«Scala, la leyenda de un pueblo», es una novela histórica que
hemos elaborado Pedro Sarabia Pellón y yo, cada uno en su elemento privativo.
Yo a la pluma, Pedro al pincel. Pero la labor de Pedro no se ha limitado a
insertar dibujos en el texto, sino que, además, ha investigado en profundidad
en los más viejos archivos relacionados con Escalante, con lo que me ha
proporcionado los más frescos materiales para que yo pudiera, sobre ellos, armar
la historia. Pero, además, ha reconstruido gráficamente la posible fisonomía de
la Villa de Escalante en tiempos medievales.
Nuestra aspiración por escribir la historia de nuestro pueblo
viene de antiguo, ¿pero qué escribir? Cuando nos poníamos manos a la obra, ya
Francisco Sarabia había escrito «La Villa de Escalante, un paseo por su
historia», obra de indudable calidad, aunque de tono más bien periodístico.
Sirvió para animarnos, pero no íbamos a escribir sobre lo mismo. Sabíamos, por
otra parte, que el historiador Escallada estaba preparando una minuciosa
historia sobre el mismo ámbito geográfico, por lo que no podíamos meternos en
camisas de once varas. ¿Qué hacer? Yo tengo muchos materiales históricos, me
dijo un día Pedro, tú puedes escribir con ellos como base; yo puedo dibujar la
forma de la vieja Villa. Me pareció de perlas, así me liberaba yo de la dura
labor de investigar. Nos echamos a la piscina y salió el libro que ahora
tenemos entre las manos.
Scala es el hipotético antiguo de Escalante, villa marinera
cercana a Santoña, nuestro pueblo. Varias han sido las teorías sobre el origen
de su nombre, a cual más estrambótica. Unos decían que provenía del término
céltico “scalt”, que hacía referencia a aguas cálidas, como Las Caldas; otros
que los escalantinos eran buenos escaladores de murallas y que por eso se
llamaba así su pueblo de origen. Lo más seguro y racional, sin embargo, es
atenerse a la etimología. En la palabra «Escalante», se esconden dos vocablos
latinos, un nombre y una preposición: «Scala» y «ante», es decir parada antes
de llegar a algún otro sitio. Hemos optado por «Scala ante Portum». Puerto es
la actual Santoña, donde se embarcarían los peregrinos para seguir la ruta
marítima hacia Santiago. También podría considerarse «Scala ante Viam», pues
tras legua y media tras salir de Santoña, de Portus, se llegaba a Escalante
antes de tomar la Vía Agripa que comunicaba con Iulióbriga. Cualquiera de las
dos posibilidades es aceptable.
Scala es una novela medieval que se desarrolla en los viejos
tiempos de la formación del reino de Castilla, tiempos del Cid, tiempos de doña
Urraca, en la zona más septentrional e ignota y bárbara de los dominios
castellanos.
En ella se plasma la evolución del feudalismo, desde unas
formas familiares y amables, marcadas por la bonanza general de la población
que duró hasta el siglo XIII, hasta unas formas de dominio más brutal, más
deshumanizado, consecuencia de la disminución de las rentas de la tierra del
siglo XIV, como consecuencia de las pestes y las guerras. Los señores feudales
no se podían permitir, para mantener su nivel de vida, tratar con
condescendencia a los siervos; era preciso explotarlos y ponerles en su lugar.
En Escalante, en un principio, los dueños de la tierra eran
gentes repobladas, los Cítiz, los Bellítiz, que no pasaban de campesinos
enriquecidos. Tras ellos llegaron los Ceballos, gentes muy vinculadas con la
tierra, pero que dejaron paso a otros nobles foráneos, los Guevara, que
implantaron un régimen duro en extremo, que terminó con la rebelión de la
población.
Esta tendencia al endurecimiento feudal fue igual en todo el
mundo, Europa entera fue asolada por las rebeliones de los siervos. En España,
por ejemplo, se produjo la rebelión de los Irmandiños, que asolaron Galicia y
destruyeron todas las fortalezas de los nobles.
Lo anterior respecto al marco.
Respecto a los personajes, lo primero que nos llamó la
atención en los materiales que estábamos manejando, fue la importancia de la
presencia femenina en Escalante.
Cuando Pedro me empezó a pasar fichas sobre la historia de
Sancha Jimena, quedé muy sorprendido por la fuerza del personaje: propietaria
del pueblo, heredera de todas las estirpes, de la familia de Lara. También nos
encontramos a Bárbara de Blomberg y a otra mujer de rompe y rasga, la clarisa
Sor Juana Evangelista.
Ante esta presencia femenina, decidimos dividir a los
personajes en dos tipos. Por una parte los masculinos que tiraban de la acción,
así Sebastián Bellítiz y Martín Cítiz, los padres fundadores; el fuerte Martín
Samperio, guerrero que participó en la toma de Sevilla; Ruy González de
Ceballos, que marchó a Palestina; Ladrón de Guevara, señor feudal; Pedro de Santelices, su adversario; Juan de
Escalante, lugarteniente de Cortés, o Juan Castillo del Río, que se hizo rico
junto a Pizarro. Por otra, los femeninos, que darían su versión de la historia,
su peculiarísima visión escéptica de la misma.
Es decir, hay dos historias en esta novela: la gran historia de los
acontecimientos, y la pequeña historia, la real, la del día a día, la
doméstica. La primera tiene como protagonistas a los hombres, la segunda a la
mujer.
Entre las mujeres que pululan por esta novela está Mardra, la
molinera de Cerroja, un ser mitológico que termina formando su escuela de
mujeres expertas en lo oculto, en el culto a los viejos dioses, las brujas.
Tenemos a la sorprendente Sancha Jimena, hija del Conde de Lara, una mujer que
se hace pasar por tonta y que termina siendo el ama del pueblo. Juana Carrillo,
esposa del Almirante Ceballos, muñidora en la alcoba de la política de su
marido. Doña Elvira de Ceballos, que terminó siendo el puente entre la vieja y
la nueva forma de gobernar el feudo; María la Mora, que participó en las
mesnadas de Pedro el Cruel junto con su amante, el señor de Escalante; Petra
Sarabia, reconocida adivina de Escalante, que también aparece en alguna otra de
mis novelas; las Bacantes, las últimas sacerdotisas de la vieja religión;
Bárbara de Blomberg, ya demenciada que terminó sus días en Ambrosero y, por
último, Sor Juana Evangelista, la enérgica priora del convento de las Clarisas
que protegió el convento de los soldados del Arzobispo de Burdeos, cuando asoló
las marismas de Santoña.
No podemos hacer de nuestros personajes femeninos medievales,
trasuntos masculinos de los hombres; sería una incoherencia, por muy asumido
que tengamos los conceptos del feminismo actual. En nuestra historia, para ser
coherentes, cuando aparecen los hombres introducimos trepidancia y acción;
cuando aparecen las mujeres reflexión, monólogo y un ambiente de trébede y
confidencia. Ellos hacen la gran historia; ellas la convalidan. Con este truco
buscamos el equilibrio del ritmo narrativo.
Otro truco que utilizamos es el del lenguaje. Hemos procurado
que su lectura suene a un lenguaje antiguo sin serlo. Otra opción es la de
escribir en una especie de castellano antiguo; alguna obra hemos visto que lo
utiliza, pero no es estético, la verdad. Entre los trucos empleados para
conseguir este efecto de antigüedad es el de poner en boca de nuestros personajes
referencias religiosas. Hay que tener en cuenta que el hombre medieval es
intrínsecamente religioso. No podemos hacer que hablen como pescadores del
siglo XXI. Otro truco ha sido el de intercalar romances de ciego en el texto.
El problema más difícil con el que nos encontramos fue el de
cómo hacer una novela histórica cuyo tiempo narrativo fuera de casi seiscientos
años. Además, teníamos que las personas variaban generación tras generación y
generaban actos de difícil continuidad. De las tres unidades dramáticas:
acción, tiempo y espacio, sólo el espacio, Escalante, permanecía estable. ¿Cómo
hacer con esto una novela histórica?
Después de darle muchas vueltas, llegamos a la conclusión de
que deberíamos crear ciertos personajes que trascendieran el tiempo y los
avatares históricos. Varios personajes que, en definitiva, fueran inmortales.
Además, tenían que serlo sin que el lector se diera cuenta o, dándose cuenta,
nos lo perdonara.
Echamos mano del realismo mágico, que para eso está.
Creamos varios que andarían como Perico por su casa a lo
largo de toda la narración, sin explicaciones ni digresiones. Eran cuatro: Don
José Emeterio, cura que representa en toda la obra la bondad natural; Mardra,
alegoría de las fuerzas de la naturaleza; y dos caminantes, diseñados como los
caminantes de Forges, de nariz y bufanda, dedicados a pasear y comentar la
jugada de la historia, Fradeles y Llarines, trasunto del escepticismo
campesino.
Otros personajes que no son inmortales, pero que tienen la
misma naturaleza, son todos los señores llamados Ladrón de Guevara, cortados
por un mismo patrón, que dan tono a la obra y fomentan la rebeldía final.
Por último, puestos ya a trasgredir esquemas, nos permitimos,
igual que Hitchcock, hacer un quiebro y aparecer nosotros dos en la obra, al
final y de forma muy fugaz. Una especie de guinda.
No podemos terminar esta presentación sin hablar de un
personaje muy especial que aparece al final de la obra; un personaje mítico: La
Virgen de la Cama, que no es una mera imagen venerada, sino que llega a ser
personaje, de la mano de la priora, sor Juana Evangelista.
En fin, hemos procurado seguir fielmente la historia, pero
también se han recogido leyendas locales arropadas como los hechos de Runiego.
O la misma leyenda de la protección de la Virgen de la Cama en el ataque del
Arzobispo.
Decía
el cineasta francés Pierre Kast: «No acepto fácilmente la historia si veo que
el historiador cuenta historias. Por eso, que los novelistas se permitan retozar
alegremente en el terreno histórico, me ha parecido siempre un acto de legítima
defensa: al menos lo fantástico se presenta siempre a cara descubierta.»
Hemos
procurado seguir la historia donde ella se deja ver. Pero es dama caprichosa,
miedosa, juguetona y, cuando se esconde como el Guadiana, procuramos seguir su
hipotética senda hasta su reaparición.
Hay en
esta novela un poco de todo, con predominio de las escenas. Cada capítulo es
independiente, pero está engarzado con los demás gracias a los elementos
permanentes.
Encontrarán
monólogos interiores, elementos líricos, momentos de acción y trepidancia,
romances, escenas de amor… Es decir, hay un poco de todo, requisito
imprescindible para que una novela pueda considerarse buena. Así sea. Gracias.
Santander,
27 de mayo de 2015.
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