No se encuentra ningún estudio en internet sobre esta obra, sino meras reseñas tangenciales, lo que no deja de sorprender, habida cuenta de la importancia que todos le reconocen. Además, carece de prólogo del autor, a los que tan aficionado era el maestro, subgénero literario, como él lo llamaba, del que nos dejó páginas memorables, como en “La isla de los jacintos cortados”, “La rosa de los vientos” o “Fragmentos de apocalipsis”; en tales proemios, aparte de regodearse el escritor en una traca final de su desbordante imaginación, nos ofrecía datos de extraordinaria importancia para conocer la intrahistoria de la novela. Esta falta de referencias del autor (lo que no quiere decir nada, y menos desafecto del autor hacia esta novela, pues tampoco su máxima obra,
Off Side, aunque publicada en 1969, fue
escrita entre las primaveras de 1965 y 1967, iniciada en Pontevedra y terminada
en Albany. Es decir, que mediaba ya la época de los turbulentos y prometedores
sesenta, tiempos en los que la decadencia del sistema dictatorial no era
perceptible aún entre la población, en el supuesto de que pudiera hablarse de
signos de decadencia, que lo dudo. En otras palabras, que estábamos en plena
dictadura franquista.
El autor
acababa de terminar su trilogía de Los
gozos y las sombras con la publicación, en 1962, de La pascua triste, obras de corte realista, quizá la más tardía
manifestación de esta memorable escuela decimonónica. Hay que tener en cuenta
que, por aquellos años, el autor no era tan popular como lo fue con
posterioridad, tras la versión televisiva de Los gozos y las sombras, veinte años después de haber sido escrita
la trilogía. A partir de los ochenta y, como decimos, a consecuencia de la
catapulta televisiva, que entonces la tele lo era todo para los españoles, el
intelectual de innegable valía, autor de La
Saga Fuga de JB, obra que con El
Quijote habría que colocar al frente de la armada literaria en castellano
de todos los tiempos, pasó a ser considerado gran literato, fuera ya de los
conciliábulos de la inteligencia patria.
Con los
anteriores datos ya tenemos el marco sobre el que dibujar esta crítica de la
novela Off Side, obra escrita en plena
dictadura, tras la publicación con poco éxito de una ciclópea obra de tinte
realista, digna seguidora de Regentas,
Fortunatas y Pazos de Ulloa. En definitiva, para entender esta novela es
preciso tener en cuenta que, muy posiblemente, el autor procuraba aunar dos
necesidades: una, no despertar al dragón adormilado de la Censura y otra, cambiar
por completo de aires literarios e iniciar una deriva experimental hacia el modernismo
literario; quizá el maestro Torrente, además, estuviese harto de escribir al
gusto del vulgo, labor en la que, pese a todo, llegó a las más altas cumbres;
quizá, por último, también necesitase crecer y liberarse de ataduras
ideológicas.
Pero, en todo
esto que decimos de seguidillo, impulsados por el ansia de entrar a fondo en
esta novela extraordinaria, nos hemos olvidado de hacer referencia a una obra
intermedia, entre la magna trilogía realista y Off Side; nos referimos a Don
Juan, diseñada en principio para el teatro, con lo que los enfoques
narrativos se trastocan con respecto al realismo tradicional, y que terminó
como novela que hubo de enfrentarse a serios problemas con la censura
franquista, hasta el punto que llegó a intervenir el ministro del interior, el
mismísimo Fraga Iribarne, para que se lograse publicar con ciertas
mutilaciones, claro, aunque no de sustancia, la obra de su paisano.
Mucho debió de
resentirse por estos hechos don Gonzalo, pues poco después inició la redacción
de Off Side en Pontevedra y marchó a
Albany para terminarla. En otras palabras, las dificultades con Don Juan debieron de ser determinantes
para que el escritor dejase España. Casualmente, había recibido una tentadora
oferta de trabajo de la
State University of New York, ciudad donde finalizó la
nueva novela en 1967.
Aquel cambio
de aires políticos, sociales e intelectuales, resultó beneficioso en extremo
para nuestras letras, pues Torrente Ballester terminó su Off Side, obra en la que cambió por completo el enfoque de su
narrativa y empezó con los apuntes para “Campana y piedra”, germen de La Saga Fuga de JB, obra
cimera de la literatura castellana.
Tenemos, pues,
a un Torrente enfadado con el sistema por lo mal que se comportó con su querida
obra “Don Juan”; a un escritor que acababa de realizar un notable esfuerzo
narrativo con su trilogía realista, de corte decimonónico, Los gozos y las sombras; a un hombre de extraordinarias capacidades
intelectuales, aunque por circunstancias de la vida había militado en las filas
de la Falange ,
que se veía encorsetado por un sistema empeñado en castrar los brotes verdes
del pensamiento, por débiles que fueran, cuanto más este roble centenario que se
enraizaba en las mismas simas que Cervantes y, quizá, aún más abajo.
¿Qué le pudo
suceder a un hombre de estas características en New York? Que experimentó una
eclosión de sus capacidades comprimidas, y se le desató el volcán de la
creatividad con Off Side primero, La Saga Fuga de JB, después y Fragmentos de Apocalipsis, con la que terminó
este fecundo período de su narrativa.
La primera de
las tres novelas citadas, que tuvo muy escaso éxito, fue acogida con frialdad
por los beneficiados del Régimen, y aventuramos que tampoco causó estragos
entre los intelectuales de izquierdas, pues en ella los personajes guardan
cierta coherencia con los arquetipos franquistas del “hombre del régimen
pragmático, en el fondo generoso y buena persona”, del “rojo poco convencido
que, en sus profundos, es un ser caritativo y bondadoso”, del “intelectual
anarquista extravagante pero inofensivo”, de “prostitutas obligadas por la
vida, en el fondo auténticas mujeres de su hogar frustradas” y, para colmo, del
“sentimiento de culpa de origen religiosos que condicionan la vida de los
personajes, por más izquierdistas y ateos que sean”. Su propio título, Off Side, diría mucho a los personajes
de la novela, quienes, incomprendidos por el Régimen y por la intelectualidad,
quedarían así, fuera de juego
Estos
conceptos rancios del tardofranquismo, combinados con una estructura basada en
las más modernas técnicas narrativas de la época, hicieron de Off Side una novela sobre la que no
convenía hablar. Respetada por unos y por otros dada su indiscutible calidad,
fue poco favorecida por los críticos, ni siquiera la analizaron en profundidad los ponderadores
oficiales que, ya por entonces, empezaban a hacer sus pinitos, aunque a años
luz de los ámbitos de crítica deslavazada de los semanarios culturales del
siglo veintiuno. En definitiva, que todos la respetaron, pero nadie la quiso y
ahí quedó Off Side, virgen para la
crítica literaria patria.
Argumento y su valoración
crítica.
En
esta segunda parte del análisis procede afrontar el complejo argumento de la
obra, complejo y simple a la vez.
Muchos me
echarán en cara, como viene siendo habitual, que no desvele el final de una
obra así como así, y añadirán que el “spoil”, el contar la peli, debería de
estar prohibido porque le quita su gracia. Contestaré que la literatura no es
cine, que un libro de esta envergadura no es una cinta que se pueda ventilar en
una hora y media, mientras se toma una cocacola y un paquete de palomitas. Aquí
el argumento es algo muy secundario, pues la literatura no pretende pasmar al
lector con algo nuevo, que la imaginación de la Humanidad no da para mucho más,
y prueba de ello es la gran demanda de buenos guiones cinematográficos y la
mangancia intelectual en ese sector, que cuando se destape ya veremos quiénes
son los auténticos piratas patapalo. El objetivo de una buena novela, digo, no
es otro que el de enganchar al lector y meterlo, como por un embudo, dentro de
la obra, aprisionarlo ahí y hacerlo vivir en un mundo virtual, diferente al de
la vida cotidiana y sorprendente. Este efecto sólo se logra mediante la
persecución de valores estéticos, es decir, con el buen lenguaje, la forma
pulida y el trazo fino. Leamos el Quijote de nuevo y veremos que siempre
encontraremos detalles en los que no habíamos reparado con anterioridad. Además,
lo que se pretende con estas líneas es más orientar al lector que realizar un
sesudo análisis de esta magna obra y, para ello, hay que soltar prenda.
En Off Side son varias las historias que se
entrecruzan. En primer lugar, pues la novela empieza por ahí, la de Salustiano
Domínguez, Miguel y Verónika. Aquel es un pintor de gran talento, especialista
en falsificaciones, homosexual, con el que viven otros dos jóvenes de la misma
inclinación: Miguel, que es su pareja y Verónika, que se prostituye con damas
de altos vuelos. Domínguez ejerce sobre ellos gran influencia, en especial
sobre Miguel, al que hace pintar según ideas que le presenta y sin que tenga
conocimiento de los grandes autores, del mundo del arte o de la vida, pues el
viejo tratante de arte lo tiene, prácticamente, encerrado para sí; quiere hacer
de él un gran pintor, como lo es él mismo. Verónika, sin embargo, a la que
acogió en París, es consciente del poder del pintor sobre su amigo, al que ama,
y le propone que se marchen juntos pues, en realidad, son homosexuales más por
influencia de Domínguez él, y porque nunca conoció otra cosa ella. Es digno de
subrayarse el conservadurismo que subyace en torno a este planteamiento: la
homosexualidad como condicionamiento social o psicológico, aunque, claro,
también hay visiones más retrógradas aún: la homosexualidad como patología
orgánica. Los planes de ella fracasan y, al final, tras rematar la faena de la
falsificación del siglo, marchan juntos los pintores a New York, y se
desembarazan de Verónika, a la que Domínguez llega a considerar un peligroso
rival, y que termina en brazos de una de sus clientes, la condesa de Ponza.
La
falsificación del cuadro de Goya, La
Condesa de Sigüenza, es el eje argumental básico en torno al
cual se van enlazando los personajes. No sale de la penumbra, al final, si el
cuadro fue pintado por Domínguez o por Goya aunque por ciertas conjeturas
podría sostenerse que era la obra señera del falsificador. Cualquiera que sea
la lectura que se haga, sin embargo, de
la novela, queda claro que supone la culminación del arte goyesco.
Mediante
procedimientos propios del tocomocho, el cuadro termina en poder de una tratante de antigüedades del Rastro, Moncha,
viuda de Peláez que se pone en contacto con su cliente preferido, banquero,
hombre polifacético, coleccionista de arte, aspirante a la Academia, autor con
negro de numerosas obras, candidato al nombramiento de embajador, hombre muy
pegado de sí mismo, don Fernando Anglada, el antihéroe de esta obra.
El héroe es
Leonardo Landrove, filólogo, experto en arte, hombre de gran cultura, que vive
de y para Fernando Anglada; es su negro literario, su hombre de paja y ejecutor
de los trabajos sucios en arte. Con tales condiciones, es el encargado de
acudir al Rastro, para ver el cuadro, en nombre de su mandante; por supuesto,
Moncha, la viuda ansiosa, la vendedora tan miradora de su hacienda y
reputación, mujer jamona por demás, está enamorada de Landrove y, a lo que se
ve, tras la natural resistencia de este, tan apegado a la vida crapulosa, se decide
la seguridad del puerto en el regazo cálido de la viuda.
Landrove fue
un represaliado tras la guerra civil, un profesor eminente que terminó, junto
con otras lumbreras, en la Celda Veintiuno. Otros ilustres huéspedes de aquella
universidad fueron: Ricardo Vargas, importante personaje de la novela; Leopoldo
Aliones, el clochard anarquista y Martínez, un desgraciado comunista-maoísta,
fanático, único personaje que muere.
Pero, vayamos
por partes, Leonardo Landrove es el gran protagonista porque ocupa el centro de
la novela, está presente en las relaciones y tramas personales de los demás
personajes, puro gozne de la puerta giratoria de varias palas que es esta obra,
y porque es todo un caballero andante, que hace bien por imponérselo su
naturaleza bondadosa, pese a su condición de ateo recalcitrante y de
izquierdista confeso.
Así, intenta
ayudar al aprisionado pintorcito Miguel y a Verónika contra la dictadura de
Domínguez, a Vargas contra la dictadura de Anglada; procura evitar que Agathy
Waldowsky se suicide; busca la manera de que Dolores Induraín se entienda con Ricardo,
de que este supere su timidez; se las apaña para que Aliones venda, por fin, su
gran novela y para que la hija de este,
puta por necesidad, tenga a una condesa en su boda civil con un militar norteamericano
negro de Torrejón. Sobre todos estos personajes hablaremos a continuación, pero
aquí basta con subrayar la condición de buenazo de este Leonardo, pese a sus
inclinaciones ideológicas; ¡qué digo bueno!, ¡un santo!
Si ponemos
esto en relación con que el anarquista Aliones es, en el fondo, también un buen
hombre y que el antihéroe, Anglada el ricacho, termina siendo más bueno que el
pan, como luego veremos, llegamos a la conclusión de que, en el fondo, no hay
rojos ni azules, sino buenas o malas personas; ateos que no creen porque no han
visto la Gracia
y malvados explotadores que, a la postre, encauzan su vida por el buena senda.
Esto no lo dice el Maestro Gonzalo, pues su obra está muy por encima de tamañas
niñerías ideológicas, pero subyace en la rebotica narrativa, como un olor cuyo
origen, en ocasiones, parece difícil de detectar.
Quizá ahí se
halle la fuente de cierta animadversión hacia Off Side, por parte de los intelectuales de izquierda. Vamos, que
si añadimos al pasado falangista de Torrente esta apología al buenismo bienpensante
tardofranquista, el resultado es que no se alcanza la talla de la ortoideología
de la Transición.
Ningún intelectual de izquierdas va a atreverse a criticar
esta magna obra de la literatura castellana, claro está, pero tampoco le harán
muchas carantoñas tras su publicación.
Volvamos al
argumento. Tenemos ya un buen pedazo de la tarta: la historia de Domínguez,
Miguel y Verónika, los falsificadores y su conexión con Fernando Anglada, el
ricacho, y su hombre en las sombras, Leonardo Landrove, el intelectual
represaliado. Estos dos se conocían por haber sido ambos niños de San Idelfonso
y parece ser que Anglada llegó a cantar un gordo de Navidad, vamos que el
hombre estaba predestinado desde la infancia para las altas cumbres de la
riqueza. Pero Ricardo Vargas, el esclavo
de Anglada, era el auténtico cerebro financiero de sus éxitos, al igual que
Landrove le ponía en bandeja los triunfos literarios. Era aquel hombre de
extraordinaria capacidad matemática y, al tiempo, un esclavo, un auténtico
Sticus doméstico del banquero. Había llegado a tal condición por un
malentendido. En efecto, Anglada pensaba que la dedicación de Vargas a su
persona, se debía a la admiración; Vargas, sin embargo, creía que aquel le
tenía bien cogido y que le denunciaría en cuanto se negase, en lo más mínimo, a
acatar su voluntad y ello debido a un pasado borrascoso que no tiene
desperdicio.
El sometimiento
de Vargas era absoluto: no cobraba soldada, no salía de sus aposentos, no iba
con mujeres, pedía permiso al amo para marchar al cine y mostraba la sumisión
total de un esclavo. Por su parte, Anglada creía que aquel Ricardo era el
prototipo de persona de las que todo hombre estaría dispuesto a rodearse: un
admirador tal que se sometía en todo y que trabajaba, al más alto nivel imaginable,
sólo por la comida, la habitación y el vestido. ¿Cuál era el gran secreto de
Vargas, el genio de las finanzas? Pues que había participado como un fusilador
de Cristo en los hechos del Cerro de los Ángeles, uno de los hitos, junto con
la matanza de Paracuellos del Jarama y la resistencia del Alcázar de Toledo, de
la propaganda de los vencedores, repetida hasta la saciedad a los escolares,
proclamada como la máxima manifestación de la maldad de aquellos infernales
rojos, ahítos de resentimiento contra Dios. Un grupo de milicianos se había
apostado delante de la imagen sagrada, en pelotón de fusilamiento y, en el
último instante, un joven de dieciséis años se suma al grupo, es Ricardo
Vargas. Fue encarcelado, pero no por ese hecho, del que nadie sabía nada,
aunque él poseía una fotografía comprometedora, sino por su relación con la
izquierda sin más. Dada su extrema juventud salvó la vida, pero no se libró de
pasar largos años en la cárcel, en la Celda Veintiuno, donde conoció a un
profesor represaliado, frustrado Premio Nobel, que le enseñó el corazón de la
finanza, de la exactitud y del cálculo matemático. Una vez libre marchó a
París, donde completó sus estudios, gracias a los contactos políticos de su
maestro y, al regresar a España, fue salvado por Anglada de un apresamiento
inminente, pues lo contrató en calidad de secretario particular y lo protegió
frente a los sicarios del Régimen.
Ricardo,
hombre honrado, se sentía obligado a contarle a su jefe y benefactor la
realidad, y le refirió con voz baja, dada su timidez, todo lo relativo al
deicidio y a su participación en él, hecho que por aquellos tiempos merecía el
fusilamiento seguro. El banquero, poco avezado a escuchar a los demás, puso
cara de estar al quite de lo que se le decía, aunque de nada se enteró. Así
convivieron durante años, uno orgulloso de la admiración de aquel hombre, el
otro por completo esclavizado, temeroso de ser delatado en cualquier momento.
Este juego de
relaciones es descubierto por una mujer sorprendente, Dolores Induraín,
prostituta de alto nivel. Es contratada por ciertos empresarios enemigos de
Anglada para robarle a su portentoso secretario. Ella, sin embargo, tras conocer
a Ricardo Vargas, se enamora de él, o eso cree, y decide cambiar su vida por la
de una mujer respetable. Con tal fin, llama a una amiga, Regina, del oficio,
para que se haga cargo del negocio que va a dejar. Las dos mujeres son
contrapunto la una de la otra, pues la señorita Induraín es culta por ser
licenciada en filología hispánica, de notable expediente académico, conocedora
de varios idiomas y saber oceánico, actualizado y, por añadidura, calculadora y
frígida; mientras que su compañera Regina es caliente, hispánica, regordita,
dicharachera y, por supuesto, inculta. Tienen, sin embargo, algo en común: su acendrado
catolicismo. Respetan todas las leyes de la Santa Iglesia salvo,
claro está, aquellas que obstaculizan el ejercicio de su vieja profesión, que
tantas santas arrepentidas ha dado al Cielo.
Dolores
Induraín fracasa en sus intentos por atraer a Ricardo Vargas, hombre que sólo
vive para las finanzas, aunque se las apaña, con el concurso de Landrove, para
sacarlo de las garras de Anglada, al que también seduce. Decepcionada por su
fracaso amoroso, decide dejar su negocio en manos de Regina y montar una tienda
de modas en San Sebastián. Es esta, también, una visión muy cristiana de la
vida: prostitutas buenas en el fondo, respetuosas, que tienen cierto premio en
esta vida y, quizá, con una leve dosis de arrepentimiento final, candidatas a
la bienaventuranza, Marías Magdalenas redimidas, vaya. En cualquier caso,
merece la pena leer la novela para constatar la finura con la que se han
diseñado todos estos personajes.
Hemos dicho
más arriba que el antihéroe, Fernando Anglada, se transforma, hacia el final de
la novela en un hombre bueno. En efecto, cuando se entera por Landrove y los
manejos de la Induraín ,
de las razones por las que Vargas permaneció durante tantos años atado a su
persona, se hunde en la tristeza, Saulo caído del caballo. Ve con claridad lo
absurdo de su vida y sale a la luz, también, su gran secreto, el que escondía
desde siempre, el que le quemaba las entrañas y le remordía en la conciencia,
la razón que le acercó al régimen para vivir a la sombra de sus enemigos para no
ser descubierto, y era que también él
fue miembro del fatídico pelotón de fusilamiento que se ensañó con el Sagrado
Corazón. Otro de los asesinos de Dios era, en efecto, Vargas. Este
remordimiento es presentado por el maestro Gonzalo como algo lógico y normal,
comprensible y coherente. En el fondo de aquellos rojos, pues Fernando Anglada
también lo era, aunque enmascarado, latía el arrepentimiento por haber cometido
tamaño sacrilegio, no mero temor a las consecuencias del acto, sino algo más
profundo, pura desazón interior.
Claro, esto no
puede gustar a los críticos de hoy día, ni agradó a los de hace treinta o
cuarenta años. Por supuesto, el banquero deja todos sus cargos y se retira
junto con otro personaje, otra prostituta de altísimo nivel, Agathy Waldowsky,
una condesa polaca que no llegó a suicidarse gracias al benefactor: Landrove.
Queda otra
trama, la de Leopoldo Aliones, el literato anarquista que está confeccionando,
desde hace cuarenta años, la novela más importante de la lengua castellana, que
Anglada quiere comprar para pasar a la historia de las letras. Es Aliones todo
un intelectual inofensivo, un romántico, un anarquista de salón más que de
bomba, gran amigo de Landrove. Sus discusiones de notable nivel intelectual y
chispa delirante no tienen desperdicio.
El único
izquierdista duro, auténtico, violento y decidido, era un tal Martínez que
murió al injerir una cápsula de cianuro para no ser atrapado por la policía.
Curioso es este personaje, que luchó en la Resistencia francesa y
entró de los primeros en París, pues no era comunista, propiamente dicho, sino
maoísta. Mucho aprendió el Maestro en New York, donde redactó la mayor parte de
esta obra, pues en los años 60, en España, eran muy pocos los que conocían la
existencia del movimiento maoísta. Lo cierto es que el comunista fanático, el
auténtico rojo, el irrecuperable, como los negros y los indios de las películas
americanas de los años setenta, es el único que muere en esta novela.
Todos estos
elementos argumentales están tan bien ensamblados que, cualquiera que sea la
postura ideológica que se mantenga respecto a la obra, el lector queda
subyugado y es absorbido por la trama novelística. Se cumple así, la norma
básica para la excelencia en este subgénero literario: que lo narrado sea
verosímil y lograr que el lector se subsuma en el tobogán narrativo y no pueda
escapar del mundo ficticio que se le propone, hasta la palabra fin.
¿Cuáles son
los mecanismos de ficción que utiliza Gonzalo Torrente Ballester en esta obra?
En
primer lugar, procura que el lector pueda seguir la trama con comodidad, pese
al elevado número de personajes, gracias a una alternancia muy barajada. Salta
de las peripecias de unos a la de otros con estudiada meticulosidad, en
ocasiones con trancos largos que profundizan la trama, en otras con muy pocas
páginas, para que no se olvide a ciertos grupos de personajes y a sus historias
paralelas. Va así de la viuda de Peláez, que está cosiendo en su tienda y que
recibe a Verónika que viene a cobrar el cuadro, a la escena de Agathy durmiendo
y a Landrove que entra de puntillas en la habitación para, tras otro brinco
narrativo, seguir con la larga
conversación en un bar entre la marquesa de Ponza y Domínguez . Durante los nueve capítulos de la obra, las
alternancias se identifican por espacios en blanco, sin número ni señal alguna
y son muy numerosas, por lo que no debe preocuparse el lector por la abundancia
de personajes y escenas, pues pronto lo novedoso se integra con naturalidad en
la obra gracias al permanente salto del caballo de una trama a otra.
Con esta
técnica logra que la parte central de la novela, lugar y tiempo siempre difícil
en este arte, sea superado con comodidad. Además, cada unidad narrativa suele
partir de una descripción meticulosa sobre el espacio físico en el que se
desarrolla la escena, técnica teatral muy lógica si tenemos en cuenta que el
narrador es una especie de periodista.
¿Qué
significa lo anterior? Pues que parece narrar un dúctil y habilidoso
profesional que describe lo que ve pero que, al mismo tiempo, es capaz de
introducirse en las mentes de los personajes como para filmar su paisaje
interior. Graba la conversación, pero también filma el detalle ambiente y el
discurso mental de los personajes. Es un narrador objetivo, externo a la trama,
no un demiurgo que lo sabe todo y nos lo cuenta todo, sino un llamado
“narrador-cámara” que sólo nos cuenta lo que filma.
Esta técnica
fue introducida en la literatura castellana moderna por Rafael Sánchez
Ferlosio, con su obra El Jarama. La intervención del narrador es mínima, la
justa para que se pueda entender el diálogo que sigue, un diálogo que es
predominante, como en el teatro. Las indicaciones del narrador son meramente
escénicas, pero en Off Side, Torrente
Ballester introduce tres elementos novedosos:
- La puesta en escena de cada alternancia mediante una minuciosa descripción de los ambientes, al estilo de la nouveau roman francesa, tan tributaria de lo cinematográfico.
- La omnipotencia del cameraman que nos cuenta la historia íntima de los personajes, como si pudiera penetrar en su cerebro a partir del pabellón auditivo o de la niña de sus ojos.
- La utilización de recursos de ambiente, como si el operador se despistase del busilis de la historia que está contando y se le desviase la mirada hacia unas señoritas de la barra del bar o al partido que están pasando por el televisor.
En
El Jarama se introduce esta técnica modernista y es Torrente, con su Off Side, quien la lleva a la mayoría de
edad.
Quizá esté
aquí una de las razones por las que esta novela no es tratada con el debido detenimiento
por los críticos, por la tendencia a encasillar a los escritores. Torrente
Ballester, autor realista en un principio, sorprende tanto con esta novela, que
aquellos no se atreven a soplarle ni de lejos. Sin embargo, el novelista
muestra con ella su gran versatilidad narrativa, pues escribió con maestría
dentro del más puro realismo decimonónico y del modernismo con igual acierto.
¿Y qué decir de sus incursiones extraordinarias por el proceloso surrealismo
con la Trilogía Fantástica ,
sobre la que sólo se ha atrevido Ángel González Loureiro en su estudio “Mentira
y seducción”?
La verdad es
que un autor tan prolífico y versátil como Torrente Ballester causa miedo a los
estudiosos que, en su mayoría se limitan a ponderar sin comprometerse; ¡Hasta
ahí podíamos llegar!
Descripción de ambientes.
Con
respecto a la descripción, qué mejor que una escena de la novela en la que Landrove,
el protagonista, se ve con un malencarado chantajista profesional en una
cafetería para vender unas fotos comprometidas de Anglada. Leonardo ha llegado
antes que su interlocutor y el narrador aprovecha para describirnos el
ambiente, mas no con imágenes, sino con sonidos o mejor, con imágenes de
sonidos. Dice así:
«No es fácil descomponer el bullicio en sus
factores primos, y, sin embargo, la clasificación teórica de los ruidos se
resuelve con escasas palabras: voces, golpes, escapes. Las voces, a su vez, se
pueden reducir a cuatro grupos: las preguntas (¿Qué va a ser?), las respuestas
(A mí, un cortado), las órdenes (¡Dos con leche! ¡Una ración de tarta! ¡Que
sean dos!) y las murmuraciones (Que te digo que el jefe es un cabrón). La
división de los golpes es igualmente cuatripartita: de los platos con las tazas
(o viceversa), de las cucharillas con las tazas, de los vasos y botellas entre
sí y de objetos indeterminados con otros de la misma naturaleza. Los escapes
son tres: de vapor dentro de un cacharro para calentar la leche, de vapor que
se licúa al pasar por el depósito del café, y de vapor gratuitamente
encomendado a la atmósfera. En cambio, los olores, por aquello de que se
mezclan y, sumados, dan un olor nuevo, exigirían complicadas dicotomías.
Predominan, sin embargo, el del café y el de la mantequilla a la plancha.
Cuando alguien pide bacon, aquello se pone repugnante. Las personas constituyen
dos grupos de inmediato discernimiento: uniformadas y sin uniformar. Las
uni-formadas están siempre de pie; las sin uniformar se sientan si hallan
dónde. Las primeras son varones (pantalón negro, chaqueta blanca, corbata
negra, de lazo) y hembras (vestido azul, delantal blanco, cofia almidonada).
Hay más mujeres que hombres, naturalmente, por lo cual las órdenes de los
varones resultan imperativas, y las de las hembras, burlonas, si no chillonas.
En el grupo de los sin uniformar, formado asimismo por personas de ambos sexos,
cualquier clasificación sería caprichosa y, a la postre, inútil. Tendría que
apoyarse en fundamentos fu¬gaces: los que están de pie o los sentados, por
ejemplo, lo cual obligaría a admitir un tercer grupo, el de los tran¬seúntes, o
sea, de los que no encuentran asiento libre, o los que, teniendo asiento, se
impacientan y prefieren mantenerse de pie ante el mostrador, recibir lo servido
por elevación, y sostenerlo con la izquierda, lo cual no es fácil si hay que
cortar tarta o sopear un brioche».
Luego
se produce un larguísimo diálogo sin acotación alguna y, en medio de él, el
narrador, digamos, observa que el establecimiento se llena de gente, con lo que
se interrumpe el diálogo y, antes de continuar, dice lo que sigue:
Las once y veinte es la hora crítica. Hay más
gente de pie que en los asientos, y los bollos calculados empiezan a faltar.
«Que sea con un tortel.» «Se han terminado.» «Y un donut, ¿no le queda?» «Es
poco frito, de los que a usted no le gustan.» «Pues hazme una tostada muy
pasada.» Señoras ancianas y de buen ver, que salen de la iglesia, vacilan
con el misal en la mano, el rosario colgando: los caballeros de ahora no
suelen ceder el asiento a las señoras, ni siquiera en la barra. Dos se apartan
un poco y hacen sitio; la señora de buen ver se cuela, con remilgos. «Laprensa de esta mañana. ¿Quiere el
"ABC" o el "Ya"? No. "La Ga ceta Ilustrada" no ha salido todavía.
Llega los viernes.» «Te estás poniendo muy flaca, Josefina. ¿Es que te da
marcha el pollo?» «Es que está cara la vida, don Francisco, y lo que una lleva
a casa no da para boniatos.» «Pues, de propinas, ya debéis de sacar para el
tranvía.» El señor más cercano bebe
rioja y muerde un «perrocaliente».
Omnipotencia del cameraman
La
segunda gran innovación de Torrente en Off
Side es la que hemos llamado “omnipotencia del cameraman”, cuando enfoca el
pensamiento íntimo de los personajes; en otras palabras, los pilla. Con los
siguientes ejemplos se verá lo que se quiere decir:
Fernando
Anglada, tras conocer a María Dolores Induraín, le confiesa a Leonardo Landrove
lo bueno que sería crear una tertulia de literatos dirigida por ella. Está
hablado de esto por extenso a su amigo cuando, de repente, en el siguiente
punto y aparte, también en presente, sin acotaciones, en un claro estilo libre
directo, se transcribe el pensamiento del ricachón:
María Dolores Indurain, vestida con una
túnica Imperio y tumbada en un canapé, explica, en correcto francés, a Alain
Robbe-Grillet, que las condiciones economicosociales del país no permiten la
existencia de una novela verdaderamente moderna, pero que el Plan de Desarrollo
afectará, seguramente, a la orientación estética de los escritores españoles.
La docta disertación de María Dolores es escuchada también por un coro de
poetas puros y otro de novelistas sociales, que discuten las conclusiones por
el sistema alternado de estrofas y antiestrofas. Fernando Anglada, vestido como
Chateaubriand, asiste al espectáculo sin participar en él; un poco en la
penumbra, se apoya con negligencia en la consola mientras hojea un atadijo de
cartas amorosas. María Dolores se levanta la falda de la túnica, y aprieta,
sobre la media rosada, una liga floja. Los circunstantes contemplan el poquito
de carne que asoma por encima de la liga, y buscan in mente parecidos remotos
que les permitan inventar algunas metáforas originales en que se exprese la
singularidad del caso. El salón está tapizado de damasco verde manzana.
Luego
continúa con el diálogo, como si tal cosa: «A propósito de los escritores con
talento…». «¿Qué opinas de mi plan?»
También
la viuda Moncha se ve sorprendida por el narrador en sus pensamientos, cuando
se embelesa con una canción de su juventud:
La
voz dengosa de Sarita Montiel deja el aire transido de cachondeces insinuadas
que alcanzan al mismo tiempo la medula de Moncha y ese lugar secreto de su alma
donde yacen los deseos reprimidos. A la viuda de Peláez, «Compra y Venta», se
le levanta el pecho pausadamente, mientras entorna los ojos y balancea la
mecedora con leves, aunque enérgicos, empujoncitos del pie derecho. «Señora,
si usa "Perfil" en su colada, montañas de espuma limpiadora dejarán
su ropa suave y fragante como la piel de un niño, como un pétalo de rosa en una
mañana de primavera. "Perfil", el rey de los detergentes...» La
señora viuda de Peláez inicia un paseo, en bikini y con sombrilla, por las
rubias, por las cálidas arenas de la playa. Largos, ávidos dedos abisales
surgen de la rompiente y acarician sus hechuras. La señora viuda de Peláez sale
a todo color, y envuelta en espuma limpiadora, en la contraportada de «Life»;
un coro de nudistas escandinavos canta a su alrededor «Tápame, tápame»,
mientras allá a lo lejos, a caballo de las olas, Afrodita Anadyomena tripula un
fueraborda.
Y
luego sigue con la historia: «Delante de la tienda se detiene un automóvil
reluciente de lluvia…»
La
obra está plagada de estos detalles íntimos, captados por la cámara indiscreta,
como cuando Esquivel, pintor afectado y fatuo al que Anglada necesita para que
apoye su candidatura a la
Academia de Artes, afirma que el cuadro que más fama le ha
dado es “La espada del Capitán” y tras decir Anglada: “Es que la gente, lo que
le gusta de verdad son los asuntos patrióticos”, dicho con cierto ánimo pelotillero,
la cámara descubre su pensamiento: un Gran Capitán que asola Europa y ante cuyo
empuje los burgueses, desde los Pirineos hasta el Volga han de esconder a sus
hijas y esposas, con muchas extravagancias más por el estilo. O aquella otra en
la que el anarquista Aliones se le va la cabeza tras un discursito incendiario
que le surge de la fantasía, sin más.
Recursos de ambientación.
Se
trata de desviaciones de la cámara hacia hechos ambientales. Son muy abundantes
y, quizá uno de los más significativos, cuando Agathy está con Landrove en una
cafetería. Este intenta convencerla de que es una bobada suicidarse, pero en
una mesa de al lado hay unos novios. El narrador, auténtico profesional del
vídeo, está muy atento a su trabajo, a los personajes de la novela, pero
también se le van los ojos, y la cámara, hacia los novios, quizá preguntándose
si terminarán besándose. Es este procedimiento del que podríamos llamar
despiste narrativo, el elemento básico para que el lector se sumerja en la
película de lo que se le narra.
En mitad del
diálogo y en el mismo párrafo de acotación en el que se describe el
comportamiento de los protagonistas, se enfoca a los novios y nos van diciendo
cómo se toman la mano, como ella la retira, cómo tienen las caras muy juntas, cómo
ella se da cuenta y toma un sorbo de café, etc. Entre tanto Landrove y Agathy
siguen con su historia. «Agathy se estremece. Le tiemblan las manos tan
visiblemente que las oculta. El novio intenta rozar con un beso la mejilla de
la novia; ella enrojece, se yergue, apoya en el diván la espalda y la cabeza y
mira hacia el frente». Como se puede apreciar, el narrador no da pistas sobre
la persona que se está, digamos, filmando, pues el beso en la mejilla de la
novia es contiguo al nerviosismo de Agathy, que esconde las manos. Al igual que
este recurso hay otros muchos en la novela: retransmisiones deportivas,
viejecitas tomando el café, señoras jugando al parchís, camareros mirones de
piernas de las clientas… el texto está plagado de estos recursos.
Quizá
uno de los más sorprendentes es el que se presenta al principio: un extraño
párrafo, en cursiva, sobre la importancia de la interpretación marxista de la
historia, en relación con las tesis sobre Feuerbach, asunto plúmbeo y poco
verosímil en una emisión radiofónica de la época. Cuando finaliza la cursiva,
resulta que nos enteramos de que cuanto acabamos de leer es la transmisión
radiofónica del sermón de un cura joven. Claro, todos los tenderos del barrio
mueven el dial para evitar el sopor y una de ellas, la viuda Moncha, encuentra
una emisora en la que canta Sarita Montiel. Es este uno más de los recursos de
ambientación que venimos comentando, pero cualificado, pues se trata del primer
párrafo de la novela y, ya sabemos de la importancia que se debe dar a los
comienzos, pues en ellos suele establecerse el contrato narrativo entre el
escritor y el lector. Con esta escena acústica, Torrente nos avisa de que
estamos en una época de creciente conflictividad social, en el Rastro, nos
presenta a su primer personaje, la viuda y avisa de que este tipo de
intervenciones descriptivas del narrador va a ser la tónica general de la obra,
y no nos defrauda.
En fin, para terminar, resta decir que aunque
los personajes sean un tanto irreales, desde nuestro actual punto de vista,
desde nuestro tiempo sociológico, la obra ha de verse en su contexto histórico.
Pero, más importante, quizá que la trama es la forma en la que se expone, la
depurada técnica artística que se elije. En palabras del mismo maestro
Torrente, la credibilidad estética no está en función de lo que se cuenta, sino
en el arte puesto en contarlo; esto es lo que hace creíble una historia.
Escalante, 3 de junio
de 2012
Este estudio está inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual.
Impresionante el artículo. Gracias!!!
ResponderEliminarMagnífico análisis. Le quedo muy agradecido por su estudio tan profundo y elaborado.
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