lunes, 27 de julio de 2015

EL FUTURO HA COMENZADO. NOVELA DE CARLOS ROJAS.

         Sirvan estas letras como homenaje a un gran escritor, a un gran literato, maestro de maestros, Carlos Rojas, y a su olvidada, desconocida y perdida entre los estantes de muy pocas librerías de viejo de su extraordinaria novela El futuro ha comenzado.


         En el año 2010 ya se han producido tres guerras mundiales. Faltan tres días para que se celebre la Conferencia de París, tres días durante los que se desarrolla la trama. El tiempo narrado abarca los acontecimientos sucedidos desde la década de los setenta, que es cuando los protagonistas principales nacen. Estamos ante una ucronía fatalista que bien podía permanecer en el estante junto a Un mundo Feliz de Huxley y 1884 de Orwel. Terminada de escribir en 1958, acababa de producirse la Revolución Cubana y se atravesaba la parte más dura de la Guerra Fría, con un incierto futuro para la Humanidad, sometida a la posibilidad real de una destrucción masiva que muchos consideraban como inevitable. En lo literario, la depauperada intelectualidad española se debatía en torno al realismo social, tendencia literaria omnipresente en la que nadaba una intelectualidad adicta a todos los regímenes: el decadente fascismo o el creciente izquierdismo.
En la novela, la segunda de su producción, Carlos Rojas nos presenta el mundo interior de sus protagonistas, un ramillete de escépticos en una sociedad muy avanzada en la que el bajísimo nivel cultural ha llevado a una inanición intelectual de todos los ciudadanos, no sólo de los próceres, sino también de los habitantes pedestres del planeta.
Si el tiempo narrativo es de tres días y el lugar en el que transcurre la acción es París, esta consiste en la constatación de que la cuarta guerra mundial se producirá, inevitablemente, tras la celebración de la conferencia a la que asistirán los más importantes gerifaltes del mundo, en especial Hugo Stanley Fernández, de la Unión Panamericana, y Kobi Pall, de la Unión Euroasiática, pese a que ambos mandatarios mantienen por activa y por pasiva que su único interés está en el logro de la paz. Al final de la novela se confirma el pesimismo con su última frase: «… Y tres meses después empezaba la guerra.»
         El narrador es autodiegético, es decir que aparte de personaje es protagonista. Este individuo innominado nos cuenta en tiempo presente la evolución de esos tres días claves para la humanidad. Es un personaje muy bien informado y, sobre todo, muy bien relacionado, que sirve de engarce con el resto de los demás actores de la novela. Nos enteramos por su mediación de qué había llevado a la Humanidad a tan mal paso.
Parece ser que tras la Segunda Guerra Mundial se produjo una tercera en la que los norteamericanos y los rusos se fueron turnando en liberar a Europa, con lo que esta quedó arrasada. «…mi madre me enseñaba a rezar al acostarme: “Dios nos libre de ser liberados y nos dé la eterna esclavitud antes de volver a conocer cierta libertad circunstancial. Amén.”» Pero tras esta tercera contienda los continentes se agruparon en grandes bloques. Por una parte la Confederación Euroasiática, formada por India, China, Japón y Rusia, con capital en Delhi y de ideología neocomunista, que en nada se parecía al comunismo clásico; los rusos fueron los últimos en integrarse en la gran organización multiestatal, y lo hicieron a regañadientes, incluso se produce una rebelión de los obreros y estudiantes que fue aplastada por los euroasiáticos y que recuerda a las experiencias de la Primavera de Praga, o de Hungría. «El neocomunismo era diametralmente opuesto al comunismo y venía a ser algo parecido a un marxismo protestante.» Por otra parte, el capitalismo panamericano era tan alienante como el pseudosocialismo euroasiático. Por activa y por pasiva iba a producirse una cuarta guerra mundial con Europa como escenario una vez más, y con la búsqueda de la paz como justificación.
Los dos regímenes mundiales (pues los países árabes entre los que se integraba Israel, no tienen en la novela la misma relevancia, pese a que se nos informa de que están también agrupados en la Unión Panárabe) son dictaduras con máscara democrática; su instrumento de dominio es el control vigilante de los ciudadanos y la generalización de la estupidez. El narrador hace referencia a 1984 de Orwel, aunque asegurando que se había quedado corto en cuanto a la capacidad de control del Gran Hermano. En la ficción de Rojas, la represión y la violencia están omnipresentes, «Ser condenado a muerte significaba escapar del infierno de los interrogatorios y de las palizas, perder la condición de bestia idiotizada por los palos y recobrar la condición humana para morir ejecutado, que es la más noble de todas las muertes pues es la única vedada a los animales
Pero, aparte de los dos grandes bloques mundiales había surgido un partido muy especial, Renovación Prehistórica, creado por el español Fernando Sánchez, una organización desquiciada que pretendía buscar la solución de la humanidad con la vuelta a las cavernas, un esperpento al más puro estilo de Valle; una organización que oponía un anarquismo prehistórico  al neocomunismo de unos y al capitalismo orgánico de otros. Se trata de una formación que parece copiada de cualquier modelo neonazi actual, con himnos, vestimentas y hasta enemigos viscerales: los artificiales.
Estos personajes, los artificiales, que vivían en todos los bloques políticos, eran descendientes de los niños probeta. Tras la guerra, las mujeres se entregaron a una prostitución más profunda que la conocida hasta entonces… Escuchemos lo que escribe Rojas al respecto: «Eran mujeres que habían sobrevivido a la guerra por una burla siniestra; pero que en la guerra lo habían perdido todo: su alma, su honor, su derecho a la existencia, sus padres, sus esposos, sus hermanos, sus hijos, sus amigos; mujeres sucias, casi desnudas, enloquecidas, idiotizadas, mujeres que estaban muertas desde hacía mucho tiempo y que ahora vendían sus ovarios: su único patrimonio por un montón de pringosos billetes desvalorizados que les permitían comer durante unos meses y arrastrar aquel escarnio de vida que era su existencia, para entregarse al fin a la prostitución que las devoró en su mayor parte.» Pues bien, los hijos nacidos de aquellos ovarios esclavos eran de dos tipos: los hombres con aspecto de enanos, grandes cabezas y cerebros de superdotados; las mujeres de una belleza sin igual, pero con una capacidad intelectual para poder sobrevivir y poco más. Tenían la característica curiosa de que padecían la enfermedad del cáncer, que ya había sido erradicada entre los humanos naturales. Las personas, digamos, normales, a cambio de no padecer cáncer sufrían de la llamada “enfermedad de los escrúpulos de conciencia”. «Los afectados de este terrible mal manifestaban como primer síntoma una violencia desesperada y claustrofóbica. Presas de un arrebato incontenible, se lanzaban inmediatamente a la calle, con los ojos desorbitados e inyectados de sangre, golpeándose el pecho y desgarrándose el rostro con las uñas mientras confesaban públicamente entre aullidos de dolor, todos sus pecados. La enfermedad se declaraba siempre del modo más sorprendente e inesperado. Atacaba a un político en mitad de un discurso electoral, cuando prometía bienes sin cuento a sus posibles electores. Caía como un rayo sobre la dama altruista, consagrada a obras benéficas. Hacía presa del marido adúltero que fornicaba con mujer ajena. Se abatía sobre la muchacha mojigata y moralista cuando se entregaba al más mísero de todos los paraísos artificiales. Hería como un rayo al general del estado mayor que presidía un desfile con el pecho cubierto de condecoraciones. La muerte de los enfermos de escrúpulos de conciencia constituía un espectáculo horrible y desgarrador. Morían habitualmente en medio del arroyo o sobre las aceras de las calles, como ratas apestadas evadidas de las alcantarillas, mientras los transeúntes huían aterrorizados de su lado. Agonizaban confesando públicamente a gritos todos sus pecados, babeando, retorciéndose y pataleando como si una escena de brujería medieval hubiese resucitado en pleno siglo XX.» Cuando un normal era afectado por esta rara enfermedad, la única forma de curarlo era la inoculación de células cancerígenas obtenidas de los artificiales. Estos eran gentes perseguidas, hacinadas en guetos objetivo de los progromos de los prehistóricos, ante la indolencia de las autoridades de uno y otro bloque.
Establece la novela un marco de presente que desarrolla la vida del protagonista durante estos días previos a la Conferencia, las conversaciones con unos y con otros y la remembranza de lo sucedido hasta el incierto presente que le ha tocado vivir. Entre los personajes de mayor relieve están las dos mujeres, digamos, del protagonista Vivianne y Blanche, la una neocomunista asiática y la otra escéptica, fanática aquella, escéptica esta, que terminan identificándose en la desesperanza por el futuro de todos; Roberto Sánchez, el español líder de los renovadores prehistóricos, que se ve superado por su propia creación, la cual empezó siendo poco más que un juego y termina convirtiéndose en un movimiento irracional que irrumpe con furia en la política mundial; Francis de la Ferte, el escéptico por excelencia, crítico con todos los demás personajes, quizá el más lúcido de todos ellos; el optimista profesor de la Sorbona, Saint Merci, representante del buenismo izquierdista; aparte de otros que no tienen gran profundidad, pero que son importantes como los mismos líderes Hugo Satanley y Kobi Pall, personajes de plástico, intercambiables, similares, así como todos los funcionarios subalternos, extensiones de los grandes jefes, como Robert Bolagne, anarquista prehistórico, Maslof, líder del partido eurocomunista en Rusia, Miguel Quiroga y Caron de la Ferte del partido panamericano europeo.
Carlos Rojas es un maestro del extrañamiento, como en la impresionante escena en la que el inteligente y crítico Francis de la Ferte, en pleno sancta sanctorum de los prehistóricos, junto al cadáver de uno de ellos elevado a la categoría de mártir por haber sido asesinado por los artificiales (según estos radicales neonazis prehistóricos, lo que justificaría un terrible progromo), en estas condiciones Francis, digo, para pasmo de todos los presentes, y en especial del lector, propina un puñetazo en el rostro del cadáver; resultó ser un muñeco de cera.

Es una novela de anticipación, típica de aquellos tiempos de posguerra, pero también asimilable por el lector actual, que ve cumplidas muchas de las predicciones de Rojas pasados los años. No se logra entender la postergación de esta gran obra literaria, en nada inferior a las del mismo género de su época. Su autor fue, quizá, el más importante de los escritores de la también postergada y olvidada corriente literaria que dio en llamarse “nueva novela española” o “realismo total” o “realismo metafísico”, la receptora de la nouveau roman francesa en España. Las otras dos grandes figuras de esta corriente fueron Manuel García Viñó y Andrés Bosch. Una lástima de literatos del más alto nivel, perdidos para la historia de la literatura por la incuria y mala fe de los gestores culturales, por la fuerza destructora del mercantilismo cultural, por el caustico olvido destructor de todo lo que se mueve, de todo lo que vive. 

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