Esta verdad no suele ser bien aceptada en literatura, como
no todo el mundo sirve para componer poesía. No deja de ser curioso el rechazo
hacia este concepto cuando todos aceptamos, sin discusión alguna, que una
persona no podrá nunca cantar bien, o tocar bien un instrumento musical, o
pintar un cuadro medianamente bueno.
Si vemos una pintura deplorable y le
decimos al pintor que se quite la paleta de la mano, el sombrerete montparnásico
de la cabeza y que se dedique a hacer oposiciones a fiscal, puede que el
receptor del mensaje nos guarde una cierta ojeriza, pero no será para toda la
vida, pues la evidencia de que es un pésimo pintor gravita sobre él desde que
tomara el pincel por primera vez. Si escuchamos los trinos de un cantante al
que le falta una cuerda vocal y tiene oído de palo, o si atendemos al certamen
de flauta travesera de un joven asesino de la armonía y, en ambos casos, nos
tapamos los oídos, el aspirante a divo se sentirá frustrado, pero con el tiempo
se le pasará. Sin embargo, si se nos ocurre sugerir a alguien que sus escritos
son una birria, nos ganaremos un enemigo para toda la vida. Bueno, digo lo
anterior en plan maximalista y caricaturesco, que ya sabemos que hay de todo. El
objetivo de estos ejemplos, quizá algo forzados, es plantear la siguiente
pregunta al respetable: ¿por qué nos enfadamos tanto si nos dicen que
escribimos mal? Creo que es por mera ignorancia, por carecer de puntos de
referencia, porque no hemos leído lo suficiente, y de clásicos menos. Por lo tanto, la primera condición para
llegar a ser un escritor natural es la de leer sin tasa ni medida. ¿Por qué?
Porque el idioma tiene un ritmo interno y este sólo se adquiere leyendo mucho.
Dicho esto, con lo que estaremos casi todos de acuerdo,
llega de la mano otra pregunta: ¿basta con leer para escribir bien? ¡Ojo!, no
me refiero a redactar o a componer ensayos y libros técnicos, sino a la
confección de una obra de arte, es decir de un texto que genere en quien lo lee
placer estético y sea capaz de proporcionarle una coartada para que se evada de
la cotidianidad mediante la ficción. Es decir, crear una obra de arte
literaria, ser poeta. Decía Aristóteles en su Poética que el concepto de poeta no se debe referir sólo al que
pare versos, sino al que practica la poiesis,
es decir la capacidad de fabricar, de componer, de crear.
Aparte de la enorme capacidad lectora, que puede ser
compartida por quienes produzcan literatura y quienes la consuman, y que es
imprescindible para escribir bien, se precisa contar con una catarata literaria
adecuada, con fluidez discursiva; y, además, poseer una notable imaginación.
La fluidez discursiva es imprescindible para escribir. Se
produce cuando al escritor, para revestir una idea, le aflora desde el interior
una cascada de palabras, de frases y de expresiones. Pueden estar bien o mal
trazadas, bien o mal compuesta la forma y el fondo, estar más o menos
enriquecidas con figuras y adornos, pero ha de existir una notable fluidez
verbal. Dicen que Demóstenes era tartamudo; yo no me lo creo. El orador, el
vendedor, el político, ha de hablar, no puede ser un cuitado que calle y
espere. Con el tiempo se le reforzará el discurso, se afinarán sus conceptos, aflorará
la picardía, pero es requisito básico, condición natural, que disponga de una
catarata de palabras que salgan de él en tromba. Lo mismo sucede con la
literatura. Las palabras tienen que salpicar, inundar, desbordar el texto.
Luego ya vendrá la corrección, el aquilatamiento de los conceptos, el afine del
instrumento retórico. Esto no impide que el escritor se quede en blanco en
muchos momentos; es algo normal, también le sucede al orador. Pero está claro
que cuanto más bagaje intelectual se tenga, cuanto más se haya leído, cuantos
más recursos hayamos practicado, mejor será nuestra poesía en el sentido
aristotélico.
Aparte de lo anterior, es preciso que exista una
considerable dosis de lo que podíamos llamar imaginación componedora, que es con la que se construye la peripecia
narrativa. Los niños lo tienen muy claro cuando juegan; basta que observemos a
un grupo de ellos fabricar historias sobre la marcha: «Y entonces tú vas y
coges el tesoro que yo tenía debajo de la almohada, ¿vale? Te lo llevas
corriendo y, entonces, viene el Príncipe y te persigue a caballo, tacatá,
tacatá, tacatá, pero al llegar a un desfiladero… ¡Tachan!, te asaltan los
indios y te cogen prisionero, ¿de acuerdo?, pues venga, yo haré de indio...»
Esta es la mera imaginación componedora de historias. Muchas personas la
conservan de la infancia, otras, sin embargo, son incapaces de componer
peripecias con un mínimo de cohesión. Pero esta imaginación componedora, aún
siendo necesaria, no es suficiente. Muchos escritores creen que con pintar
batallitas, idas y venidas de los personajes y quiebros argumentales, pueden
escribir con solvencia. Están muy equivocados: a ese defecto le llamo yo capitantruenismo. ¿Se acuerdan de los
comics del Capitán Trueno?: acción tras acción, todas iguales. Creen estos
escritores que eso es tener imaginación. Es imprescindible cierta capacidad
componedora, no lo niego, pero ni mucho menos resulta suficiente.
Lo que
realmente delata al escritor de raza es la que podíamos llamar intuición
literaria, equivalente a la intuición musical. Es decir, la imaginación
creativa, el how to make, que dicen
los ingleses. No basta con tener una peripecia que contar; lo importante es ver
la forma de hacerla llegar al lector de manera que le atrape. Sería preciso que
todos los escritores pasasen una temporada de aprendices de contadores de
cuentos. Los niños son unos clientes exigentes en grado sumo. No disimulan si
no les gusta. Ahí el narrador, cuentacuentos, actor, ha de buscar la manera
adecuada de comunicarse con su público. Pues aquí, en literatura, sucede lo
mismo, que es preciso devanarse los sesos con la manera de llegar al lector. Al
fin y al cabo, se trata de buscar una forma, un envoltorio adecuado para
presentar el producto. Por supuesto, cuanto mayor sea el cúmulo de lecturas en
el acervo del escritor, mejor funcionará esta capacidad, pero, así y todo, es
imprescindible tener un mínimo natural de esta intuición literaria que es, al
fin y al cabo, similar a la intuición musical. Todos conocemos a personas que
tocan un instrumento de maravilla, o al menos eso nos parece a los profanos,
sólo de oído. Son gentes capaces de componer piezas sencillas y de tocar una
jota en la plaza de su pueblo, o incluso de formar un grupo musical de rock,
pero no puede esperarse de ellos que compongan una sinfonía o interpreten con
técnica de cantante lírico, para ello les falta preparación.
Por lo
tanto, en resumen, para ser escritor se precisa: 1º, haber leído mucho y seguir
leyendo mientras se escribe; 2º, disponer de un mínimo de fluidez narrativa;
3º, tener sobrada imaginación componedora y 4º, contar con imaginación creativa
o intuición literaria.
Muchos
escritores que han publicado tres, cuatro o hasta media docena de novelas o
más, tienen notable fluidez porque escriben
por los codos, como si dijéramos; tienen abundante imaginación componedora
para escribir peripecias, pero carecen de imaginación creativa y de lecturas
suficientes. Puede que se publiquen sus libros, en unos tiempos de gran
penetración de la aculturación literaria generada por la industria vendedora de
libros-productos, pero serán siempre unos malos escritores. En algunos casos,
sus deficiencias podrían suplirse con unos cursos intensivos de técnica
literaria. En otros, sin embargo, nada se podrá hacer y a ver quién es el majo
que se lo dice, después de haber publicado varias obras, haber firmado infinidad
de libros y haber salido en la prensa en un sinnúmero de ocasiones. Además,
para terminar de ser sinceros, si escribieran con técnica literaria depurada
tampoco iban a ganar mucho más de lo que
ganan. Autores de estos hay que han llegado a la Academia. ¡Vivir para ver!
Pero
entonces, me preguntarán, si también en esto de escribir novelas, quo natura non dat, Salamanca non prestat,
¿para qué valen los cursos de técnica literaria? Buena es la pregunta. En
primer lugar hay que desconfiar de todos aquellos que se anuncian como la
solución mágica para escribir: «Ven a nuestro taller, que te garantizamos que
en una semana podrás componer tu novela», o cosas similares. Escribir es un
trabajo duro que requiere enorme esfuerzo y que no está al alcance de todos
porque hay quienes carecen de imaginación creativa, de intuición literaria. El
resto de los requisitos descritos pueden adquirirse con trabajo: lectura,
imaginación componedora, catarata discursiva, y sólo los cursos solventes
pueden ayudar, pero con la verdad por delante. Si al final, después de mucho
trabajo, se llega a comprobar que no se dispone de la suficiente intuición
literaria como punto de partida, los conocimientos adquiridos serán siempre
suficientes para enfocar la actividad literaria hacia la crítica o el ensayo.
Somos
todos muy mayores y podemos exigir que no se nos dé gato por liebre.
Por
cierto, no es el momento porque se alargaría demasiado el escrito, pero cuando
nos referimos a que hay que leer mucho para escribir, no queremos decir: leer al
estilo del tragamillas, sin análisis ni criterio lector, o por mero
entretenimiento. También es preciso saber leer. Pero de esto ya trataremos en
otra ocasión.
Yo, como escritor novel que soy, no me chirriarán los dientes cuando alguien me diga alguna crítica CONSTRUCTIVA negativa; también depende de cómo te hagan llegar su opinión acerca de tu forma de escribir.
ResponderEliminarDe todas formas, pienso que el escribir es un arte que, como todo, madurará con el tiempo. Hay que tomarse el aprendizaje de manera pausada porque, en caso contrario, la curva puede ser muy pronunciada y el desgaste llegar antes de lo previsto.
Muy buen artículo.
Gracias, Abelardo. He escrito esta entrada porque desde mi punto de observación, quizá privilegiado desde los talleres de mi Casa, Librería Kattigara de Santander, he podido comprobar que uno de los problemas de los escritores noveles es el de la falta de puntos de referencia. Lo primero que tenemos que hacer es vaciar el ego, en ocasiones muy subido, de los escritores. No es para menos, la verdad, pues componer una novela de 120.000 palabras es una tarea dura, que no está al nivel de cualquiera, aunque esté muy mal escrita. Que una persona escriba y lea no significa que sepa escribir y leer. Por otra arte, las críticas son siempre constructivas, incluso las destructivas. Si el edificio está mal trazado, es mejor que me lo dinamiten de forma controlada con todos los requisitos legales y florecitas bailongas (crítica constructiva que sienta horriblemente mal siempre), o mediante una carga brutal en los pilares (crítica destructiva que sienta horriblemente mal siempre también). Lo importante es que haya algún buen amigo que no me dé coba y me hable claro. ¿No crees? Un saludo y reitero mi agradecimiento.
ResponderEliminarNo entiendo cuando dices "escribir por los codos". ¿No será que te faltó el "hasta"?
ResponderEliminar