Una
novela histórica es como todas las demás novelas: requiere una planificación
minuciosa a partir de una idea generatriz, un proyecto básico, un proyecto de
ejecución, la delimitación de unidades de ejecución, estudios de detalle y
alzado. ¡Qué terminología! Se nota que he sido urbanista, ¿verdad?
Su
especificidad, sin embargo, radica en que el proyecto básico viene dado por los
hechos históricos.
Lo anterior
sea dicho de una manera general, para entendernos, pues diferente es la
secuencia histórica y la secuencia narrativa. La secuencia narrativa supone que
en el transcurso de los hechos intercalaremos las peripecias de nuestros
personajes. A la hora de la verdad, mientras estudiamos y ubicamos en su sitio
el hecho histórico, su fuerza arrastra al hecho ficticio, de manera que
podríamos decir, sin mucho error, que el proyecto básico viene dado.
Por esto,
precisamente, es recomendable que los escritores que se acercan a este arte de
Calíope dediquen algo de su actividad a afilar la pluma en novelas históricas.
Eso, por ejemplo, hizo Jonathan Swift, quien dentro de su producción nos ofrece
una gran cantidad de relatos cortos que no debieron llevarle mucho trabajo,
aunque eso sí, no son novelas sino mera divulgación histórica.
Hay
dos formas de acercarse a la novela histórica: la vía del apasionamiento y la
del ejercicio de aprendizaje.
Personas
hay que sienten verdadera pasión por la Historia, mejor por determinados
momentos de la historia. Les hay a quienes les vuelven locos las crónicas de
romanos, a otros todo lo relacionado con los egipcios y hasta hay quien se
chifla por la levita de Napoleón. Hay gente pató,
como dijo el Gallo. Como son forofos de la historia y hasta saben redactar,
terminan, tarde o temprano, lanzándose a la aventura de escribir una novela
histórica. Sin arte literario perpetran graves atentados contra la literatura.
Catedráticos de historia con grandes tesis y libros varios sobre la época de Al
Andalus, pero que no han escrito más que cuentos de enanitos para sus hijos
cuando eran chicos, se lanzan a componer novelas como Almanzor, pinto el caso,
con un par de razones: quiero y puedo. En ocasiones tienen cierta proyección
mediática y académica y creen que pueden convertir su obra en best sellers, total, escribir lo hace un
tonto, yo tengo mil tesis escritas. El resultado de este afán de los profesores
o de los legos que son muchos más, bestsellerados,
es la confección de productos mercantiles que apenas tienen valor literario y
que nada más ser asimilados por el lector, pasan a la papelera de reciclaje del
cerebro en su integridad, es decir, al olvido. Con este comportamiento el noble
arte de escribir novelas históricas, las herederas directas de los poemas
épicos de la antigüedad, se ha desprestigiado hasta tal punto que muchos creen
que el subgénero es literatura basura. Lo malo es que tienen razón; al menos un
noventa por ciento de todo cuanto se escribe es de esta pésima condición.
Pero
hay otra forma de acercarse a la novela histórica: el de la práctica literaria.
Todos los conocimientos que se aprenden en un taller pueden aplicarse, rodar y
experimentarse en este tipo de obras, pensadas como ejercicio. De hecho, lo
normal es que estas prácticas terminen en obras de notable calidad. Pero, sobre
todo, la Historia, en su multiforme presencia, está al alcance de todos, y más
hoy día, con los medios técnicos de que dispone el escritor. Por lo tanto, mi
primer consejo: no liar el ovillo con complejos argumentos contemporáneos; muy
al contrario, aconsejo practicar con relatos cortos de trasfondo histórico o,
¿por qué no?, con novelas históricas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario