Transcribo, a continuación, un
artículo de la prestigiosa activista madrileña Eileen Waltman, en la que
proporciona ciertas ideas rompedoras, instrumentos de combate revolucionario,
que nos complace ayudar a difundir.
CARIDAD REVOLUCIONARIA
Eileen Wlatman.............
Lo primero criticar el título de este artículo porque pocas
contradicciones pueden ser tan notorias como esos dos términos: caridad y revolución,
caridad cristiana se entiende, revolución de los de abajo, digo. Son
contradictorias porque quien practica la primera acepta el orden establecido y aquellos
que persiguen la revolución buscan que se haga justicia, no que se pongan al enfermo parches
melifluos.
Sin
embargo, no lo cambio porque deseo subrayar el trabajo extraordinario, para sus
fines claro, de organizaciones católicas como Cáritas, cuyas cocinas no paran de trabajar por atender a miles y
miles de desharrapados, cada vez más; víctimas de un sistema que pretende
empobrecer a toda la población, hacer tabla rasa de la economía y los recursos
para luego reconstruirla con sombras de cementerio, con personas descerebradas
por el miedo e inservibles, zombis sociales.
Esa
organización y otras afines son la punta de lanza de la Iglesia Católica,
organización multisecular que huele el peligro en el ambiente como el lobo detecta
la inminente extensión del incendio por el bosque. Saben bien que los pobres
son su objetivo, su tabla de salvación para mantener los ingresos de parroquias
y curatos, de obispados y canonjías. Los ricos están asegurados y no hay visos
de lograr mayores donaciones, que son agarrados de bolsillo incluso para
auxiliar a sus fieles amigos con sotana, hábito y bragas de bayeta; es preciso
sacarles la tela a los pobres: que sigan encargando misas, rosarios,
comuniones, funerales, bodas. Esa es la base de sustentación de la Iglesia
eterna, la que no puede menguar, la que hay que aumentar y, para eso está
Cáritas regalando al pueblo desde su más generoso espíritu caritativo, santo y
pastoral. Con la misma finalidad de servir de polo de atracción de los humildos,
ha nacido un nuevo santo, un papa de los pobres, un Francisco de Asís redivivo,
de rodillas sangrantes de tanto como se humilla frente a las llagas abiertas de
los pobretes de Dios. Saben que en los indigentes está su futuro, el
mantenimiento de los privilegios, la manduca, en fin. ¿Por qué no aprendemos de
tan eficaz organización?
Hace tiempo, antes de que estallara el ojo del huracán,
escribí un opúsculo que titulé Levantaos,
porque indignarse no es suficiente. Eran los estadios preliminares de la Revolución
en la que, aunque no se crea, estamos ya metidos sin remisión. Salía al paso de
otra obrita, muy light, de un veterano combatiente francés: Indignaos. Eran tiempos de las grandes
movilizaciones, de la Primavera Árabe, de las concentraciones de Madrid… la
prehistoria, vamos, aunque haya transcurrido tan poco tiempo. Por aquel
entonces se pensaba, con la más inconsciente ingenuidad, que el cambio sería
absoluto e inminente, pacífico e inevitable, fruto de la voluntad del pueblo.
No se contaba con el efecto natural del miedo: la inhibición de la acción, la
desmovilización.
El pánico paralizó al proletariado alemán en tiempos del
nazismo. Trazó una amplia autopista por la que rodaron millones de judíos, de
deficientes, de pobres, de homosexuales y de comunistas, hasta los hornos
crematorios. Todos marchaban con miedo pero esperanzados de que no fueran ellos
las víctimas, a la postre, de que lo fueran otros. Dicen que la esperanza fue
el único mal que quedó dentro de la caja de Pandora cuando se abrió y que ese
vicio capital es el que permite al humano vivir de ilusiones.
Hoy se
está repitiendo la historia. Pensemos, por ejemplo en los funcionarios, los
nuevos judíos los culpables de todos nuestros males, esos canallas de narices
prominentes, culos gordos de tanto estar sentados y barrigas de vividores, esos que se han comido el
dinero público, los que tienen que desaparecer por el bien de todos; al menos
así nos los presenta la propaganda oficial y extraoficial. ¿Alguien duda de que
es el despilfarro de las administraciones lo que nos ha llevado a este callejón sin salida?
¿Alguien mira hacia los bancos y sus exagerados beneficios y a su vieja
voluntad de conceder créditos a toche moche? Sí, claro, pero los funcionarios…
son muchos, y hemos gastado con alegría, y eso no volverá… y hay mucho amigo en
la Administración, mucho conserje y mucho paniaguado… con todo eso hay que acabar.
¿O no es cierto que se piensa así? El otro día, un pariente con el que poseo en
proindiviso una casucha en un barrio pobre de Madrid, hombre muy del pepé, me
dijo que bien podríamos alquilarla en seis mil euros al mes e ir pagando así
los gastos… «que siempre habrá algún funcionario que pueda asumir tal renta»,
afirmó tajante; ¡santa estulticia! Es lo mismo que se decía de los judíos, que
siempre guardaban los doblones en los pliegues de la faltriquera.
Además,
para que el símil funcionario-judío se total, vemos cómo se realizan día a día
actos de hostigamiento y humillación contra ese colectivo de gentes
atemorizadas: aumento de horarios de trabajo, disminución de salario,
eliminación de pequeñas ventajas como días de permiso, eliminación de pagas,
etc., medidas todas que no se pueden justificar con la falacia del aumento de
la eficacia; al contrario, son claros actos de intimidación. El final está
claro: su exterminio y la sustitución por una nueva raza de empleados
chupópteros: los arios, los amigos de los amigos, las jóvenes promesas de la
privatización general, que saldrá más cara que cien administraciones actuales.
¿Empiezas
por la caridad y sigues por los funcionarios, Eileen? ¿No desvarías? No diré
que no, dado que soy bastante mayor, pero todo está entrelazado, pues cuando se
acabe con los funcionarios empezarán con los pensionistas y se dará la puntilla
al resto de la clase trabajadora. ¿El objetivo?, que nuestra economía quede
como una tabla rasa para que luego pueda ser reconstruirla con capital del
norte. Los que dirigen, al más alto nivel, que creo sí existe una amplia
conspiración contra el pueblo, han llegado a la conclusión de que ya no hace
falta una demoledora guerra genocida para acabar con los medios de producción,
que basta con el control de la información y el miedo.
El
miedo, ese gran desmovilizador. Los movimientos de resistencia, en especial en
Madrid, son muy activos y, me consta, repletos de gentes comprometidas,
dispuestas a batirse con quien haga falta. Su vanguardia, está claro, el
movimiento de los escrache y de la lucha contra las hipotecas, ámbito en el que
se pone en entredicho todo el sistema y la función social de la propiedad.
Recuerdo que cuando era yo trotskista, ¡oh tiempos!, se hablaba de consignas de
transición para referirse a reivindicaciones como la dación en pago, en las que se ponía en entredicho la esencia del
sistema, sin salirse del concepto de justicia, y que servían para poner en evidencia las más agudas
quiebras del sistema.
Es un
acierto la lucha comprometida de estas gentes, y la de otros cientos, miles de
activistas en todo el estado, pero no
suficiente.
No es
suficiente porque la población está aterrorizada, esperando el palo de los
viernes, las medidas dictadas por los del norte a sus vasallos españoles, y así
no se puede sacar a la calle al pueblo en las proporciones que serían
necesarias para cambiar el escenario. La vanguardia bienintencionada se
maravilla de que, pese a tanto sufrimiento, nadie se mueva y se aguante
latigazo tras latigazo en nuestras tiernas carnes de gentes acostumbradas a la
quietud del consumo. ¿Cómo es posible algo así? Gracias al gran aliado de la oscuridad:
el miedo.
No se
puede luchar contra él sólo con palabras. El objetivo de todos los movimientos
sociales conscientes de lo que está sucediendo es extender la movilización,
aumentar el radio de conciencia para movilizar más, para aumentar el radio y
movilizar más, y así sucesivamente. No es mala idea eso de la espiral
revolucionaria, pero resulta ineficaz porque el voluntarismo nunca venció al pánico.
Y aquí
viene a cuento la referencia a la caridad cristiana: lo que yo propongo es imitar al adversario.
En
Palestina, el grupo islámico Hamás avanzó, durante años, gracias a trabajos
constantes de asistencia social. Formaban comedores sociales, proporcionaban
asistencia jurídica y médica, llegaron a facilitar hasta protección policial;
crearon, en definitiva, la estructura paralela del poder. Parece ser que esa es
la técnica preferida de trabajo de los movimientos de masas islamistas, como
los Hermanos Musulmanes —ya podemos prepararnos para esa nueva ola que se
aproxima cada vez más—. No todos los ciudadanos pueden aportar su brazo armado
a la revolución islámica, una viejecita de El Cairo no participará en las
manifestaciones, pero aportará un kilo de arroz al comedor social; ya estará
colaborando. Un niño desnutrido no es útil en la intifada, pero cuidando su
bienestar están preparando a un fadayín. Un obrero reacio participar en huelgas, si es asistido por los
servicios jurídicos del movimiento, perderá sus reticencias para apoyar a sus
hermanos. La filosofía de estos movimientos es muy simple: ayudar al pueblo, en
sus necesidades básicas, algo que no hace el Estado.
Otra
muestra de este método de lucha callada y activa está en los primitivos
cristianos. Según el filósofo marxista Kark Kautsky (Orígenes del Cristianismo) en
los turbulentos años de la Judea del tiempo de Jesús, las posturas estaban muy
radicalizadas y había varias sectas enfrentadas: esenios, fariseos, zelotes y,
por supuesto, los cristianos o los que luego adquirieron tal nombre. Estos se
diferenciaban de los demás grupos en que trabajaban en Jerusalén, entre el
lumpen-proletariado urbano, proporcionando, sobre todo, asistencia social y
comedores. De ahí el simbolismo cristiano de la eucaristía.
Por
último, se me ocurre otro ejemplo más cercano, la Unión de Hermanos Proletarios
que surgió en 1936, en España, para unificar las fuerzas de las diversas
tendencias obreras a partir de una idea básica: atender a las necesidades
primarias del pueblo. No habría sido posible la resistencia, durante tres años,
a un ejército profesional y bien armado, si no se hubiese contado con esta
fuerza capaz de aunar los intereses de todo el proletariado, pues sabido es que
cada organización tiraba del carro para su esquina. ¿En qué consistía el
trabajo de la UHP?, en construir comedores y escuelas, en formar asesorías
jurídicas y médicas, en difundir la cultura entre los más desfavorecidos y
otras pequeñas actividades que no se traducían en movilización inmediata, pero
que fueron la base de la unión obrera.
¿Qué hacer, pues? Seguir con las movilizaciones, organizar
manifestaciones, apoyar todo movimiento reivindicativo, aumentar la base para
la acción, organizarse, organizarse, organizarse… pero, además, crear cocinas económicas revolucionarias, dar
asesoría jurídica al margen de los sindicatos, crear oenegés de médicos sin
fronteras dentro de nuestras fronteras, organizar casas de cultura, casas del
pueblo, lugares de acogida a mujeres maltratadas, atención organizad a los
desahuciados, fondos económicos de solidaridad y cooperativas de consumo y
autoayuda. La idea es que, cada cuatro activistas sociales comprometidos, tres
puedan enfocar sus energías hacia la asistencia social.
Sólo con una Cáritas
Revolucionaria, podríamos aumentar el círculo de la movilización. Sólo
atendiendo al pueblo, creando lazos de solidaridad entre los maltratados hijos
de nuestra patria, podremos enfrentarnos al miedo.
Pese a todo, la Revolución ha comenzado.
En Madrid, a 23 de
abril de 2013.
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