No pretendo generar discusión sobre una cuestión polémica,
sino reflexionar sobre mi experiencia. Además, ¿es cuestión polémica el
análisis de un tipo de personaje literario? No vamos a hablar de mujeres y de
hombres, sino de personajes. ¿Qué es un personaje? Un ente de ficción (persona,
animal o cosa), que entra en conflicto con otros de su misma ralea en un marco
narrativo. Es decir que vamos a hablar de entes de ficción, y ¿qué polémica del
tipo feminismo o machismo puede generar un personaje imaginado?, pues ninguna,
caramba, aunque todas estas precauciones son importantes para que este pobre
escritor no sea lapidado por gentes cerradas de mollera de uno u otro bando, de
la militancia profeminista o antifeminista, digo.
La experiencia a la que me refería es lo bien que me he
sentido trabajando con un personaje femenino en una obra que acabo de terminar
titulada “Mariana”. Como ese personaje de La
¨Vida de Bryan que quería ser mujer y que lo llamasen Loreta, yo siempre
quise utilizar un protagonista femenino, mero espíritu de superación personal,
pues he visto que es general en las escritoras trabajar personajes femeninos y
en los escritores masculinos, aunque hay excepciones. ¿Es tan difícil ponerse
en el pellejo del sexo contrario al escribir?, pensé. ¿Difícil a mis años, con
la experiencia que tengo?, afiné. ¿Es que yo no puedo ponerme en el pellejo de
cualquier viejorra de mi edad, yo que he navegado por los siete mares y he conocido
mujeres en los cien mil puertos?, maticé. Pues lo hago, ¡qué leche!, decidí.
Luego
conocí a Mariana, mi personaje, quedé fascinado y la di vida. Releí la obra y
quedé contento, como Dios quien leyó su creación, vio que era buena —hay que
ser infeliz—, y al séptimo día descansó. Acto seguido, ya picado al verde,
decidí hacer una novela de romanos, ¡fíjense qué ordinariez!, de romanos nada
menos, con trompetería de tubas mientras la legión maniobra al mando de Julio
César. ¿Por qué tomé esa decisión? Pues por otro reto de esos que me impongo
cada cierto tiempo, iuvenes dum sum,
que no viene a cuento que explique en esta parrafada; quédense con que he
creado otro personaje femenino, Cornelia, que he empezado a definir como la
opuesta a mi Mariana, esta depresiva, aquella proparanoica, una triste, la otra
vital… ¿Pero qué te sucede, Javier?, me ha cortado una buena amiga que sigue
mis escritos con paciencia, ¿padeces furor uterino a tu edad? No amigos, no me
dan las hormonas, un sí es no es dormidas, para tanto. Lo que sucede es que
creo que el personaje femenino es más
manejable literariamente que el masculino. Ya está, ya lo he dicho, lluevan
piedras y escupitajos.
Aclaremos. Una novela es el espacio ficticio en el que
varios personajes entran en CONFLICTO, lo resuelven y se disuelven volviendo a
la nada de que nacieron. Conflicto entre personajes. No es fácil de soportar
una novela en la que el conflicto —si es que existe tal cosa— no se plantee más
bien pronto que tarde, una novela en la que el autor se dedique a marear la
perdiz mientras se recrea en palabras y reflexiones tontas, que parece que van escribiendo
lo que les sale de la mollera así, sin filtro, como si ello fuera muy literario,
y no me hagan citar que luego pasa lo que pasa, aunque los que me conocen bien saben
a quienes me refiero. Hay mucho de eso en nuestros días. En cine, sin embargo,
la competencia para satisfacer al cliente ha hecho que no haya película, buena
o mala, en la que el conflicto no se plantee de inmediato.
¿Qué genera el conflicto? TENSIÓN narrativa. Ejemplo: un
personaje (hombre) desea a un personaje (mujer) un tanto escurridizo. Ella lo
desprecia y él se arroja de cabeza a un charco o se tira de un guindo. Vemos
que la tensión narrativa lleva al personaje a tomar una decisión, a ejecutar
una acción, en este caso de huida de la realidad. Es decir, que el conflicto
genera ACCIÓN.
Bueno, pues según las experiencias literarias que les estoy relatando,
he llegado a la conclusión —y esto es lo discutible—, de que la acción del
personaje masculino suele ser limitada. Es decir, que para que el tipo sea
verosímil, hemos de utilizar un juego de posibles acciones circunscrito en
cierto modo, que se pueden reducir en la búsqueda del éxito (conquistar a la
moza en plan toro miura), o el fracaso (dejarse llevar por la desesperanza y
suicidarse). Entiéndanme, esto es una generalización burda, pero puede servir
para entendernos. Es decir, que para que el personaje masculino sea creíble,
hemos de utilizar un elenco de actitudes más bien bifásico, porque el hombre en
este mundo, resumiendo resumiendo, no tiene más que dos caminos, de acuerdo con
la educación y el rol al que se le ha querido someter: o comerse el mundo o
achantarse.
En el caso del personaje mujer —ojo, que sigo diciendo
personaje— la mochila de opciones que lleva a la espalda es mayor, pues para
que aparezca como real podemos disponer de más alternativas que las meramente
bipolares. Puede buscar el triunfo o el fracaso, como el hombre, pero también
ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario. ¿Será por el carácter más
reflexivo que le confiere la maternidad?, ¿por cierta complicidad femenina que
parece que dulcifica la relación con otros personajes?, ¿será por esto que sus
pensamientos pueden presentarse ante el lector en varias capas superpuestas que
le permiten al escritor jugar a desenrollarlas? No diría que no.
Por otra parte, el personaje masculino, tan sencillote en su
esencia, aunque siempre tanto hombre como mujer se pueden complicar hasta el
infinito, es campo abonado para lo grotesco y el humor, porque, en el ejemplo
de más arriba, ¿a quién se le ocurre tirarse a un charco para suicidarse? Por
eso hay personajes masculinos inolvidables, como don Joseíño Bastida en la Saga Fuga de JB de Torrente Ballester, o
Martín en Vida de Martín Pijo, de
Baquero. Y, ya aquí, les voy a confesar un truquillo literario que no falla:
los personajes masculinos feos dan mucho más juego que los guapos, los
contrahechos que los apolíneos, los pasmados que los rapidines, los tontos que
los listos.
No me apedreen, por caridad, que esto no es más que una
sugerencia, una subjetividad vergonzante, algo menos que una reflexión y algo
más que un pensamiento, que nace de lo bien que me he encontrado con mi Mariana
y lo bien que me siento, de momento, con mi Cornelia en gestación.
Claro, que si esto es así, digamos como hipótesis, el hecho
de que todas, o casi todas, las escritoras escriban sobre mujeres, personaje
más manejable literariamente hablando, que da más juego por ser más plástico
que el personaje masculino, tiene una explicación técnica. Hasta el momento se
pensaba que era porque feminismo de las escritoras las condicionaba o, como he
leído en algún lugar impresentable, porque no son capaces de ponerse en la piel
de un macho remacho. ¡Paparruchas! Las escritoras escriben sobre personajes
mujeres porque son más listas que el hambre, y porque saben que así llevan buena
ventaja técnica.
Pues
nada, que viva el travestismo literario. Yo me apunto.
Cuando leas mi novela, VEO MUJERES DESNUDAS EN LA IGLESIA, te vas a dar cuenta que estoy totalmente de acuerdo contigo.
ResponderEliminarVaya, llevo dos comentarios escritos y no sale ninguno...hoy no es mi día.
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