jueves, 12 de marzo de 2015

LOS PROCESOS MENTALES EN EL RELATO

                Sabemos que para plasmar los procesos internos, las lucubraciones del narrador o del personaje, disponemos de los siguientes instrumentos: uno básico, que es el ESTILO LIBRE INDIRECTO, cuando el narrador da pie al personaje para que plasme su  pensamiento en su propio parlamento; ejemplo: 

“El hombre escribía a la caída de la tarde, la luz tenue, el sol que escapaba, el olor a medicina en aquel cuartucho inmundo; ¿de qué escribiría? ¿quién lo iba a leer?, y si alguien se dignaba tomarlo y leerlo, ¿entendería la profundidad del mensaje?” Esas preguntas, ¿de quién son?, ¿del narrador?, ¿del personaje que escribe y tiene sus dudas? Está claro que del segundo, al que el primero ha dado, como si dijéramos, la alternativa torera: mira, le ha dicho, te dejo este pedazo de mi párrafo, donde digo que estás escribiendo a la caída de la tarde, para que introduzcas tu pensamiento, ¿vale?
                Otra forma de profundizar en el proceso mental de un personaje (ya sabemos que el narrador, aunque trabaje la tercera persona es también un personaje), es el MONÓLOGO NARRADO que, al fin y al cabo, es un estilo libre indirecto llevado a sus últimas consecuencias. Ejemplo: “¿Entenderían la profundidad del mensaje? Era poco probable, como era también poco probable que ella, su amor, hubiera muerto de una forma tan tonta; porque no puede ser más ridículo el hecho de dejar esta vida porque le haya caído a uno un tiesto desde un quinto piso. Y lo peor, era él quien se lo había arrojado, sin querer, aquella triste tarde de otoño, como todos los otoños, estación en la que siempre le sucedían los peores hechos de su vida…” Y así, asociando ideas, podríamos seguir indefinidamente. Se escribe en tercera persona y el narrador nos cuenta, nos narra el monólogo del personaje.
                Pero, ¿Y si se escribe en primera persona? Para eso tenemos el MONÓLOGO INTERIOR, pues es el narrador-personaje, quien nos cuenta la historia en primera persona, el que se marca unos pases de reflexiones: “No sé qué hacer con este relato, ¿cómo lo voy a acabar? Me he trabado en la página cien, como siempre; ¿por qué no haré caso a Tazón y planificaré mi novela desde el principio? Sí, eso es lo que debo hacer…”
                Pero hay un nivel más profundo, el FLUJO DE CONCIENCIA, o lo que yo llamo la “tira del pensamiento”. Vamos a imaginar que podemos meter la mano en el cerebro del personaje, agarrar su pensamiento profundo por una esquinita y, con mucho cuidado para no generar un derrame, sacarlo poco a poco del cráneo y extenderlo, extenderlo, como si fuera una cinta de telégrafo antiguo. Si luego lo miramos, tal cual está, tal cual nace veremos que está repleto de frases incompletas, destellos lingüísticos, anacolutos (frases sin terminar), interjecciones, juramentos, dolores de tripas, temores antiguos, temores próximos, más expresiones incorrectas, trozos de frases con ausencia del verbo, verbos sin complementos, sujetos sin verbos, es decir, un desastre. Pues, amigos, eso es el pensamiento real, contante y sonante, del que sacamos la miga para hacer este pastel que es la literatura. Si reproducimos un flujo de conciencia tal y como nos sale, haríamos un engendro ininteligible. Pero sí podremos trucarlo un poco, pues hacer literatura es crear con palabras sensaciones no iguales, sino equivalentes a la realidad. Tendremos que escribir el pensamiento profundo del personaje de forma entrecortada, sin mucha gramática, pero relativamente inteligible. Ejemplo: “Sí porque él no había hecho nunca una cosa así antes como pedir que le lleven el desayuno a la cama con un par de huevos desde los tiempos del hotel City Arms cuando se hacía el malo y se metía en la cama con voz de enfermo haciendo su santísima para hacerse el interesante ante la vieja regruñona de Mrs. Riordan que él creía que la tenía enchochada y no nos dejó ni un céntimo todo para misas para ella solita y su alma tacaña….” Se reconoce, ¿verdad? Es el Monólogo de Mooly del Ulises de Joyce.

                Estos son los instrumentos para narrar los “procesos mentales”. En otra ocasión hablaremos de las leyes que los rigen. 

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