Lo bueno que
tiene este barrizal económico en el que estamos empantanados es que no hay, en
apariencia, violencia; me refiero a la violencia gorda, a las guerras, revoluciones y papeletas de ese calibre… al
menos, de momento. Pero, permítanme servirles de cicerone por la Historia
reciente de la Humanidad. Les recomiendo que se pongan algo encima, un chal,
una chaquetilla, una bufanda, pues en el pasado la temperatura era en enero
algo menor que ahora. ¿Están listos? ¡Empecemos, pues!
¿Todos
agarrados? ¡Bien! ¡Miren, miren, miren…!
Ese que ven
allí abajo, en aquella casa de vecindad; sí, el que escribe en la mesa camilla,
apretado contra la estufa de carbón, es alguien muy conocido por todos ustedes.
Fíjense sin temor porque ellos no pueden
vernos aunque se asomen a la ventana, esto es algo parecido al Cuento de
Navidad; además, en Londres hay mucha niebla en este siglo diecinueve, pasado su ecuador.
Seguro que ya
saben de quién se trata; sus barbas son inequívocas, y esa frente y la
cabellera leonina. En efecto, han acertado, es Carlos, el sexto de los Marx, aunque
no tan famoso como Chico, Harpo, Groucho, Gummo y Zeppo, claro. El otro que
aparece a su lado, con barba más civilizada y cara de estreñido es Federico
Engels, su socio de romanticismo, y todos esos libros que cuelgan de la
estantería rezan sobre economía y los papelotes que vemos regados por la mesa y
el suelo parecen estadísticas de crecimiento. Observen que está comentando con
su amigo una de ellas.
Hablan del
crecimiento imparable de la economía inglesa, impulsada por el carbón y las
colonias. ¡Agucen el oído! ¿qué dicen? «Querido Federico, este crecimiento del
sistema es ficticio», le acaba de comentar el barbudo al chupado. «La plusvalía
acumulada en manos de unos pocos, a costa del sudor de los trabajadores, generará
más plusvalía que, a su vez, servirá para inflar los bolsones de los
especuladores parásitos, los bancos del mundo. Esta casta dirigente y rica
tendrá que gastar su dinero en algo y, para ello, harán viajes, comerán
manjares exóticos, se comprarán inmuebles, tendrán que fabricar bienes de
consumo y bienes de producción para fabricar los de consumo, que primero serán
muy caros, pero luego devendrán más accesibles para las grandes masas, se
generará más riqueza, nueva inversión, más plusvalía…» «Bueno, Carlos, no
desarrolles más el tema», le corta Engels al más puro estilo de los Monty
Python, «Ya he comprendido que los medios de producción serán cada vez más y
mejores, que el producto interior bruto de las economías crecerá, lo que te he
preguntado es hasta cuándo, ¿de forma indefinida? ¿El Día del Juicio seguiremos
creciendo?» «Amigo Federico, tu pregunta es ociosa, ya sabes que no es posible tal
infinitud porque el sistema capitalista llegará en poco tiempo al nivel X-1».
Engels ha
puesto cara de bobo, fijaos; no está entendiendo nada. «Verás, querido», dice
pedagógico y paciente el león de la economía moderna, «el nivel X-1 es el punto
de inflexión a partir del cual el sistema capitalista vuelve hacia atrás. ¿Lo
entiendes?». «Pues no». «La destrucción ritual de los medios productivos, ahí
está la clave de todo; ¿se entiende ahora?» «Hombre, no sé…» «Comprendo que te
parezca raro, Federico, eres un empresario, aunque un tanto rarito al apoyarme
a mí», responde Marx y toma una copa de calvados, esa bebida de la que no deja
de chumar, la que le ha marcado, gota a gota, esos chorretones amarillentos de la
barba, según los retratos que del prócer nos han llegado.
Quiere, está
claro, hacerse el interesante frente a su amigo, al que lleva a remolque en
cuestión teórica. «En realidad, colega, no serás tú, capitalistón, quien
destruya tus propios medios de producción para volverlos a crear y seguir
ganando libras». Engels se ha perdido por completo. Para aquellos de ustedes
menos familiarizados con el humanismo económico, Federico Engels fue el empresario
que sostuvo la obra de Marx.
Este le da
otro tiento a la botella del licor de manzana. «Serán los elementos de la
superestructura capitalista los que decidan: los estados, los políticos y,
sobre todo, los militares. Ya sabes Friedrich que todas esas buenas piezas se
mueven al dictado de la plusvalía capitalista…» «¿Quieres decir, dilecto amigo,
que va a tener lugar una guerra destructora?...» Suena la sirena de un pantalán
del Támesis como para contestar al socialista utópico. «¿Que en esa guerra se
destruirán todos los medios de producción?» «¡Bingo!», exclama Carlos Marx (creo
que el servicio de traducción intertemporal se ha pasado con la expresión;
entiendan ustedes que Marx dijo “OK” o “ahí le duele”). «¡Pero será tremenda!»,
insiste asustado el inocente. «Pavorosa». «Sí». «Toda una carnicería». «Eso
mismo». «Pero, Carlos, hasta el momento ha habido muchas guerras…» «Esta será
diferente, Federico, pues su objetivo no puede ser otro sino el de destruir
para que luego se pueda, otra vez, crear desde cero o casi». «¡Es horrible!»,
exclama Engels y se tapa la cara con las manos.
Llueve en el
exterior con intensidad, una gotera hace acto de presencia en la mansarda con
su “chac, chac, chac”. Marx la mira con expresión resignada y ni se molesta en
poner un plato de peltre debajo, que le cale al vecino que es un polizonte
represor de la Comuna parisina. «Y no será la última guerra total, amigo»,
insiste en martirizar al socio, «cada vez que se llegue a un nivel X-1 de
desarrollo productivo, se generará una destrucción masiva de los medios de
producción… es así el sistema capitalista».
Marx bebe de
golpe la copa de calvados. Federico Engels, que hasta ahora sólo ha probado el
agua o como máximo zarzaparrilla, se abalanza sobre la terciada botella de
licor.
En fin,
señores viajeros del tiempo y el espacio, no ponga esa cara, ¡leñe!, que no
siempre va a ser igual. No se dejen llevar por el caústico pesimismo de esos
dos fundadores del materialismo histórico que aún no hemos terminado el cuento ¿No
escuchan sirenas? ¿No ven ya los reflectores en el cielo de Londres?
Las nubes corren
muy deprisa, sale y se pone el sol, sale y se pone. Han pasado sesenta años.
¡Miren hacia allá, en lo alto! ¿Ven lo que es aquello? Sí, han acertado, es un
zepelín alemán que va a bombardear Londres. En efecto, esto es la Primera
Guerra mundial, que Carlos Marx y Federico Engels predijeron. Por esto y por
otras razones, dicen que los tuvieron por chiflados.
En la próxima
excursión veremos cómo se recuperó la economía tras la destrucción pavorosa de
los medios de producción en la Primera Guerra mundial, cómo creció y creció el
sistema capitalista, y explotó en la Segunda Guerra. ¡No se lo pierdan!
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