Magnífica obra en la forma; impecable. Esta maestra francesa
utiliza en ella todos los recursos posibles de su arte: variaciones verbales,
monólogos, idas y venidas en el tiempo; todo un elenco.
Es una prueba de cómo
la utilización de la depurada técnica literaria es capaz de alcanzar estratos
profundos de la población, un ejemplo de que la obra bien escrita puede ser
mejor materia de best seller que los
productos de baja calidad pensados por la industria cultural para provocar la
compra, sin pensar en el arte, en la forma, en lo que la hace obra de arte en
definitiva. No creo que haya mujer de clase media que no lea con delectación
sus páginas; está dirigida a ellas, con referencias a vestuario, a sensaciones
del propio cuerpo, de la propia esencia femenina, todo muy logrado, insuperable.
También, en cierto modo, tocará a otros sectores de la población, que no harán
ascos a la deliciosa narración erótica, siempre dentro de los más estrictos
márgenes narrativos de calidad, entre un hombre maduro y una jovencita como la
protagonista. Curioso este asunto pues, aunque maduro, el chino con el que se
enreda, no tiene más de veintiséis años; el lector percibe, sin embargo, un comportamiento
de cuarentón. Margueritte no parece tener intención de pillarse los dedos en
este delicado asunto; tampoco en si la chica cobró o no por las atenciones recibidas. A estos dos
colectivos de posibles compradores, sumemos el de la intelectualidad intrigada
por el devenir biográfico de la autora. ¿Sería, realmente, la Durás, la
chiquilla que se prostituyó, casi, con un chino en Saigón? ¿Sería ella la que
tenía ciertas tendencias lésbicas hacia una compañera de internado? No cabe
duda de que sí, pues se deja entrever con claridad a través de su texto, por
coincidencias ineludibles con los datos de su vida y porque se escribe en un
momento que, en teoría, parece llamado a la sinceridad, tras la superación de
la larga crisis alcohólica sufrida por la autora. Sin embargo, repito, sin
embargo, tengo la impresión de que la novela, en este sentido, es mentira de
parte a parte. ¿Puede haber una obra literaria que sea verdad?
Sinceramente, me quito el gorro, el cráneo que diría aquel, ante esta autora
genial, hacia la técnica que muestra en esta novela, a la que todo escritor
debería volver de vez en cuando, pero no me creo nada de lo que dice. Pensemos
con lógica. La escritora acababa de salir de una gran crisis física y personal,
necesitaba luces y retornar al candelero. Precisaba una obra única y a la vez
sencilla, con la que diera un golpe de efecto en los medios literarios. ¿Qué
mejor que una simulación autobiográfica? ¿Le iba a perjudicar decir que en su
juventud había sido casi una semi prostituta, que tuvo tendencias lésbicas, que
su hermano babeaba con ella, que la madre tenía fama de loca y perdida? En
absoluto, llegado al nivel de la Duras, aquellos datos eran insignificantes,
intrascendentes, propagándísticos; escribir llega a convertirse en fabricar
propaganda dice en algún momento de la novela. En su nirvana de genialidad,
legítimamente logrado, aquellas revelaciones eran las que precisaba para dar el
golpe. ¿Algo habría de todo ello en su biografía? Pues claro, pero no más que
de Cervantes en Alonso Quijano. Lo mejor de la novela, aparte de la forma, es el
ingenio, la habilidad, para presentar patrañas bien urdidas como biográficas.
Ese es el nivelazo al que nos gustaría llegar a todos los escritores. ¿Mereció
ganar con esta obra el Concourt?... Y seguramente el Nobel. La verdad, los
escritores mentimos como bellacos.
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