sábado, 17 de enero de 2015

LA LITERATURA ES EL ARTE DE CREAR VERDADES CON MATERIALES FICTICIOS

        Al paso de ciertas críticas sobre mis comentarios relativos a El Amante, de Marguerite Duras, me siento, pienso, escribo y digo:

Creo que contar es deformar la realidad. En el momento en que narramos una experiencia vivida la estamos deformando.

Cuando el hombre de las cavernas escenificaba delante de toda la tribu la caza de la pieza que acababa de cobrarse, exageraba con sus gestos las dimensiones, su valor, su arrojo, y falseaba la realidad todo cuanto podía, en cierto modo de forma consciente porque, al fin y al cabo él lo cazó; pero de tanto separar y separar los brazos para mostrar el gigantesco aspecto de su enemigo, el mismo troglodita se lo terminó creyendo. Otros contaron su aventura y la aumentaron aún más. Tras un ciclo de tiempo, la liebre se convirtió en mamut y se hizo leyenda oficial de la tribu.

Con la literatura, una forma como cualquier otra de contar, sucede lo mismo. Recordemos la simpática escena del Quijote, cuando llega a una venta y se encuentra con que el mesonero tiene unos libros de caballerías que lee a los huéspedes y que también él, como el hidalgo, está convencido de que cuanto en ellos se narra es cierto de cabo a rabo.

Lo normal es que el escritor mienta con la finalidad, precisamente, de provocar esa credulidad. El arte del escritor consiste en hacer creer. Es un cuentabolas elegante. Cuanto más excelso en la forma, más verosímil la patraña. Si tiene oficio consumado se convierte en un gran trolero.

¿Es esto censurable? Lo censurable sería que hicieran lo contrario, que buscaran la manera de decirnos la verdad. Su misión consiste en CREAR MUNDOS APARTE, mundos fantásticos y creíbles, verosímiles, en los que el lector se encuentre a gusto, en los que pueda descansar de su cotidianidad constatable y soez; mundos en los que, sin aparecer por ninguna parte la realidad contante y sonante, la esencia humana esté presente. La literatura es el arte de crear verdades con materiales ficticios. De otra manera nuestra labor poética, de creación en el sentido de poiesis, sería inviable. Para contar la realidad tal cual es, ya tenemos a los historiadores; para contar la realidad como debiera ser, estamos nosotros. El instrumento del cronista-historiador, el método científico; el arma del poeta, la fantasía, la ficción que, por definición y etimología, es falsa.

Ya pasaron los tiempos del Quijote, en los que la gente no sabía leer y sólo podía escuchar. Había  tanta ignorancia que muchos tomaban por real lo ficticio y creían que había caballeros andantes y dragones.

Hoy, leídos, “escribidos” y hasta estudiados, los tiempos han cambiado, pero un sustrato de esa creencia de que hay mucho de cierto en todo lo que contamos los escritores, sigue viva. Me refiero a la tendencia de muchas personas de buena fe a creer que todo cuanto escriben los poetas es autobiográfico. Es normal que cuando se está frente a un periodista poco avispado, termine cayendo la preguntita: ¿cuánto hay de biográfico en esta obra? ¡Caramba, pues nada y mucho! Siempre con lo mismo; fastidia, ya lo creo; qué quieren que les diga, los escritores somos, en general, gente recatada y no vamos por ahí soltando las historias de las que sólo es conocedora nuestra ropa íntima.

Lo anterior es cierto en términos generales, porque hay una excepción: la autobiografía. Cuando un escritor se decide a contar su vida es por una de dos razones: porque realmente necesite sacar sus trapos sucios frente al público lector, por el motivo catártico que le apetezca, o porque pretende hacerse propaganda. En cualquiera de los dos casos se manifiesta su más profunda, aguda y clara capacidad de mentir. Si se ve impelido por razones psicológicas profundas a desnudarse, lo hace exagerando, deformando, ocultando, con triquiñuelas que el más torpe de los psiquiatras denunciaría a la primera. Si quiere hacerse propaganda, también se le nota en seguida a poco perito que se sea en cuestiones literarias.

¿Estoy en contra de la autobiografía? Todo lo contrario, es un subgénero pujante y delicioso, pero no más real que una novela de ciencia ficción. ¿Se puede disfrutar con él?, claro, el escritor ha de poner todo su oficio en ensartar bien, pero el lector ha de saber que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Me preguntarán: ¿y el que quiere contar su vida porque desea denunciar ciertos hechos, o hacer una labor ejemplarizante, qué? Yo les diría que también miente; quizá sin darse cuenta, pero miente. ¿Hace eso menos importante su denuncia o su ejemplo? Todo lo contrario, si denunciase la realidad sin inventarse nada de forma inconsciente o consciente, seguro que no conseguiría su objetivo. Por ejemplo, los siete magníficos libros de Proust, En busca del tiempo perdido, ¿son reales?, ¿responden a su biografía personal?, ¿son una radiografía de su psique profunda, de sus tendencias, de sus frustraciones?, ¿puede un ser humano escudriñarse hasta tal punto? Les aseguro que si tal fuera posible, los psiquiatras y los psicólogos se morirían de hambre. Siento desilusionarles, pero desde la magdalena hacia adelante (y hacia atrás), es todo invención genial.

Los que nos dedicamos a la literatura coincidimos en esto. El arte de la escritura es el arte de la mentira. Lo que sucede es que hay mentirosos como cojos, a los que se les ve enseguida, mientras que otros lo hacen tan bien que nos la meten doblada; Proust, por ejemplo, o Marguerite Duras con su extraordinario Amante. ¿Desmerece El amante por ser una especie de biografía inventada? Sería lo mismo que decir que es malo por ser una obra literaria,  por definición mentirosa, un sinsentido, vamos. ¿Qué muchos se creen lo que estos genios cuentan? Benditos sean, que seguirán leyendo y nosotros escribiendo. ¿Qué hay quien sin creer nada de lo que se les cuenta, ponderan el trabajo del cuentabolas profesional al que llamamos escritor como verosímil y probable? Esos son los lectores experimentados, los que harán trascender la obra sacándola de las estrechas paredes de la personalidad del autor y haciéndola cósmica. ¿Qué tenía Cervantes de Quijote o de Sancho? Probablemente nada, ¿qué Neruda del protagonista de Confieso que he vivido?, meras coincidencias cronológicas que el autor hace cuadrar hábilmente con el amante de los Versos del capitán. ¡Leche, qué feo soy!, se decía don Pablo, pero al escribir mi biografía como lo hago no habrá ninguna que se me resista. En fin, bromas aparte, lo que digo, mienten… mentimos como bellacos.
          ¿Alguien se puede enfadar conmigo porque diga que Proust, al escribir En busca del tiempo perdido, tan en primera persona, en plan tan intimista, tan perfecto, no estaba haciendo una biogafía? ¿Sería esto un delito de lesa prousticidad?

¿Alguien se puede enfadar conmigo porque diga que Marguerite Durás, al escribir El amante, quiso colar como autobiográfica una maravillosa historia de amor, vital, perfecta en todos sus términos, verosímil, creíble, extrapolable, clarividente, pero falsa en tanto que pretendida biografía?

5 comentarios:

  1. En mi caso, he estado luchando por la necesidad de escribir algo digno de alguien que en el pasado escribía tan bien que sus pocos amigos y muchos lectores aseguraban sería un nuevo García Márquez. Sin embargo y, luego de perder treinta y un años en quimeras quijotescas, descubrió que Gabo tenía toda la razón cuando aseguró que la realidad supera la fantasía. De manera que ahora escribo cosas reales que parecen fantasía, gracias al hecho de que ya no soy famoso y nadie me conoce (nadie me critica excepto mis hijos, a veces). Cuando finalmente logré "parir" mi realidad disfrazada en personajes como Jurgen o Santander Santos empezará nuevamente el reto de ser aceptado por la crítica. La falta de tiempo no me permite escribir como quisiera, pues tengo cuatro hijos que aún necesitan mi ayuda. Por ahora, "cuando nadie me ve", como dice Alejandro Sánz, aplico la fórmula de Hemingway: "Permanece enamorado y cállate y escríbelo!". Gracias por su muy interesante nota, maestro

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  2. Ni la historia es verídica. La oficial, la escriben los vencedores. Los cronistas de la época, los aduladores. Yo tengo tres biografías de Bolívar y todas son diferentes. Coinciden en las fechas, en las batallas, en el nombre en donde libró, pero no en el personaje.

    William Ospina, dice de él: "Bastó que muriera para que todos los odios se convirtieran en veneración, todas las calumnias en plegarias, todos sus hechos en leyenda. Muerto, ya no era un hombre sino un símbolo".

    Luis López de Mesa, ciento veinte años después de muerto Bolívar, no convierte a éste en un símbolo, sino en un hombre de carne y hueso: "Bolívar como hombre, nació en Caracas y murió en Santamarta. Como genio, nació en Cartagena y murió en Bogotá", dice.

    Pablo Victoria, ya libre de de las ataduras de la historia oficial, se atreve a escribir lo siguiente: "Cuando niño, se divertía en matar negritos con un cortaplumas....A la edad de treinta años, mandó a asesinar a mil doscientos españoles con el siguiente texto: "En consecuencia, ordeno a usted que se pase por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna".

    ¿Quién era Bolívar, pues? ¿Un símbolo, un hombre, o un carnicero? Aclaro que todos los biógrafos citados son colombianos.

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  3. Conozco personas,antaño muy aficionadas a la ficciónn literaria,que dicen haberse "cansado"de ésta y preferir ahora la lectura de ensayo,historia,etc.No es mi caso,sigo encontrando en la buena literatura,a más del placer estético en sí,un atisbo de verdad,un ponerla al desnudo y en carne viva que continúa alimentándome y siéndome necesario.
    Ducho ésto,y aprovechando la cita del Quijote,también señalaría un aspecto no central sino colateral al escrito que me parece de interés.Se trata de lo que apuntaría como una ambigüedad,a la vez que contradicción(quizá nada hay que no apareje su propia contradicción)acaso inherente a la literatura,justamente la que en el Quijote representa cuestión central y clave,así como en novelas tal "Madame Bovary",no en vano calificada en ocasiones de "Quijote con faldas".
    Se trata del poder,la potencialidad más exactamente,enajenadora,alienante,de la literatura,que creo ha de ,al menos,reflexionarse,siquiera para estar "vacunado"contra ella.
    Desde luego,seguiré exponiéndome a todos los virus habidos y por haber pero con todo tampoco echo del todo en saco roto aquella norma "dictatorial" de Platón"en "La República"de no permitir lugar en ella a los poetas.
    Ya se sabe,el poeta,el literato,es un fingidor,y seg´n dice este artículo,desde ahí es quizá desde donde mejor puede iluminarnos,pero también puede tener ennosotros el efecto,la iusión engañosa del prestidigitador que con su arte de birlibirloque nos encandile y desvíe.Eso sí,¡tres hurras por la (buena)literatura).

    Cordiales saludos,don Javier.

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  4. A todos discúlpenme por la tardanza en contestar. Tengo problemas con este blog, que no logro acceder a él con facilidad y, además, a qué negarlo, soy un desastre iformático.
    El problema de las “cosas reales que a veces parecen fantasía” es que, en muchas ocasiones son tan inverosímiles que no hay quien se las crea, amigo Jboeppler. De todas formas, tomarse con paciencia las cosas del arte es cosa buena, pues la auténtica madurez literaria no llega antes de los cincuenta.
    Respecto al comentario de mi buen amigo Ramón, qué bello es el de William Ospina, qué manejo de la anáfora narrativa. Este autor me entusiasmó con El Sabor de la canela y Urzúa. Sin embargo, en España no ha tenido gran acogida. Creo que es una de las mejores plumas en castellano de hoy día.
    Luis, veo que tenemos gustos y conceptos muy, muy similares.

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  5. A todos discúlpenme por la tardanza en contestar. Tengo problemas con este blog, que no logro acceder a él con facilidad y, además, a qué negarlo, soy un desastre iformático.
    El problema de las “cosas reales que a veces parecen fantasía” es que, en muchas ocasiones son tan inverosímiles que no hay quien se las crea, amigo Jboeppler. De todas formas, tomarse con paciencia las cosas del arte es cosa buena, pues la auténtica madurez literaria no llega antes de los cincuenta.
    Respecto al comentario de mi buen amigo Ramón, qué bello es el de William Ospina, qué manejo de la anáfora narrativa. Este autor me entusiasmó con El Sabor de la canela y Urzúa. Sin embargo, en España no ha tenido gran acogida. Creo que es una de las mejores plumas en castellano de hoy día.
    Luis, veo que tenemos gustos y conceptos muy, muy similares.

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