Querida Toti:
en tu última visita a Santander, tras el acto de presentación de “Mareas” en
nuestra librería, manifestaste, quizá ya no te acuerdes, cierta resignada
alarma por el hecho incontestable de la piratería.
Te
sorprendías de que tus libros estuviesen circulando en internet al poco de su
edición. Hay escritores, salí al paso, que serían felices si
se les birlase la obra de igual guisa. El tema daba para mucho y quedamos
emplazados para tratarlo más adelante. Por eso te escribo esta carta, para exponer
mi punto de vista al respecto.
En
efecto, debemos partir de un hecho incontestable: eres, junto con Reverte y
nuestro amigo José Luis Corral, la que llevas la palma en el dudoso honor de
ser pirateada. Lo sé de buena tinta, pues tengo amigos que patrullan con
frecuencia entre Tortuga, Barbados y las Islas de Barlovento.
Sentado
lo anterior, hemos de preguntarnos el porqué de tal fenómeno. La respuesta es obvia: porque
eres buena, porque gusta tu obra, porque se leen con agrado las novelas que
fabricas a fuego lento en la casita de Larrabetzu.
Pero,
amiga, no todos los que bajan tus obras las leen, sino que muchos las coleccionan por
coleccionar y, por supuesto, de no haberlas podido descargar, no las habrían
comprado; por lo tanto, ni pierdes ni ganas por tal picardía.
Creo
que, aquel día, hablamos sobre la existencia del llamado “síndrome de
Diógenes”, pues muchos coleccionistas recogen todo lo que encuentran en
internet, bueno o malo, forman colecciones de cientos de miles de libros que, a
su vez, pasan íntegras a otros amigos. Traperos hay que poseen colecciones con cifras
astronómicas de obras literarias, verdaderas Bibliotecas de Alejandría domésticas.
Esta
inocente labor ni quita ni pone a tus ingresos y a los de la editorial. Sé, por
ejemplo, que algunos de esos piratas, amigos míos que recibieron las últimas
diez mil novelas en FB2, regaladas por otros bucaneros, ni sabían de tu
existencia, pero les llamó la atención un nombre entre cercano y señorial, el
título de tus obras, los dibujos… y me dijeron, aunque no es bueno creer en palabras de piratas, que tenían intención de leer todas tus novelas.
Muchos
magníficos autores son conocidos a través de estas colecciones filibusteras,
las nuevas bibliotecas abiertas del siglo veintiuno.
Otra cosa es, sin embargo, está la presencia de esa maquinita infernal llamada
lector digital. Es frecuente que el nuevo usuario vea el cielo abierto con el artilugio y que,
de una sentada, baje toda la obra de Toti y hasta que lea dos o tres de sus novelas. Ese lector enfebrecido por la novedad seguro que no
las habría comprado tampoco en papel, mas no te habría conocido. A cambio
de la satisfacción que le produce la lectura de una buena obra por el morro, ha
sabido, por lo menos, de tu existencia y, me atrevo a asegurar, terminará
comprando tus libros, los nuevos que saques como mínimo.
¿Qué
cuál es la misteriosa razón de mi optimismo? El saber muy bien que los lectores electrónicos
se estropean. Lo que oyes; cuestan un pastón y terminan mal: que si les falla
la batería, que si tienen un golpecito, que si no son tan rápidas las búsquedas
como al principio, que si duplican las líneas. Claro, están programados para
que el personal los recambie cada uno o dos años.
Y
es entonces, cuando el artilugio hace aguas, llega el viejo
Gúttemberg para recuperar terreno.
Gentes
hay que, tras la frustración de ver la ruina de la maquinita que creían la
salvación de su vida, compran un nuevo aparato más moderno, pero muchos
usuarios se dan de baja de la novedad y retornan a los viejos
hábitos de la lectura reposada, con la que su dedo gordo puede hojear en cascada, de
nuevo, el libro y volver al detallado mapa de casitas con perspectiva que la
escritora vasca ofrece en la primera página y, si les apuran, marcarla con un
inocente doblete en la esquina superior.
Es
decir, Toti, que existe una curva de rendimiento de los libros electrónicos,
ascendente en un principio, que se mantiene por un tiempo y que termina por
caer en picado.
¿Sabes
lo que sería necesario para que tales artilugios fuesen rentables siempre y que
sus ventas crecieran sin cesar?: que se leyese mucho.
Si
por un milagro pentecostiano, de esos que imprimen carácter, apareciesen
lenguas de fuego sobre las cabezas de cuantos ciudadanos saben el abc, y adquiriesen
estos ciencia infusa y el ansia por leer, mil mendigos del saber rebuscarían
por entre la basura de la tecnología moderna y se echarían al caletre cuanto
mega o byte hallasen susceptible de contener letra, como hacía Cide Hamete
Benengeli cuando buscaba entre los tintoreros la continuación del Quijote. Sólo
en tal caso, inimaginable para el mismísimo Asimov, los libros digitales serían
un peligro para la industria.
Además,
¿qué me dices del elevado precio de los libros electrónicos?, ¿quién va a
comprar una obra en chip si sale casi
tan costosa como en papel? No hay peligro por esa parte, pues las grandes
editoriales españolas no bajarán el precio de los ebooks, para no hacer
competencia a su propia industria tradicional.
¿Por
qué las grandes editoriales sólo protestan contra la piratería con la boca
chica?; porque no les viene mal su existencia.
No
sé, en fin, si te he convencido Toti o, al menos, tranquilizado. ¿Que te
piratean? No pasa nada, incluso venderás más aún. ¿Además, cómo representar en
chip la textura de tus libros infantiles, de tus NUR, su portada que llama a
los dedos del niño como la arena de la playa, los dibujos que derraman luz?
San
Gútemberg se estará partiendo el pecho desde su taller, allá entre las nubes, al ver cómo nos
preocupamos los escritores españoles por que nos pirateen o nos dejen de piratear.
¡Ay,
amiga! Ya quisiera yo decir que los bucaneros dan a mi obra una milésima parte
del trato que conceden a la tuya.
Sé
que este asunto no te quita el sueño, pues eres escritora de casta, mas ahí
queda lo dicho, en carta abierta a todos los cibernautas por si a alguno le
hiciese bien esta aspirina de optimismo.
Un abrazo y hasta pronto.
Mi muy querido Javier,
ResponderEliminar¡Me encanta cómo escribes, tu dominio de la lengua, tu sutil ironía!
Trankil motel, como decimos por aquí, que los bucaneros vendrán a por ti en cualquier momento. Son insaciables, Diógenes puros, que no se cansan de surcar los mares internautas a la búsqueda de galeones que esquilmar, merezca la pena o no el botín obtenido.
En una charla sobre el tema uno de ellos blandió su e-book, i-pad, o como quiera que se llamara el aparatejo, y se vanaglorió de haber pirateado no menos de 4.000 títulos. Se me ocurrió preguntarle si pensaba leérselos todos, y me miró como quien mira pasar el tren. Luego se soltó la típica frase, “la cultura es un derecho del pueblo”. Imagino que al carnicero le dirá que comer también es un derecho, y no le pagará los filetes.
Y en efecto, en lo que a mí respecta, este asunto no me quita el sueño en absoluto, todo lo más me da para un intercambio de opiniones con los amigos. Sin embargo, pienso en los escritores que intentan hacer de la escritura un oficio, en los músicos y compositores, en los cineastas y actores, y en todas esas miles de personas anónimas que trabajan en el mundo de la cultura, muchas de las cuales han ido ya a engrosar las listas del paro.
Existe un incontable número de títulos de descarga gratuita en todas las bibliotecas nacionales del mundo, pero, claro, esa literatura no interesa a los piratas. ¿Leer a los clásicos, a los autores del XIX, a los de la generación del 27? ¡Por favor, que somos modernos!
Personalmente, quizás debido a mi edad, no encuentro goce alguno en leer en un libro digital. Es frío, y a mí me gusta pasar las páginas, volver atrás y releer, aunque entiendo que es un aparato útil a la hora de viajar, ir en el metro o trabajar sobre un texto. De todos modos, a mi abuela nunca le gustó la televisión, prefería la radio, y ya ves que se ha convertido en un electrodoméstico esencial. Puede que en un futuro los libros de papel se miren como nosotros miramos las piezas de museo, con curiosidad, pero, como bien dices, por ahora no hay peligro, creo.
Un abrazo, y ¡nos vemos en Más Atierra!
Toti