jueves, 12 de enero de 2012

Destrucción de los medios de producción. ¡Maldita crisis!


Lo bueno que tiene este barrizal económico en el que estamos empantanados es que no hay, en apariencia, violencia; me refiero a la violencia gorda, a las guerras,  revoluciones y papeletas de ese calibre… al menos, de momento. Pero, permítanme servirles de cicerone por la Historia reciente de la Humanidad. Les recomiendo que se pongan algo encima, un chal, una chaquetilla, una bufanda, pues en el pasado la temperatura era en enero algo menor que ahora. ¿Están listos? ¡Empecemos, pues!
¿Todos agarrados? ¡Bien! ¡Miren, miren, miren…!

Ese que ven allí abajo, en aquella casa de vecindad; sí, el que escribe en la mesa camilla, apretado contra la estufa de carbón, es alguien muy conocido por todos ustedes. Fíjense sin temor porque  ellos no pueden vernos aunque se asomen a la ventana, esto es algo parecido al Cuento de Navidad; además, en Londres hay mucha niebla en este siglo diecinueve, pasado su ecuador.
Seguro que ya saben de quién se trata; sus barbas son inequívocas, y esa frente y la cabellera leonina. En efecto, han acertado, es Carlos, el sexto de los Marx, aunque no tan famoso como Chico, Harpo, Groucho, Gummo y Zeppo, claro. El otro que aparece a su lado, con barba más civilizada y cara de estreñido es Federico Engels, su socio de romanticismo, y todos esos libros que cuelgan de la estantería rezan sobre economía y los papelotes que vemos regados por la mesa y el suelo parecen estadísticas de crecimiento. Observen que está comentando con su amigo una de ellas.
Hablan del crecimiento imparable de la economía inglesa, impulsada por el carbón y las colonias. ¡Agucen el oído! ¿qué dicen? «Querido Federico, este crecimiento del sistema es ficticio», le acaba de comentar el barbudo al chupado. «La plusvalía acumulada en manos de unos pocos, a costa del sudor de los trabajadores, generará más plusvalía que, a su vez, servirá para inflar los bolsones de los especuladores parásitos, los bancos del mundo. Esta casta dirigente y rica tendrá que gastar su dinero en algo y, para ello, harán viajes, comerán manjares exóticos, se comprarán inmuebles, tendrán que fabricar bienes de consumo y bienes de producción para fabricar los de consumo, que primero serán muy caros, pero luego devendrán más accesibles para las grandes masas, se generará más riqueza, nueva inversión, más plusvalía…» «Bueno, Carlos, no desarrolles más el tema», le corta Engels al más puro estilo de los Monty Python, «Ya he comprendido que los medios de producción serán cada vez más y mejores, que el producto interior bruto de las economías crecerá, lo que te he preguntado es hasta cuándo, ¿de forma indefinida? ¿El Día del Juicio seguiremos creciendo?» «Amigo Federico, tu pregunta es ociosa, ya sabes que no es posible tal infinitud porque el sistema capitalista llegará en poco tiempo al nivel X-1».
Engels ha puesto cara de bobo, fijaos; no está entendiendo nada. «Verás, querido», dice pedagógico y paciente el león de la economía moderna, «el nivel X-1 es el punto de inflexión a partir del cual el sistema capitalista vuelve hacia atrás. ¿Lo entiendes?». «Pues no». «La destrucción ritual de los medios productivos, ahí está la clave de todo; ¿se entiende ahora?» «Hombre, no sé…» «Comprendo que te parezca raro, Federico, eres un empresario, aunque un tanto rarito al apoyarme a mí», responde Marx y toma una copa de calvados, esa bebida de la que no deja de chumar, la que le ha marcado, gota a gota, esos chorretones amarillentos de la barba, según los retratos que del prócer nos han llegado.
Quiere, está claro, hacerse el interesante frente a su amigo, al que lleva a remolque en cuestión teórica. «En realidad, colega, no serás tú, capitalistón, quien destruya tus propios medios de producción para volverlos a crear y seguir ganando libras». Engels se ha perdido por completo. Para aquellos de ustedes menos familiarizados con el humanismo económico, Federico Engels fue el empresario que sostuvo la obra de Marx.
Este le da otro tiento a la botella del licor de manzana. «Serán los elementos de la superestructura capitalista los que decidan: los estados, los políticos y, sobre todo, los militares. Ya sabes Friedrich que todas esas buenas piezas se mueven al dictado de la plusvalía capitalista…» «¿Quieres decir, dilecto amigo, que va a tener lugar una guerra destructora?...» Suena la sirena de un pantalán del Támesis como para contestar al socialista utópico. «¿Que en esa guerra se destruirán todos los medios de producción?» «¡Bingo!», exclama Carlos Marx (creo que el servicio de traducción intertemporal se ha pasado con la expresión; entiendan ustedes que Marx dijo “OK” o “ahí le duele”). «¡Pero será tremenda!», insiste asustado el inocente. «Pavorosa». «Sí». «Toda una carnicería». «Eso mismo». «Pero, Carlos, hasta el momento ha habido muchas guerras…» «Esta será diferente, Federico, pues su objetivo no puede ser otro sino el de destruir para que luego se pueda, otra vez, crear desde cero o casi». «¡Es horrible!», exclama Engels y se tapa la cara con las manos.
Llueve en el exterior con intensidad, una gotera hace acto de presencia en la mansarda con su “chac, chac, chac”. Marx la mira con expresión resignada y ni se molesta en poner un plato de peltre debajo, que le cale al vecino que es un polizonte represor de la Comuna parisina. «Y no será la última guerra total, amigo», insiste en martirizar al socio, «cada vez que se llegue a un nivel X-1 de desarrollo productivo, se generará una destrucción masiva de los medios de producción… es así el sistema capitalista».
Marx bebe de golpe la copa de calvados. Federico Engels, que hasta ahora sólo ha probado el agua o como máximo zarzaparrilla, se abalanza sobre la terciada botella de licor.
En fin, señores viajeros del tiempo y el espacio, no ponga esa cara, ¡leñe!, que no siempre va a ser igual. No se dejen llevar por el caústico pesimismo de esos dos fundadores del materialismo histórico que aún no hemos terminado el cuento ¿No escuchan sirenas? ¿No ven ya los reflectores en el cielo de Londres?
Las nubes corren muy deprisa, sale y se pone el sol, sale y se pone. Han pasado sesenta años. ¡Miren hacia allá, en lo alto! ¿Ven lo que es aquello? Sí, han acertado, es un zepelín alemán que va a bombardear Londres. En efecto, esto es la Primera Guerra mundial, que Carlos Marx y Federico Engels predijeron. Por esto y por otras razones, dicen que los tuvieron por chiflados.
En la próxima excursión veremos cómo se recuperó la economía tras la destrucción pavorosa de los medios de producción en la Primera Guerra mundial, cómo creció y creció el sistema capitalista, y explotó en la Segunda Guerra. ¡No se lo pierdan!


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