domingo, 19 de abril de 2015

CONSEJOS SOBRE ORATORIA PRÁCTICA

    Querido sobrino, me dijo tu padre que te hiciera llegar algún manual sobre oratoria aplicada, pues tu actividad profesional te lleva por ciertos derroteros extra científicos en los que has menester de unas nociones del arte de Cicerón y Demóstenes.

Lamentablemente no hay nada bueno que te pueda servir, ni mediano, ni malo, salvo que te remita a manuales intrascendentes de autoayuda, que no creo sea lo que te interesa.
La retórica, entendida como el arte de dirigir las mentes deleitando y enseñando, ha pasado a mejor vida. Por eso me permito darte unos consejos prácticos sacados de mi experiencia que, si los adaptas a tu situación concreta, podrán servirte de algo; al menos eso espero. 
        Ocioso es decir que los temas a exponer han de ir bien preparados desde el punto de vista técnico; sé bien que eres un hombre minucioso en este sentido, pero cuando digo “bien preparados”, me refiero, además, a que los momentos de espontaneidad, los comentarios distendidos, los jocosos atrevimientos, las improvisaciones ingeniosas, etc. deben de estar también estudiadas, programadas y puestas en escena.
        Los norteamericanos son especialistas en esto. Frecuente es escuchar a un senador que, al iniciar el discurso, cuenta una memez que hace reír a todos, los yankees son así, sacada las más de las veces de su vida cotidiana. Parecerá espontánea esa intervención, pero está muy preparada. Es lo que en retórica se llama “captatio benevolentia”,  una forma de distender al auditorio, que estará expectante por ver cómo se inicia el discurso.
En nuestro caso, gentes sobrias de Castilla, no conviene pasarse con la anécdota, es decir, no conviene ser muy norteamericano; bastará con una mera alusión a la lluvia o al sol, a lo breve que ha de ser la intervención para ver si podemos llegar a tiempo de ver el partido de la tarde, o cosas por el estilo, muy breve todo y con la sonrisa en los labios, pero sin pasarse. Eso sí, con programación y estudio previo, de forma que parezca algo espontáneo, aunque no lo sea ni por asomo.
De la misma forma hay que proceder con todos los comentarios de distensión que se deban hacer en cada parte del discurso en los que se considere preciso introducir una anécdota. Soy de la opinión de que se ha de llevar la cartera repleta de numerosas “irrupciones programadas de la espontaneidad”, pues el interés del contenido técnico aproximará al discurso a sólo un 20% del auditorio; el 80% quedará prendado por el anecdotario.
        El segundo consejo que se me ocurre darte es el de que vocalices bien. Esto puede parecer una tontería, pero es la clave de la oratoria, de la puesta en escena que los romanos llamaban “actio” y que tan poco cuidan los, por llamarles de una forma noble, oradores de hoy día.
¿No te has preguntado por qué a Demóstenes le aconsejaron sus maestros que metiera piedras en la boca? Porque era tartamudo, nos dicen pero, la verdad, no sé lo que pensarán los expertos en foniatría, a mí me parece corta tal explicación. Creo que la finalidad era para que fuera consciente de su boca.
Por alguna razón que desconozco, los neurólogos quizá sepan más, existen conexiones entre la boca y el cerebro, de forma que una palabra bien vocalizada llama a otra y esta a una tercera. La concentración, en no dejar fonema sin pronunciar, palabra sin entonar, frase sin afinar, llama a un discurso coherente y fluido. 
Por el contrario, la aceleración, las ganas de terminar, el temor a estar aburriendo al  auditorio, nos hacen tragarnos letras primero, palabras después, trafulcarnos en la sintaxis más tarde y, al final, perder el hilo del discurso. 
Puedes hacer la prueba leyendo en voz alta y procurando vocalizar bien. Verás cómo el sonido mismo de tu voz, bien pronunciada, lleva los ojos más allá de las líneas que estás transformando en lectura y cómo te saldrá mucho mejor que sin concentrarte en los labios, en la lengua, en la palabra, en el golpe fónico de la “p” en los labios, en el choque contra el paladar de la “t”, en el silbar ofídico de la “f” o de la “s”. El problema para que el orador, pronunciando bien las palabras, vocalizando, llegue a emitir un buen discurso es la que podríamos llamar falsa modestia.
        En efecto, se nos ha educado en el desprecio por aquella gente que se escucha a sí misma, y creemos que si hablamos despacio, redondeando las palabras, entonando las frases, pisando fuerte en definitiva, pareceremos petulantes.
Ningún pensamiento es tan poco práctico como ese en retórica. Al contrario, el rétor ha de escucharse; es más, esa es una condición básica para hacer un buen discurso.  En caso contrario nos temblará la voz, querremos dar la máxima información en el menor tiempo posible, nos trafulcaremos y terminaremos trabándonos. Tú, sobrino, escúchate cuanto sea preciso, goza en la pronunciación exacta de tus palabras, mueve, si quieres, los labios exageradamente en un principio, que eso te llevará al orden en las ideas. Además, es lo que espera el auditorio: nada hay más soso que un orador acelerado.
        En tercer lugar, busca las palabras en tu imaginación, no en los papeles que tengas sobre el atril. Escribe el guión como si fueras a leerlo, pero luego no lo leas, ¡cuéntalo! Si tienes que practicar antes, practica, que ningún buen orador sale al público sin entrenamiento, aunque parezca lo contrario. Rebusca en tu interior, como si tuvieses una pantalla de ordenador dentro del cerebro en la que fuera apareciendo el texto que tienes que ir transformando en voz.
        Ten en cuenta que las frases en nuestro bello idioma, hijo del latín, tiene dos partes: una de planteamiento y otra de desenlace. A la primera la llamamos prótasis, a la segunda apódosis. Por ejemplo, en la frase: «el siguiente vocablo técnico tiene en medicina dos acepciones», podemos apreciar dos partes, una que es el antecedente: “el siguiente vocablo técnico”, y otra el consecuente: “tiene dos acepciones”. Si te fijas, las dos partes son iguales en extensión, es decir, tienen el mismo número, casi, de sílabas. Pues bien, el buen orador procura siempre que las dos partes de cada una de sus frases tengan la misma longitud, que sea igual de larga la prótasis a la apódosis, con lo que construyen un discurso ondulado y armónico.
Ya sé que esto es demasiado para los comienzos, pero te aseguro que si adquieres costumbre en vocalizar bien y concentrar tu atención en la boca primero, y en ver el discurso previamente escrito en la pantalla interior después, terminarás, de forma automática, inconscientemente, partiendo bien las oraciones, evocando todo tu discurso, midiéndolo con corrección, fabricando frases armónicas y equilibradas. No debes concentrarte en lograr esto al principio, pues a ello se llega con la experiencia, aunque tampoco hace falta mucha para lograr los primeros resultados, te lo aseguro.     
        En cuarto lugar, conviene tener cuidado con los ojos del auditorio, pues son un arma de doble filo. Por una parte, si consigues la magia de captar la atención, tu discurso se enriquecerá con la transferencia de simpatía que verás en los ojos agrandados de los oyentes, en sus caras de admiración, en sus bocas entreabiertas, pues ello te animará a seguir, te crecerás y te multiplicarás.
Lo que sucede es que ese transfer, esa magia no se consigue siempre y, sobre todo, porque nunca dejará de haber algún desgraciado que bostezará, incluso en el mejor de tus discursos.  Interpretarás esta inconveniencia como señal de que estás aburriendo al auditorio, te acelerarás, dejarás de concentrarte en la forma, querrás acabar pronto y arruinarás el discurso.
Sin embargo, es un error pensar así, pues probablemente quien bostece lo haga por algún problema orgánico, anomalías del sueño o causas similares, es decir, que no todo el que bosteza estará desatento, pero a ti, el que un espectador te muestre su campanilla te desmoralizará sin duda. ¿Qué hacer, pues?
El truco para evitar este accidente  consiste en no mirar a los ojos a los espectadores en el principio del discurso. Si eres miope quítate las gafas y habla al bulto informe que ves; si no, contempla el fondo de la sala, como flotando tu mirada sobre sus cabezas.
Luego, cuando descubras a una o dos personas que con su actitud muestran reverencia, admiración o atención hacia tu parlamento, céntrate en ellas, de forma alternativa, como si ellas dos, ellas tres, fueran tus únicos interlocutores.
Que estén a cierta distancia entre sí, de manera que con tus ojos puedas ir de una a otra, barriendo la sala, para que piensen los más que algo de la cola de tu mirada les pilla. Esto te permitirá lograr trasnfer entre ti y el auditorio. Pero a los bostezantes ni los mires.
Esto sucedía con frecuencia en los informes forenses, pues el juez se fijaba en el reloj o se movía inquieto en la silla, e incluso bostezaba, aunque esto solían evitarlo; entonces, el abogado poco avisado aceleraba y concluía antes de tiempo, interpretando que el juez ya no le escucharía por mucho que dijera, lo que se alejaba de la realidad pues ellos solían enterarse de todo, aunque no digo que algún magistrado  avispado tuviera tomada la medida a los letrados novatos.
        En conclusión, querido sobrino, estos son mis consejos: lleva bien preparado el discurso, incluso programadas las espontaneidades; que estas sean abundantes para lograr un parlamento ameno; vocaliza bien, concentrándote en la boca; escúchate y gústate, pues si lo consigues te escuchará tu auditorio y le gustarás; por supuesto, evita la pedantería, que nada tiene que ver con el consejo anterior; aprende de memoria tu discurso, en esencia esquemática, no al pie de la letra, y lee las palabras, antes de pronunciarlas en esa pantalla de ordenador que tienes en tu cerebro; procura que tu discurso sea armonioso, como una ola y, por último, busca la manera de no mirar a los desgraciados que, sin mala fe, bostecen, para centrarte en la mirada arrobada de dos o tres personas del público, separadas en la sala, a las que mirarás alternativamente,  como si fueran ellas las destinatarias únicas de tu discurso.

        Así aprendieron Demóstenes y Cicerón, pero te advierto que la oratoria es una de las aficiones más gratificantes y, por ende, muy adictiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario