domingo, 2 de agosto de 2015

LA MUJER COMO PERSONAJE LITERARIO

         No pretendo generar discusión sobre una cuestión polémica, sino reflexionar sobre mi experiencia. Además, ¿es cuestión polémica el análisis de un tipo de personaje literario? No vamos a hablar de mujeres y de hombres, sino de personajes. ¿Qué es un personaje? Un ente de ficción (persona, animal o cosa), que entra en conflicto con otros de su misma ralea en un marco narrativo. Es decir que vamos a hablar de entes de ficción, y ¿qué polémica del tipo feminismo o machismo puede generar un personaje imaginado?, pues ninguna, caramba, aunque todas estas precauciones son importantes para que este pobre escritor no sea lapidado por gentes cerradas de mollera de uno u otro bando, de la militancia profeminista o antifeminista, digo.

         La experiencia a la que me refería es lo bien que me he sentido trabajando con un personaje femenino en una obra que acabo de terminar titulada “Mariana”. Como ese personaje de La ¨Vida de Bryan que quería ser mujer y que lo llamasen Loreta, yo siempre quise utilizar un protagonista femenino, mero espíritu de superación personal, pues he visto que es general en las escritoras trabajar personajes femeninos y en los escritores masculinos, aunque hay excepciones. ¿Es tan difícil ponerse en el pellejo del sexo contrario al escribir?, pensé. ¿Difícil a mis años, con la experiencia que tengo?, afiné. ¿Es que yo no puedo ponerme en el pellejo de cualquier viejorra de mi edad, yo que he navegado por los siete mares y he conocido mujeres en los cien mil puertos?, maticé. Pues lo hago, ¡qué leche!, decidí.
Luego conocí a Mariana, mi personaje, quedé fascinado y la di vida. Releí la obra y quedé contento, como Dios quien leyó su creación, vio que era buena —hay que ser infeliz—, y al séptimo día descansó. Acto seguido, ya picado al verde, decidí hacer una novela de romanos, ¡fíjense qué ordinariez!, de romanos nada menos, con trompetería de tubas mientras la legión maniobra al mando de Julio César. ¿Por qué tomé esa decisión? Pues por otro reto de esos que me impongo cada cierto tiempo, iuvenes dum sum, que no viene a cuento que explique en esta parrafada; quédense con que he creado otro personaje femenino, Cornelia, que he empezado a definir como la opuesta a mi Mariana, esta depresiva, aquella proparanoica, una triste, la otra vital… ¿Pero qué te sucede, Javier?, me ha cortado una buena amiga que sigue mis escritos con paciencia, ¿padeces furor uterino a tu edad? No amigos, no me dan las hormonas, un sí es no es dormidas, para tanto. Lo que sucede es que creo que el personaje femenino es más manejable literariamente que el masculino. Ya está, ya lo he dicho, lluevan piedras y escupitajos.
         Aclaremos. Una novela es el espacio ficticio en el que varios personajes entran en CONFLICTO, lo resuelven y se disuelven volviendo a la nada de que nacieron. Conflicto entre personajes. No es fácil de soportar una novela en la que el conflicto —si es que existe tal cosa— no se plantee más bien pronto que tarde, una novela en la que el autor se dedique a marear la perdiz mientras se recrea en palabras y reflexiones tontas, que parece que van escribiendo lo que les sale de la mollera así, sin filtro, como si ello fuera muy literario, y no me hagan citar que luego pasa lo que pasa, aunque los que me conocen bien saben a quienes me refiero. Hay mucho de eso en nuestros días. En cine, sin embargo, la competencia para satisfacer al cliente ha hecho que no haya película, buena o mala, en la que el conflicto no se plantee de inmediato.
         ¿Qué genera el conflicto? TENSIÓN narrativa. Ejemplo: un personaje (hombre) desea a un personaje (mujer) un tanto escurridizo. Ella lo desprecia y él se arroja de cabeza a un charco o se tira de un guindo. Vemos que la tensión narrativa lleva al personaje a tomar una decisión, a ejecutar una acción, en este caso de huida de la realidad. Es decir, que el conflicto genera ACCIÓN.
         Bueno, pues según las experiencias literarias que les estoy relatando, he llegado a la conclusión —y esto es lo discutible—, de que la acción del personaje masculino suele ser limitada. Es decir, que para que el tipo sea verosímil, hemos de utilizar un juego de posibles acciones circunscrito en cierto modo, que se pueden reducir en la búsqueda del éxito (conquistar a la moza en plan toro miura), o el fracaso (dejarse llevar por la desesperanza y suicidarse). Entiéndanme, esto es una generalización burda, pero puede servir para entendernos. Es decir, que para que el personaje masculino sea creíble, hemos de utilizar un elenco de actitudes más bien bifásico, porque el hombre en este mundo, resumiendo resumiendo, no tiene más que dos caminos, de acuerdo con la educación y el rol al que se le ha querido someter: o comerse el mundo o achantarse.
         En el caso del personaje mujer —ojo, que sigo diciendo personaje— la mochila de opciones que lleva a la espalda es mayor, pues para que aparezca como real podemos disponer de más alternativas que las meramente bipolares. Puede buscar el triunfo o el fracaso, como el hombre, pero también ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario. ¿Será por el carácter más reflexivo que le confiere la maternidad?, ¿por cierta complicidad femenina que parece que dulcifica la relación con otros personajes?, ¿será por esto que sus pensamientos pueden presentarse ante el lector en varias capas superpuestas que le permiten al escritor jugar a desenrollarlas? No diría que no.
         Por otra parte, el personaje masculino, tan sencillote en su esencia, aunque siempre tanto hombre como mujer se pueden complicar hasta el infinito, es campo abonado para lo grotesco y el humor, porque, en el ejemplo de más arriba, ¿a quién se le ocurre tirarse a un charco para suicidarse? Por eso hay personajes masculinos inolvidables, como don Joseíño Bastida en la Saga Fuga de JB de Torrente Ballester, o Martín en Vida de Martín Pijo, de Baquero. Y, ya aquí, les voy a confesar un truquillo literario que no falla: los personajes masculinos feos dan mucho más juego que los guapos, los contrahechos que los apolíneos, los pasmados que los rapidines, los tontos que los listos.
         No me apedreen, por caridad, que esto no es más que una sugerencia, una subjetividad vergonzante, algo menos que una reflexión y algo más que un pensamiento, que nace de lo bien que me he encontrado con mi Mariana y lo bien que me siento, de momento, con mi Cornelia en gestación.
         Claro, que si esto es así, digamos como hipótesis, el hecho de que todas, o casi todas, las escritoras escriban sobre mujeres, personaje más manejable literariamente hablando, que da más juego por ser más plástico que el personaje masculino, tiene una explicación técnica. Hasta el momento se pensaba que era porque feminismo de las escritoras las condicionaba o, como he leído en algún lugar impresentable, porque no son capaces de ponerse en la piel de un macho remacho. ¡Paparruchas! Las escritoras escriben sobre personajes mujeres porque son más listas que el hambre, y porque saben que así llevan buena ventaja técnica.

Pues nada, que viva el travestismo literario. Yo me apunto.

2 comentarios:

  1. Cuando leas mi novela, VEO MUJERES DESNUDAS EN LA IGLESIA, te vas a dar cuenta que estoy totalmente de acuerdo contigo.

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  2. Vaya, llevo dos comentarios escritos y no sale ninguno...hoy no es mi día.

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