Ya sabemos que las unidades dramáticas son tres: LUGAR, TIEMPO Y ACCIÓN. Según la teoría clásica del teatro, y también de la novela, para que una obra tenga calidad es preciso que se realice una única acción en un mismo lugar y en un mismo tiempo.
Es decir, si queremos escribir una novela sobre la Revolución Rusa, será preciso que circunscribamos la acción a un tiempo concreto, por ejemplo el comienzo de la insurrección (febrero-octubre de 1917), al espacio de Petrogrado, y a una acción concreta: la toma del poder, el asalto al Palacio de Invierno. Para escribir con seguridad hay que ajustarse a esta regla. Pero, como los escritores somos, por naturaleza, juguetones, solemos trastocar estas unidades clásicas y, si no tenemos algo de experiencia, nos hacemos un lío. Así, si utilizamos como tiempo narrativo toda la Revolución Rusa, desde el Zar Nicolás II a Gorbachov, y los espacios se esparcen por los cinco continentes, y la acción es desarrollada por diez personajes, con acciones diferentes de cada uno de ello, nos liaremos. Saldremos del paso, eso sí, si somos escritores de raza, pero con mucho coste y riesgo, con mucha posibilidad de aburrir al más pintado.
¿Dicho lo anterior, qué juego de manos se traen los autores
en SCALA en lo tocante a los tiempos narrativos? El ESPACIO es el mismo:
Escalante, una población costera del norte de España; el TIEMPO es muy extenso,
casi setecientos años; y la ACCIÓN muy variada,
mil peripecias de otros tantos personajes históricos. ¿Cómo se las han
apañado para dar unidad a este galimatías?, ¿para que aparezca todo como una
unidad en el tiempo, en el espacio y en la acción?
El
truco ha consistido en crear varios personajes que trasciendan el tiempo, que
aparezcan en todas las épocas. Para ello han introducido señores feudales como los
Ceballos, los Guevara, los Haro y los Lara, en los que se entremezclan nombres,
apodos y apellidos, caracteres y hechos; se entremezclan de forma tal que
parezcan siempre la misma persona. También han creado unos vasallos que, salvando
las historias individuales, siempre sufren de la misma manera. Pero, además,
han hecho aparecer por la historia a varios personajes que no mueren, que
permanecen a lo largo de la trama… ¿Algo de realismo mágico?... Quizá. Se trata
de un sacerdote, don José Emeterio, que representa la bondad natural del hombre;
de dos campesinos (al estilo de los personajes de Forges), Fradeles y Llarines,
en los que se encarna la sabiduría campesina; y de una bruja, Mardra, que representa
a la fuerza de la naturaleza.
Con
este trucos, entre otros que ya iremos contando, convertimos la relación de
hechos en una novela unitaria. Al principio el lector se sorprende al toparse
con estos personajes recurrentes, pero pronto se acostumbra a ellos y perdona a
los escritores su pequeña maquinación.
Escalante, 15 de
mayo de 2015
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