Sirvan estas letras como homenaje a un gran escritor, a un
gran literato, maestro de maestros, Carlos Rojas, y a su olvidada, desconocida
y perdida entre los estantes de muy pocas librerías de viejo de su
extraordinaria novela El futuro ha
comenzado.
En el año 2010 ya se han producido tres guerras mundiales.
Faltan tres días para que se celebre la Conferencia de París, tres días durante
los que se desarrolla la trama. El tiempo narrado abarca los acontecimientos
sucedidos desde la década de los setenta, que es cuando los protagonistas
principales nacen. Estamos ante una ucronía fatalista que bien podía permanecer
en el estante junto a Un mundo Feliz de Huxley y 1884 de Orwel. Terminada de
escribir en 1958, acababa de producirse la Revolución Cubana y se atravesaba la
parte más dura de la Guerra Fría, con un incierto futuro para la Humanidad,
sometida a la posibilidad real de una destrucción masiva que muchos
consideraban como inevitable. En lo literario, la depauperada intelectualidad
española se debatía en torno al realismo social, tendencia literaria
omnipresente en la que nadaba una intelectualidad adicta a todos los regímenes:
el decadente fascismo o el creciente izquierdismo.
En la
novela, la segunda de su producción, Carlos Rojas nos presenta el mundo
interior de sus protagonistas, un ramillete de escépticos en una sociedad muy
avanzada en la que el bajísimo nivel cultural ha llevado a una inanición
intelectual de todos los ciudadanos, no sólo de los próceres, sino también de
los habitantes pedestres del planeta.
Si el
tiempo narrativo es de tres días y el lugar en el que transcurre la acción es
París, esta consiste en la constatación de que la cuarta guerra mundial se
producirá, inevitablemente, tras la celebración de la conferencia a la que
asistirán los más importantes gerifaltes del mundo, en especial Hugo Stanley
Fernández, de la Unión Panamericana, y Kobi Pall, de la Unión Euroasiática,
pese a que ambos mandatarios mantienen por activa y por pasiva que su único
interés está en el logro de la paz. Al final de la novela se confirma el
pesimismo con su última frase: «… Y tres meses después empezaba la guerra.»
El narrador es autodiegético, es decir que aparte de personaje
es protagonista. Este individuo innominado nos cuenta en tiempo presente la
evolución de esos tres días claves para la humanidad. Es un personaje muy bien
informado y, sobre todo, muy bien relacionado, que sirve de engarce con el
resto de los demás actores de la novela. Nos enteramos por su mediación de qué
había llevado a la Humanidad a tan mal paso.
Parece
ser que tras la Segunda Guerra Mundial se produjo una tercera en la que los
norteamericanos y los rusos se fueron turnando en liberar a Europa, con lo que
esta quedó arrasada. «…mi madre me enseñaba a rezar al acostarme: “Dios nos
libre de ser liberados y nos dé la eterna esclavitud antes de volver a conocer
cierta libertad circunstancial. Amén.”» Pero tras esta tercera contienda los
continentes se agruparon en grandes bloques. Por una parte la Confederación
Euroasiática, formada por India, China, Japón y Rusia, con capital en Delhi y
de ideología neocomunista, que en nada se parecía al comunismo clásico; los
rusos fueron los últimos en integrarse en la gran organización multiestatal, y
lo hicieron a regañadientes, incluso se produce una rebelión de los obreros y
estudiantes que fue aplastada por los euroasiáticos y que recuerda a las
experiencias de la Primavera de Praga, o de Hungría. «El neocomunismo era
diametralmente opuesto al comunismo y venía a ser algo parecido a un marxismo
protestante.» Por otra parte, el capitalismo panamericano era tan alienante
como el pseudosocialismo euroasiático. Por activa y por pasiva iba a producirse
una cuarta guerra mundial con Europa como escenario una vez más, y con la
búsqueda de la paz como justificación.
Los
dos regímenes mundiales (pues los países árabes entre los que se integraba
Israel, no tienen en la novela la misma relevancia, pese a que se nos informa
de que están también agrupados en la Unión Panárabe) son dictaduras con máscara
democrática; su instrumento de dominio es el control vigilante de los
ciudadanos y la generalización de la estupidez. El narrador hace referencia a
1984 de Orwel, aunque asegurando que se había quedado corto en cuanto a la
capacidad de control del Gran Hermano. En la ficción de Rojas, la represión y
la violencia están omnipresentes, «Ser condenado a muerte significaba escapar
del infierno de los interrogatorios y de las palizas, perder la condición de
bestia idiotizada por los palos y recobrar la condición humana para morir ejecutado, que es la más noble de
todas las muertes pues es la única vedada a los animales.»
Pero,
aparte de los dos grandes bloques mundiales había surgido un partido muy
especial, Renovación Prehistórica, creado por el español Fernando Sánchez, una
organización desquiciada que pretendía buscar la solución de la humanidad con
la vuelta a las cavernas, un esperpento al más puro estilo de Valle; una
organización que oponía un anarquismo prehistórico
al neocomunismo de unos y al
capitalismo orgánico de otros. Se trata de una formación que parece copiada de
cualquier modelo neonazi actual, con himnos, vestimentas y hasta enemigos
viscerales: los artificiales.
Estos
personajes, los artificiales, que vivían en todos los bloques políticos, eran
descendientes de los niños probeta. Tras la guerra, las mujeres se entregaron a
una prostitución más profunda que la conocida hasta entonces… Escuchemos lo que
escribe Rojas al respecto: «Eran mujeres que habían sobrevivido a la guerra por
una burla siniestra; pero que en la guerra lo habían perdido todo: su alma, su
honor, su derecho a la existencia, sus padres, sus esposos, sus hermanos, sus
hijos, sus amigos; mujeres sucias, casi desnudas, enloquecidas, idiotizadas,
mujeres que estaban muertas desde hacía mucho tiempo y que ahora vendían sus
ovarios: su único patrimonio por un montón de pringosos billetes desvalorizados
que les permitían comer durante unos meses y arrastrar aquel escarnio de vida
que era su existencia, para entregarse al fin a la prostitución que las devoró
en su mayor parte.» Pues bien, los hijos nacidos de aquellos ovarios esclavos
eran de dos tipos: los hombres con aspecto de enanos, grandes cabezas y
cerebros de superdotados; las mujeres de una belleza sin igual, pero con una
capacidad intelectual para poder sobrevivir y poco más. Tenían la
característica curiosa de que padecían la enfermedad del cáncer, que ya había
sido erradicada entre los humanos naturales. Las personas, digamos, normales, a
cambio de no padecer cáncer sufrían de la llamada “enfermedad de los escrúpulos
de conciencia”. «Los afectados de este terrible mal manifestaban como primer
síntoma una violencia desesperada y claustrofóbica. Presas de un arrebato
incontenible, se lanzaban inmediatamente a la calle, con los ojos desorbitados
e inyectados de sangre, golpeándose el pecho y desgarrándose el rostro con las
uñas mientras confesaban públicamente entre aullidos de dolor, todos sus
pecados. La enfermedad se declaraba siempre del modo más sorprendente e
inesperado. Atacaba a un político en mitad de un discurso electoral, cuando
prometía bienes sin cuento a sus posibles electores. Caía como un rayo sobre la
dama altruista, consagrada a obras benéficas. Hacía presa del marido adúltero
que fornicaba con mujer ajena. Se abatía sobre la muchacha mojigata y moralista
cuando se entregaba al más mísero de todos los paraísos artificiales. Hería
como un rayo al general del estado mayor que presidía un desfile con el pecho
cubierto de condecoraciones. La muerte de los enfermos de escrúpulos de
conciencia constituía un espectáculo horrible y desgarrador. Morían
habitualmente en medio del arroyo o sobre las aceras de las calles, como ratas
apestadas evadidas de las alcantarillas, mientras los transeúntes huían
aterrorizados de su lado. Agonizaban confesando públicamente a gritos todos sus
pecados, babeando, retorciéndose y pataleando como si una escena de brujería
medieval hubiese resucitado en pleno siglo XX.» Cuando un normal era afectado
por esta rara enfermedad, la única forma de curarlo era la inoculación de
células cancerígenas obtenidas de los artificiales. Estos eran gentes
perseguidas, hacinadas en guetos objetivo de los progromos de los
prehistóricos, ante la indolencia de las autoridades de uno y otro bloque.
Establece
la novela un marco de presente que desarrolla la vida del protagonista durante
estos días previos a la Conferencia, las conversaciones con unos y con otros y
la remembranza de lo sucedido hasta el incierto presente que le ha tocado
vivir. Entre los personajes de mayor relieve están las dos mujeres, digamos,
del protagonista Vivianne y Blanche, la una neocomunista asiática y la otra
escéptica, fanática aquella, escéptica esta, que terminan identificándose en la
desesperanza por el futuro de todos; Roberto Sánchez, el español líder de los renovadores
prehistóricos, que se ve superado por su propia creación, la cual empezó siendo
poco más que un juego y termina convirtiéndose en un movimiento irracional que
irrumpe con furia en la política mundial; Francis de la Ferte, el escéptico por
excelencia, crítico con todos los demás personajes, quizá el más lúcido de
todos ellos; el optimista profesor de la Sorbona, Saint Merci, representante del
buenismo izquierdista; aparte de otros que no tienen gran profundidad, pero que
son importantes como los mismos líderes Hugo Satanley y Kobi Pall, personajes
de plástico, intercambiables, similares, así como todos los funcionarios
subalternos, extensiones de los grandes jefes, como Robert Bolagne, anarquista
prehistórico, Maslof, líder del partido eurocomunista en Rusia, Miguel Quiroga y
Caron de la Ferte del partido panamericano europeo.
Carlos
Rojas es un maestro del extrañamiento, como en la impresionante escena en la
que el inteligente y crítico Francis de la Ferte, en pleno sancta sanctorum de los prehistóricos, junto al cadáver de uno de
ellos elevado a la categoría de mártir por haber sido asesinado por los
artificiales (según estos radicales neonazis prehistóricos, lo que justificaría
un terrible progromo), en estas condiciones Francis, digo, para pasmo de todos
los presentes, y en especial del lector, propina un puñetazo en el rostro del
cadáver; resultó ser un muñeco de cera.
Es una
novela de anticipación, típica de aquellos tiempos de posguerra, pero también
asimilable por el lector actual, que ve cumplidas muchas de las predicciones de
Rojas pasados los años. No se logra entender la postergación de esta gran obra
literaria, en nada inferior a las del mismo género de su época. Su autor fue,
quizá, el más importante de los escritores de la también postergada y olvidada
corriente literaria que dio en llamarse “nueva novela española” o “realismo
total” o “realismo metafísico”, la receptora de la nouveau roman francesa en España. Las otras dos grandes figuras de
esta corriente fueron Manuel García Viñó y Andrés Bosch. Una lástima de
literatos del más alto nivel, perdidos para la historia de la literatura por la
incuria y mala fe de los gestores culturales, por la fuerza destructora del
mercantilismo cultural, por el caustico olvido destructor de todo lo que se
mueve, de todo lo que vive.
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