jueves, 31 de mayo de 2012

Crítica a la novela "Un tipo listo", de Xosé Monteagudo




Un tipo listo es una sorprendente novela de Xosé Monteagudo, publicada por Editorial Galaxia en el año 2009, ganadora del premio García Barros. A poco de su nacimiento llegó la obra a mi biblioteca, un libro más, y allí quedó, en una larga cola del estante verde y le fue asignada fecha de lectura para tres años después y eso que, como lector fogoso, hago todo lo posible para reducir las listas de espera. El análisis de una obra señera del maestro Torrente Ballester y la inminencia de un viaje a Galicia, hicieron surgir en algún recóndito lugar de mi mente la necesidad de leer algo en gallego, pues tengo esa rara costumbre, tan poco española, de llegar a una tierra y chapurrear su idioma, aunque sólo sea expresando fórmulas de cortesía; hello, egunon, bon jour, ¿pero en galego?


Rebusqué por los entresijos de tomos y tomos, noveluchas y obras de arte, pues se me había olvidado la presencia del editado por Galaxia hasta que, por casualidad, di con el libro de Xosé. Los tres primeros párrafos me marearon un tanto, pues me veía obligado a caminar despacio por un bosque de palabras de muy diferente grafía, pese a tantas similitudes, pero tras la primera página noté una extraña tracción, como si el libro me agarrase y, de buenas a primeras, me vi dentro de sus páginas. Acababa de ser absorbido, era cosa de meigas, un libro embrujado. Y, por más que lo intenté, que como crítico y como escritor soy analítico y puntilloso y me gusta ver las cosas desde cierta distancia, no pude salir y decidí entregarme a su lectura sin reservas. ¡Gran acierto!
En sus páginas conocí a Darío Cortizo, el narrador en primera persona, hombre tranquilo que se vio envuelto en una trama de desfalcos bancarios protagonizada por su padre Manolo, quien aparece en la obra como gran ausente, pues la primera escena trata del descubrimiento de su cadáver por el hijo. También conocí a Ricardo, el hermano del narrador, antihéroe, personaje de intereses materialistas, malcriado, oportunista, aunque diferente a su padre en el fondo, pues este, al menos disfrutó del afecto sincero de una despampanante brasileña, Mireia. La obra nos presenta dos categorías de personas: aquella integrada por los que sólo actúan por razón de beneficio y la de los románticos, a los que Ricardo llama la de los “rematadamente tontos”. El protagonista pertenece a esta última, como la mayor parte de la población, legión de fracasados, como yo mismo, lo que me identificó con Darío y me obligó a seguir la lectura con varios sentidos más de los cinco reglamentarios.

Pero, además, la trama bancaria, urbanística y el desarrollo judicial del proceso está narrado con gran maestría; se nota un esforzado trabajo de documentación. Lo digo con conocimiento de causa, en tanto que abogado urbanista. Esto no quiere decir que se trate de una obra inteligible sólo por especialistas; al contrario, el escalonamiento de los datos y su tratamiento divulgativo hace comprensible el conocimiento de la trama a cualquier lector. De hecho, en los agradecimientos hace referencia a su fuente de inspiración: el caso de Pepe el del Pastor; curioso asunto este, pues en Cantabria hemos tenido un caso idéntico, casi homónimo, el de Pepe el del Popular, que causó también sensación a nivel nacional. ¿Cómo podría escaparme de aquellas páginas?, porque, por añadidura, en ellas se encuentra uno con algo más, tan inusual hoy en día en el mundo literario: el oficio. Xosé Monteagudo domina el lenguaje pues, pese a las diferencias idiomáticas, que, como digo se superan a la segunda página, se nota un meticuloso trabajo de relojería, una revisión profunda del escrito que carece de repeticiones, homofonías, impropiedades; en otras palabras, que maneja el léxico con soltura y lo hace adecuado a la idiosincrasia de los personajes.

Mas, el oficio no se muestra sólo en el cuerpo a cuerpo con la palabra, con la frase perfecta, con el ritmo y la musicalidad, sino también con el manejo del tiempo narrativo. Aquí, quizá, radique el gran valor de la novela. Xosé Monteagudo es el dueño indiscutible del tiempo novelístico, va y viene por él como el señor de la casa, en un magistral juego de remembranzas que logran el impulso de la obra. Porque, ¡ojo!, el tiempo medio de una novela, esa meseta narrativa que suele hallarse a la mitad de cualquier obra, donde la mayor parte de los autores se estanca, se hacen plúmbeos y corren el riesgo de que su obra sea arrojada al fuego, en Un tipo listo ni se aprecia. Esta virtud se debe al manejo de la información que vierte el narrador, a cuenta gotas, en el saco de datos que lleva consigo el lector, gracias a avances y retrocesos en el tiempo. Por otra parte, la obra tiene de todo: la trama central de tipo económico y judicial, problemas conyugales, análisis de caracteres, retazos de represión tras la guerra, un leve toque de sexo más insinuado que otra cosa; es decir, que se cumple la máxima cervantina, según la cual, un libro, para que sea bueno, ha de tener de todo un poco.

En fin, para terminar, Un tipo listo, de Xosé Monteagudo, ha pasado, en mi biblioteca, a acomodarse en la estantería roja, donde guardo las obras que me han impresionado. Y, por conexión, lo colocaré en el hueco de la derecha, junto a las novelas de los autores gallegos que escriben en castellano, a los que tanto debo. Sé de alguno que se acercará a revisar mis gustos y me preguntará qué demonios hace Monteagudo con ellos, siendo tan diferente el estilo, el tema y la forma. Y yo le contestaré, tras pensarlo un poco, pues en el fondo el crítico tendrá razón, que haber, algo hay de similitud entre todos ellos: la sensación que producen en el lector, criterio de catalogación poco al uso pero muy práctico. No entiendo, me dirá el metomentodo. Es muy sutil, le contestaré, ¿cómo decirlo? ¡Ya sé!, los escritores gallegos son cachazudos, tranquilotes, auténticos narradores naturales, abuelos que van y vienen del pasado al presente y que emboban al auditorio mientras narran al calor de la lumbre y te aseguro, amigo, que el diseño y ejecución de la trama con tales materiales narrativos sólo lo logran escritores de casta, como es el caso de Xosé Monteagudo.

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