva de Turbaco.
La segunda novela
Las
rutas del norte, trató sobre
la infancia y juventud del protagonista en su tierra natal. El
mapa perdido de Juan de la Cosa versa sobre lo que sucedió entre
aquel grandioso primer viaje y la muerte del marino.
Reconozco que estas
idas y venidas por el tiempo no son frecuentes en la literatura histórica,
aunque hay antecedentes en obras tan grandes como Juliano el Apóstata de Gore
Vidal. A quienes se sorprendan les diré que no se apuren, que la obra se
entiende con claridad y que nadie se pierde, pues no se escribe para
intelectuales. Lo que sucede es que para los cuentacuentos, entre los que me
incluyo, para los narradores naturales, lo normal es ir y venir por el tiempo y el espacio, ¿quién no ha escuchado
a un abuelo contando historias a la luz de la lumbre?
En mi defensa
diré, también, que he escrito en el orden que la pasión narrativa, ese motus animi continuus, me ha dictado.
Cuando encontré a este personaje tirado en los meandros de la Historia, me
quedé impresionado por sus hazañas; descubrí que había llevado una vida oculta
de, digamos, espía de la corona en todos
los viajes que realizó, lo cual le daba un realce y una personalidad literaria
desmesurada. Tal fue el cúmulo de aventuras que, con él como protagonista, tuve
entre las manos, que me vi obligado a hacer una selección para enfrentarme a la
primera novela. Me decidí entonces por las intrigas cortesanas y por la ruta
del Descubrimiento. Mas no podía resignarme —sobre todo porque pensaba que
aquella sería la única novela que saldría de mi pluma sobre el protagonista—, a
no contar la impresionante historia de su muerte.
He de confesar
que la primera novela, El cartógrafo de la reina, era mucho
más voluminosa, pues incluía la infancia y juventud del marino. Sin embargo,
pensé y creo que con acierto, que los datos ficticios de unos prolegómenos
vitales tan poco historiados podrían ser perjudiciales para la comprensión de
los hechos que quería reseñar: las conspiraciones previas, el viaje del
descubrimiento y la muerte del Cartógrafo. Ya estaba escrito y ensamblado todo
pero, en el último momento funcionó la racionalidad y metí a fondo el bisturí,
con lo que practiqué una textotomía y quité de un plumazo un tercio de la obra.
¿Qué podía
hacer, sin embargo, con tanto material?, pues bien adobado y mejor documentado,
construir con ello otra novela, y así salieron Las Rutas del Norte.
Claro que escribir sobre el joven Juan de la Cosa no resultaba tarea fácil, pues
lo único que de él se sabía era el origen de su patria: Santoña. En
consecuencia, utilicé la filosofía que ha de imperar en cualquier novela
histórica que se precie: mientras la historia nos marque una pauta, seguir su
costa pero, allá donde no llegue la cartografía histórica en los océanos
abiertos de lo que no está escrito, el novelista ha de guiarse por las estrellas
y por estima, es decir, seguir las líneas generales de la historia, pero no
dejar por falta de datos de novelar. A ello me apliqué, no sé si con acierto o
sin él, pero consideré que en la época en la que vino al mundo el marino
santoñés, su patria estaba atenazada por las luchas entre los miembros de La
Verde frente a los de La Cosa, dentro del marco de la guerra de las banderías.
Era evidente que aquello suponía un importante elemento para construir el
argumento y trama de la novela. Además, sostuve la teoría de que el
conocimiento de los mares del norte había llevado a la marinería vasca y
cántabra hasta los caladeros de Terranova, para lo que me basé en una notable
documentación. Ya tenía los dos elementos fundamentales de la historia, luego
sólo me restaba completar la ficción con ellos. En las Rutas del Norte se habla
de luchas fratricidas, de viajes por las aguas impenetrables de los hielos, de
la dura labor de aprendizaje del Cartógrafo bajo la dirección de Pere Furnet,
judío heredero del saber de los Cresques.
Pero, entre
los albores de la vida de Juan de la Cosa y su primer viaje con Colón, hasta su
muerte en Turbaco, sucedieron grandes acontecimientos, quizá los más
importantes de la vida del navegante y, sin duda, los más documentados. Tenía
la mesa de trabajo repleta de materiales de gran interés, estudios previos,
fuentes antiguas y modernas, apuntes y materiales variados, farrapeiras que
diría don Gonzalo Torrente Ballester, que no se resignaban al archivo, gritaban
desde el fondo de la historia y me requerían una mayor dedicación. ¡Cómo
tirarlo todo por la borda! La personalidad arrolladora de Juan de la Cosa me
obligaba a seguir escribiendo sobre él. Llegó, así, la tercera novela que
pronto hallarán en las librerías.
Me decidí a continuar con la ficción, aunque
esta vez más ajustado a las fuentes históricas que en este caso eran prolijas y
minuciosas. Seleccioné, pues, tres hechos históricos y de mi pluma salieron
tres tramas y otras tantas novelas que he agrupado con el nombre de El
mapa perdido de Juan de la Cosa, que se corresponde con el de la
primera de ellas. Son las otras dos: El dado de marfil y La Galera
de Zamba.
En El
mapa perdido se narra el segundo viaje de Juan de la Cosa,
que coincidió también con el segundo de Colón, el más largo de los colombinos.
En ella Lope de Haro nos cuenta de propia voz, no al dictado como en las
anteriores novelas, las incidencias de aquel extraordinario viaje: el
descubrimiento del desastre de la Navidad, la circunnavegación de Cuba y la
expedición del santoñés a la Tierra Firme, para lo que me basé en las tesis de
Juan del Manzano y en la hipótesis nada improbable de que hubiera ido nuestro
protagonista al frente de dicha expedición. El mapa levantado de aquellas
tierras ignotas, fue usurpado por Colón y remitido, firmado de su puño y letra
a la corte. Juan de la Cosa lo recuperó de manos del obispo Fonseca, el factótum
de los viajes ultramarinos, y le sirvió de guía para realizar su tercer viaje
de descubrimiento, esta vez recalando directamente en la costa de la actual
Venezuela, la que llamaban Tierra Firme.
Por supuesto,
siguiendo el estilo de las novelas anteriores, no me he limitado a describir
las maravillas de aquellas tierras, todas bien documentadas en las crónicas
pese a su naturaleza extraordinaria, sino que he introducido una minuciosa
trama novelística, porque nada hay más alejado de mi intención literaria que el
escribir historia novelada. En el equilibrio difícil entre novela e historia,
el novelista ha de escorar hacia lo que realmente diferencia su labor: la
novela, el armazón literario, la trama; el argumento nos lo da la historia,
nosotros tenemos que construir algo más que una mera relación de hechos, hemos
de crear arte, literatura.
Como
curiosidad diré que en esta novela la primera palabra es Laredo, pues allí se desarrolla el marco narrativo, cuando Juan de
la Cosa acude a la reina, quien está a punto de despedir a la infanta Juana
para Flandes, para reclamarle indemnizaciones y pedir instrucciones para los
nuevos viajes. Introduzco en ella la visión femenina del Descubrimiento, en
boca de dos mujeres clave dentro de la trama: la reina Isabel y Juana del
Corral, esposa de Juan de la Cosa.
En El
dado de marfil ilustro el viaje de Juan de la Cosa al reino de
Portugal en condición de espía de la reina, con la finalidad de entrevistarse
con Amérigo Vespuccio y ver hasta dónde había llegado en su viaje al sur, bajo
las banderas del reino vecino y, sobre todo, por dónde marchó, si por aguas portuguesas
o castellanas. Pero al tiempo desarrollo una trama en la que implico a un
personaje histórico que fue secundario en las dos primeras novelas: Pedro Jado,
que vuelve rico a Argoños con escudo de armas concedido por el rey de Portugal,
y cuenta la historia de aquellos hechos a Lope de Haro, fraile ya en el cenobio
de Monte Hano. Un elemento importante de esta novela es la gastronomía, pues
los protagonistas del marco de presente son expertos cocineros, Jado y Lope.
Esto viene a cuento de que, habiendo estado yo tan relacionado con las
cofradías gastronómicas, y tras llevar durante dos años una columna sobre
literatura y gastronomía en un diario local, no podía menos de procurar que los
lectores vieran y olieran los guisos medievales, y escuchasen el tintineo de
las ollas de aquellos ricoshombres.
Por último, Galera de Zamba, es una novela
en la que se narra el primer viaje, y único, que Juan de la Cosa realizó sólo,
como capitán general de la armada, con capitulaciones a su nombre, no como
segundón con encargos de vigilancia. En Galera, ensenada del norte de la actual
Colombia se produjeron escenas de canibalismo, en las que, pese a lo que pudiera
pensarse fueron los castellanos los que se comían a los indios, según la
autorizada pluma de Gonzalo Fernández de Oviedo. Además se descubrió la broma,
ese molusco que anidaba en los cascos de los barcos españoles y que los hundía
de repente. Son tan espectaculares las aventuras que se sucedieron en este
viaje, y también en las otras dos novelas de esta última entrega, que parecen
inventadas mas, como digo, son todas sacadas de las crónicas de la época pues el
rigor histórico ha sido una de las más importantes directrices que me he
marcado para la confección de la obra. El narrador es Lope de Haro, ya recluido
en el monasterio de Monte Hano y dedicado a glosar la vida de su maestro,
patrón y amigo. Al final de la misma el narrador, convertido también en
personaje de la trama de presente, termina muriendo pluma en ristre, como el
soldado que no abandona su fusil y deja su vida abrazado al arma.
La técnica
narrativa empleada se basa en el marco narrativo actual, es decir que se
desarrollan dos tramas paralelas, una narrada en presente y en tercera persona,
y otra en pasado. Las dos líneas terminan
trenzándose y coincidiendo en el desenlace. De esta forma se evita la tediosa
linealidad y se logra un discurso narrativo más natural. También son frecuentes
los monólogos, las descripciones aliteradas y los diálogos sermocinados. Se ha
buscado, mediante estos recursos, proporcionar al relato todos los medios
técnicos de la narrativa de vanguardia, con la finalidad de dignificar la
novela histórica, tan puesta en entredicho en nuestros días, acusada de ser un
subproducto malo de la novela. Hemos querido demostrar que se puede hacer un
trabajo rico, desde el punto de vista técnico y, al tiempo, asequible para el
lector medio que disfrutará más de la historia, aunque no llegue a captar el
porqué del placer estético que experimenta con la lectura.
Finalmente,
entre las tres novelas del último tomo, y a guisa de cemento argumental, he
introducido ciertas narraciones muy cortas, informes remitidos por Juan de la
Cosa a la reina, cartas y manuscritos hallados, documentos todos que pretenden,
como digo, crear una sensación de continuidad entre los tres relatos que, en
realidad, son independientes.
Espero haber
acertado. Ahora los lectores tienen la palabra.