Creo
que contar es deformar la realidad. En el momento en que narramos una experiencia
vivida la estamos deformando.
Cuando
el hombre de las cavernas escenificaba delante de toda la tribu la caza de la
pieza que acababa de cobrarse, exageraba con sus gestos las dimensiones, su
valor, su arrojo, y falseaba la realidad todo cuanto podía, en cierto modo de
forma consciente porque, al fin y al cabo él lo cazó; pero de tanto separar y
separar los brazos para mostrar el gigantesco aspecto de su enemigo, el mismo
troglodita se lo terminó creyendo. Otros contaron su aventura y la aumentaron
aún más. Tras un ciclo de tiempo, la liebre se convirtió en mamut y se hizo
leyenda oficial de la tribu.
Con la
literatura, una forma como cualquier otra de contar, sucede lo mismo.
Recordemos la simpática escena del Quijote, cuando llega a una venta y se
encuentra con que el mesonero tiene unos libros de caballerías que lee a los
huéspedes y que también él, como el hidalgo, está convencido de que cuanto en
ellos se narra es cierto de cabo a rabo.
Lo
normal es que el escritor mienta con la finalidad, precisamente, de provocar
esa credulidad. El arte del escritor consiste en hacer creer. Es un cuentabolas elegante. Cuanto más excelso
en la forma, más verosímil la patraña. Si tiene oficio consumado se convierte
en un gran trolero.
¿Es
esto censurable? Lo censurable sería que hicieran lo contrario, que buscaran la
manera de decirnos la verdad. Su misión consiste en CREAR MUNDOS APARTE, mundos
fantásticos y creíbles, verosímiles, en los que el lector se encuentre a gusto,
en los que pueda descansar de su cotidianidad constatable y soez; mundos en los
que, sin aparecer por ninguna parte la realidad contante y sonante, la esencia
humana esté presente. La literatura es el arte de crear verdades con materiales
ficticios. De otra manera nuestra labor poética, de creación en el sentido de poiesis, sería inviable. Para contar la
realidad tal cual es, ya tenemos a los historiadores; para contar la realidad
como debiera ser, estamos nosotros. El instrumento del cronista-historiador, el
método científico; el arma del poeta, la fantasía, la ficción que, por
definición y etimología, es falsa.
Ya
pasaron los tiempos del Quijote, en los que la gente no sabía leer y sólo podía
escuchar. Había tanta ignorancia que muchos
tomaban por real lo ficticio y creían que había caballeros andantes y dragones.
Hoy, leídos,
“escribidos” y hasta estudiados, los
tiempos han cambiado, pero un sustrato de esa creencia de que hay mucho de
cierto en todo lo que contamos los escritores, sigue viva. Me refiero a la
tendencia de muchas personas de buena fe a creer que todo cuanto escriben los
poetas es autobiográfico. Es normal que cuando se está frente a un periodista
poco avispado, termine cayendo la preguntita: ¿cuánto hay de biográfico en esta
obra? ¡Caramba, pues nada y mucho! Siempre con lo mismo; fastidia, ya lo creo; qué
quieren que les diga, los escritores somos, en general, gente recatada y no
vamos por ahí soltando las historias de las que sólo es conocedora nuestra ropa
íntima.
Lo
anterior es cierto en términos generales, porque hay una excepción: la autobiografía. Cuando un escritor se
decide a contar su vida es por una de dos razones: porque realmente necesite
sacar sus trapos sucios frente al público lector, por el motivo catártico que
le apetezca, o porque pretende hacerse propaganda. En cualquiera de los dos
casos se manifiesta su más profunda, aguda y clara capacidad de mentir. Si se
ve impelido por razones psicológicas profundas a desnudarse, lo hace
exagerando, deformando, ocultando, con triquiñuelas que el más torpe de los
psiquiatras denunciaría a la primera. Si quiere hacerse propaganda, también se
le nota en seguida a poco perito que se sea en cuestiones literarias.
¿Estoy
en contra de la autobiografía? Todo lo contrario, es un subgénero pujante y
delicioso, pero no más real que una novela de ciencia ficción. ¿Se puede
disfrutar con él?, claro, el escritor ha de poner todo su oficio en ensartar
bien, pero el lector ha de saber que cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia. Me preguntarán: ¿y el que quiere contar su vida porque desea
denunciar ciertos hechos, o hacer una labor ejemplarizante, qué? Yo les diría
que también miente; quizá sin darse cuenta, pero miente. ¿Hace eso menos
importante su denuncia o su ejemplo? Todo lo contrario, si denunciase la
realidad sin inventarse nada de forma inconsciente o consciente, seguro que no
conseguiría su objetivo. Por ejemplo, los siete magníficos libros de Proust, En busca del tiempo perdido, ¿son
reales?, ¿responden a su biografía personal?, ¿son una radiografía de su psique
profunda, de sus tendencias, de sus frustraciones?, ¿puede un ser humano
escudriñarse hasta tal punto? Les aseguro que si tal fuera posible, los
psiquiatras y los psicólogos se morirían de hambre. Siento desilusionarles,
pero desde la magdalena hacia adelante (y hacia atrás), es todo invención
genial.
Los
que nos dedicamos a la literatura coincidimos en esto. El arte de la escritura
es el arte de la mentira. Lo que sucede es que hay mentirosos como cojos, a los
que se les ve enseguida, mientras que otros lo hacen tan bien que nos la meten
doblada; Proust, por ejemplo, o Marguerite Duras con su extraordinario Amante. ¿Desmerece
El amante por ser una especie de
biografía inventada? Sería lo mismo que decir que es malo por ser una obra
literaria, por definición mentirosa, un
sinsentido, vamos. ¿Qué muchos se creen lo que estos genios cuentan? Benditos
sean, que seguirán leyendo y nosotros escribiendo. ¿Qué hay quien sin creer
nada de lo que se les cuenta, ponderan el trabajo del cuentabolas profesional al
que llamamos escritor como verosímil y probable? Esos son los lectores
experimentados, los que harán trascender la obra sacándola de las estrechas
paredes de la personalidad del autor y haciéndola cósmica. ¿Qué tenía Cervantes
de Quijote o de Sancho? Probablemente nada, ¿qué Neruda del protagonista de Confieso que he vivido?, meras
coincidencias cronológicas que el autor hace cuadrar hábilmente con el amante
de los Versos del capitán. ¡Leche,
qué feo soy!, se decía don Pablo, pero al escribir mi biografía como lo hago no
habrá ninguna que se me resista. En fin, bromas aparte, lo que digo, mienten…
mentimos como bellacos.
¿Alguien
se puede enfadar conmigo porque diga que Proust, al escribir En busca del tiempo perdido, tan en
primera persona, en plan tan intimista, tan perfecto, no estaba haciendo una
biogafía? ¿Sería esto un delito de lesa prousticidad?
¿Alguien
se puede enfadar conmigo porque diga que Marguerite Durás, al escribir El amante, quiso colar como
autobiográfica una maravillosa historia de amor, vital, perfecta en todos sus
términos, verosímil, creíble, extrapolable, clarividente, pero falsa en tanto
que pretendida biografía?
En mi caso, he estado luchando por la necesidad de escribir algo digno de alguien que en el pasado escribía tan bien que sus pocos amigos y muchos lectores aseguraban sería un nuevo García Márquez. Sin embargo y, luego de perder treinta y un años en quimeras quijotescas, descubrió que Gabo tenía toda la razón cuando aseguró que la realidad supera la fantasía. De manera que ahora escribo cosas reales que parecen fantasía, gracias al hecho de que ya no soy famoso y nadie me conoce (nadie me critica excepto mis hijos, a veces). Cuando finalmente logré "parir" mi realidad disfrazada en personajes como Jurgen o Santander Santos empezará nuevamente el reto de ser aceptado por la crítica. La falta de tiempo no me permite escribir como quisiera, pues tengo cuatro hijos que aún necesitan mi ayuda. Por ahora, "cuando nadie me ve", como dice Alejandro Sánz, aplico la fórmula de Hemingway: "Permanece enamorado y cállate y escríbelo!". Gracias por su muy interesante nota, maestro
ResponderEliminarNi la historia es verídica. La oficial, la escriben los vencedores. Los cronistas de la época, los aduladores. Yo tengo tres biografías de Bolívar y todas son diferentes. Coinciden en las fechas, en las batallas, en el nombre en donde libró, pero no en el personaje.
ResponderEliminarWilliam Ospina, dice de él: "Bastó que muriera para que todos los odios se convirtieran en veneración, todas las calumnias en plegarias, todos sus hechos en leyenda. Muerto, ya no era un hombre sino un símbolo".
Luis López de Mesa, ciento veinte años después de muerto Bolívar, no convierte a éste en un símbolo, sino en un hombre de carne y hueso: "Bolívar como hombre, nació en Caracas y murió en Santamarta. Como genio, nació en Cartagena y murió en Bogotá", dice.
Pablo Victoria, ya libre de de las ataduras de la historia oficial, se atreve a escribir lo siguiente: "Cuando niño, se divertía en matar negritos con un cortaplumas....A la edad de treinta años, mandó a asesinar a mil doscientos españoles con el siguiente texto: "En consecuencia, ordeno a usted que se pase por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna".
¿Quién era Bolívar, pues? ¿Un símbolo, un hombre, o un carnicero? Aclaro que todos los biógrafos citados son colombianos.
Conozco personas,antaño muy aficionadas a la ficciónn literaria,que dicen haberse "cansado"de ésta y preferir ahora la lectura de ensayo,historia,etc.No es mi caso,sigo encontrando en la buena literatura,a más del placer estético en sí,un atisbo de verdad,un ponerla al desnudo y en carne viva que continúa alimentándome y siéndome necesario.
ResponderEliminarDucho ésto,y aprovechando la cita del Quijote,también señalaría un aspecto no central sino colateral al escrito que me parece de interés.Se trata de lo que apuntaría como una ambigüedad,a la vez que contradicción(quizá nada hay que no apareje su propia contradicción)acaso inherente a la literatura,justamente la que en el Quijote representa cuestión central y clave,así como en novelas tal "Madame Bovary",no en vano calificada en ocasiones de "Quijote con faldas".
Se trata del poder,la potencialidad más exactamente,enajenadora,alienante,de la literatura,que creo ha de ,al menos,reflexionarse,siquiera para estar "vacunado"contra ella.
Desde luego,seguiré exponiéndome a todos los virus habidos y por haber pero con todo tampoco echo del todo en saco roto aquella norma "dictatorial" de Platón"en "La República"de no permitir lugar en ella a los poetas.
Ya se sabe,el poeta,el literato,es un fingidor,y seg´n dice este artículo,desde ahí es quizá desde donde mejor puede iluminarnos,pero también puede tener ennosotros el efecto,la iusión engañosa del prestidigitador que con su arte de birlibirloque nos encandile y desvíe.Eso sí,¡tres hurras por la (buena)literatura).
Cordiales saludos,don Javier.
A todos discúlpenme por la tardanza en contestar. Tengo problemas con este blog, que no logro acceder a él con facilidad y, además, a qué negarlo, soy un desastre iformático.
ResponderEliminarEl problema de las “cosas reales que a veces parecen fantasía” es que, en muchas ocasiones son tan inverosímiles que no hay quien se las crea, amigo Jboeppler. De todas formas, tomarse con paciencia las cosas del arte es cosa buena, pues la auténtica madurez literaria no llega antes de los cincuenta.
Respecto al comentario de mi buen amigo Ramón, qué bello es el de William Ospina, qué manejo de la anáfora narrativa. Este autor me entusiasmó con El Sabor de la canela y Urzúa. Sin embargo, en España no ha tenido gran acogida. Creo que es una de las mejores plumas en castellano de hoy día.
Luis, veo que tenemos gustos y conceptos muy, muy similares.
A todos discúlpenme por la tardanza en contestar. Tengo problemas con este blog, que no logro acceder a él con facilidad y, además, a qué negarlo, soy un desastre iformático.
ResponderEliminarEl problema de las “cosas reales que a veces parecen fantasía” es que, en muchas ocasiones son tan inverosímiles que no hay quien se las crea, amigo Jboeppler. De todas formas, tomarse con paciencia las cosas del arte es cosa buena, pues la auténtica madurez literaria no llega antes de los cincuenta.
Respecto al comentario de mi buen amigo Ramón, qué bello es el de William Ospina, qué manejo de la anáfora narrativa. Este autor me entusiasmó con El Sabor de la canela y Urzúa. Sin embargo, en España no ha tenido gran acogida. Creo que es una de las mejores plumas en castellano de hoy día.
Luis, veo que tenemos gustos y conceptos muy, muy similares.