Me refiero al “diálogo ilustrado por el pensamiento del
narrador”. Veamos algún ejemplo de Carlos Rojas.
—Ram-Das
me enviaba flores con frecuencia y, de tarde en tarde, me invitaba a almorzar,
pero nunca trataba de hacerme la corte… ¿Quieres que siga?
No, claro que no lo quiero.
Miles de alfileres me pinchan la sangre, pero me mordería la lengua antes de
confesarlo.
—¿Por
qué no? Prosigue —respondo aparentando una indiferencia que estoy muy lejos de
sentir—. La historia es muy interesante… (El futuro ha comenzado, pag. 60)
El narrador, contando en presente, nos muestra su
pensamiento íntimo que contrasta con lo que contesta a la pregunta de su
interlocutora. Por eso digo que el diálogo está ilustrado por el pensamiento
del narrador.
Otro ejemplo sería el siguiente:
—Pudiste
negarte.
—No,
no pude, te prometo que no pude.
Estoy
convencido de que dice la verdad. En el fondo, pese a las apariencias y aunque
ella afirme lo contrario, Vivienne es una mujer muy débil…
—Cuando
todo acabó; cuando tú, como cadáver y como mártir perdiste actualidad, todos me
abandonaron…(El futuro ha comenzado, pag. 61)
Vemos que en el primer caso se muestra el pensamiento real
en contraste con lo que se dice, y en el segundo se emite un juicio de valor
crítico sobre lo que el interlocutor comenta.
Pero
esta ilustración puede tomar otros
derroteros menos intimistas, más descriptivos, como en el caso siguiente:
—¿Y
qué me cuenta usted del “espíritu” de Stanley Fernández?—pregunto a Saint
Mercy.
—“¡Parbleu!”
Tienes razón. Nos habíamos olvidado de su “espíritu” particular. El confirma mi
teoría. Pertenece al seudomisticismo oriental.
—No,
pertenece al espiritismo —le contradigo— y, si mal no recuerdo, els espiritismo
entra oficialmente en la leyenda en Hydesville, pueblecito del estado de Nueva
York, en 1847, con las hermanas Fox. Teddy, el espíritu de Stanley Fernández,
es panamericano hasta la esencia del ectoplasma.
La
historia de Teddy, que al parecer es el espíritu de Teodoro Roosvelet, empezó
hace dos años. Hugo Satanley Fernández había enviadado de su primera esposa,
una boliviana alta…(Siguen cinco largos párrafos desarrollando la historia del
espíritu Teddy y, al terminar, continúa el diálogo y la escena de presente)
—Mira
que si ahora se le apareciese el bueno de Teddy...—murmura Fernando. (El futuro
ha comenzado, pag 115)
Esta técnica es ralentizadora, pero ofrece al lector una
notable información y permite estructurar con eficacia la trama.
Puede utilizarse tanto cuando el narrador trabaja en primera
persona como cuando lo hace en tercera; tanto si es omnisciente tradicional
como si se trata de un narrador multiselectivo. Ven más problemática la
utilización de este diálogo ilustrado en el caso de un narrador cámara.
Por ejemplo, en el siguiente párrafo, de El asesino de César, Rojas tras la
intervención de los personajes introduce una acotación escénica y, a continuación,
se marca una digresión sobre el pensamiento del personaje de que trata el
capítulo, es decir, ilustra el diálogo con el pensamiento. En este caso trabaja
la tercera persona y el narrador omnisciente multiselectivo. No olvidemos que
en esta novela cambia el enfoque del narrador a cada capítulo, pues pasa de la
mente de uno a la de otro personaje en cada uno de ellos.
—¡Oh!
—¡Oh! ¡Oh! ¿Es eso cuanto sabe
decir, grandísimo imbécil?
Alfredo
Pradilla apretó los labios debajo del bigote, y los dientes debajo de los
labios. Admiraba casi devotamente a don Buenaventurita. No le importaba que el
jefe le insultase en privado, allá en la intimidad de su despacho en el ministerio.
Al contario, le producía una sensación de placer un poco vergonzosa, parecida a
la que sentía cuando, completamente desnudo, se dejaba atar en la cama por
Elenita y ella le cosquilleaba por todo el cuerpo con una pluma de almohada.
Además, experimentaba la imperiosa necesidad de superarse en lo futuro y crecía
en devota admiración por don Buenaventura Castaño. Pero le exasperaba verse
abochornado en presencia del chófer y de los tipos del naranjero que, en fin de
cuentas, no eran sino subordinados de ínfimo orden.
—Creo
que todo eso es muy extraño —dijo, por decir algo.
—¡Y
tan extraño —asintió don Buenaventurita. Su cólera se había desvanecido
bruscamente. Para él, el chófer y los del naranjero ni siquiera existían como
seres humanos.
El hecho de parar la acción, el diálogo, la escena, para
mostrarnos los sentimientos profundos de Padilla nos permite profundizar en el
personaje, claro que a cambio de ralentizar la acción. Es una técnica muy
apropiada para las obras de corte psicológico.
Cuando esta técnica de ralentización se lleva a sus últimos
extremos nos acercaríamos a la descripción de lo menudo y detallado típica de
la Escuala de la Mirada, de Robbé Grillé, de Buttor o de Duras. Por ejemplo, en
El asesino de César, Rojas escribe:
—¿Es cierto? —volvió a preguntar
Raimundo levantando la voz.
Le producía un amargo placer quebrar
aquel silencio, mientras todos sus hombres contenían el aliento. Su voz
infundió una honda sensación de poder. Se había quedado solo, en un mundo
paralizado, inmóvil, en un mundo de micos o de robots helados de p ánico bajo
el calor de la mañana tropical. Hasta el susurro del viento entre las palmeras
había callado como por milagro. Su mirada recorrió las filas de sus hombres,
barbudos, mugrientos, atezados, con las pistolas y los machetes al cinto, contemplándole
intensamente, con una fijeza cansada y bovina. Cualquiera que fuese su
decisión, ellos la aceptarían sin protestar. Habían luchado con él durante dos años,
y por él irían al mismo infierno si se lo ordenase. Raimundo se sintió un
Tamerlán, un Gran Mogol, resplandeciente de poder, con el destino del Universo
en sus manos. Una cálida satisfacción le humedeció las entrañas. Tuvo el
presentimiento de que la lucha ahora sería corta; prácticamente ya había
triunfado. Sólo faltaba terminar la liberación y rematar al tirano. Aquella
misma tarde iba a lanzar su última proclama —su última palabra— invitando a
toda la población a sumarse a una huelga general el apróximo lunes, si Muñiz no
dimitía y abandonaba antes el palis. La nación entera le seguía, embriagada de
gloria y entusiasmo. Dentro de tres días estaría ya en el poder… (Sigue así
durante varios párrafos)…
—¿Es cierto que ese hombre te ha
violado? —rugió dirigiéndose a la niña, y en seguida, bajando la voz, añadió en
un estrambote hipócrita—: hija mía…
Para la escena, deja a los actores en foto fija para
profundizar en el pensamiento de uno de ellos o en los detalles mínimos de una
acción, de un sentimiento, de una conexión vital.
Carlos Rojas, junto con Andres Bosch y el recientemente
fallecido Manuel García-Viñó fueron receptores en Espala de la Escuela de la
Mirada, de la Noveau Roman francesa.
Merece especial mención la novela Polución, de Manuel García Viñó, reeditada
recientemente por ACVF Editorial, en la que se hace una notable exhibición de
esta técnica.
Interesante forma de mostrar ese diálogo ilustrado, ese pensamiento ralentizador. Gracias.
ResponderEliminarGracias ti. Si sirven de algo estos apuntes habré aceptado.
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