He sostenido desde hace tiempo (cuantos
han leído mis críticas lo podrán ratificar) que el más importante valor
estético de una novela radica en el manejo del arte, de manera que el lector
sea absorbido por lo que se le cuenta, y pase a vivir en un mundo ficticio que
trascienda su cotidianeidad. ¿Se produce este rapto en “Pax Romana”?