domingo, 30 de mayo de 2010

Cancelación de hipoteca (por Fulgencio Vara)


Si han leído ustedes, en esta misma sección, El inspector de servicios, de Javier Tazón, sin duda sabrán quién es don Fulgencio Vara. Lo que quizá ignoren es la pasión literaria de don Fulgencio, que nos ha sorprendido a todos con una colaboración para nuestro Callejón del Gato. Como no queremos desairar al señor inspector, les ofrecemos, a continuación, su espeluznante y tragicómico relato, titulado "CANCELACIÓN DE HIPOTECA".

Editorial Kattigara: www.kattigara.com

El caldo de Baco retorna a Cantabria

Casi diez años hace ya de mis primeras conversaciones con Fernando Renovales, el padre del vino en Cantabria. Fue a principios de este prometedor siglo y milenio cuando en nuestra tierra ciertos alocados trataron de recuperar productos que otrora fueran importantes e incluso distintivos de nuestra idiosincrasia; me estoy refiriendo a la sidra y al vino.








El lenguaje del mono

¿No escuchas tu pensamiento, James? ¿Cómo es? ¿Líquido? ¿Cómo pudiste escribir el Ulises?¿Cómo lograste venderlo como fidedigna aproximación al flujo de conciencia?

La caldeirada de cabra y la inspiración de don Quijote.


A mí no me gusta la carne “o caldeiro”, vaya esto por delante. Quizás sea porque he tenido mala suerte cuando pasé por lo más profundo de la bella Galicia. 

Me pareció un guiso deslavazado, en el que la carne no adquiría el suficiente sabor y la salsa tampoco se veía enriquecida por el juguillo de aquella. Bien pudo ser porque mi paladar se volvió loco con tan excelente pulpo a feira, tan ricamente aderezado, tan sabroso, tan tierno. ¡Vaya usted a saber!, ¡cosas del gusto! Lo cierto es que siempre que me llega a la mesa ese plato, para mí insulso, me acuerdo de la escena de don Quijote y los Cabreros.

¿Comía gato don Quijote?

Don Quijote era un hidalgo «de solar». Esto significaba mucho más que serlo notorio o de ejecutoria, pues estos últimos compraban la hidalguía mandando que los letrados les fabricasen una probanza judicial difícil y cara.

El bar La Pirula, Peña Herbosa: una isla en el océano.

                Todo el centro de Santander estaba plagado de pijotascas que proliferaban como setas. En ellas podía el visitante hallar lo más granado de nuestros señoritingos, lechuguinos y pisaverdes, así como a las más delicadas muñequitas de porcelana luciendo sus últimos modelos y echando las manitas hacia atrás y pronunciando sus consabidos “oseas” y “fijatés”.

La micro-hostelería. El bar de Remigio (La Albericia)

    El Bar de Remigio está en La Albericia, uno de los barrios más típicos de Santander, pese a que se halla en los extrarradios de la ciudad.

Lagares de Ribera de Duero (El silencio sagrado donde madura la belleza)


«Al final de la celebración, con los estómagos ahítos y los cerebros embotados, se apaga la luz de las bodegas.

Marmite versus marmitaco.

«Surca la mar la lancha bonitera y, escondido el anzuelo en la panoja, el acerado pez que a ella se arroja víctima cae de su codicia fiera.

Santander olía a rabas.

«Santander olía a rabas.» Eso me dijo un viejo de Puerto Chico mientras pintaba su bote en la rampa.