Mientras
estamos discutiendo sobre si los e-book suponen o no un avance, sobre la
piratería informática, sobre las pérdidas editoriales; mientras los escritores
se mesan las barbas y los moños con tanto como “han dejado de ganar” a
consecuencia de las descargas ilegales; mientras los medios discuten de la baja calidad de la
lectura entre nuestros jóvenes; mientras nos horrorizamos ante los informes
PISA; mientras todos nos empujamos por ver si publicamos nuestras obritas;
mientras contemplamos pasmados cómo los bestselerados son subidos a las más
altas cumbres de lo académico; mientras todo esto sucede, nos estamos quedando,
poco a poco, paso a paso, con nocturnidad y alevosía, sin libros físicos, de
esos de carne de papel, los de siempre, los clásicos modernos y no pocos
clásicos del pasado; y este proceso, amigos, este proceso que fluye imparable
bajo nuestros pies, no tiene vuelta atrás.
Estamos ante el más grande crimen de
aculturación que ha conocido la historia. Los libros están desapareciendo
delante de nuestros ojos y ni nos enteramos; claro, estamos demasiado
informados y, ya se sabe, el exceso de información es desinformación.
¿Pero
qué dice este tío?, oigo comentar a algunos.
Con un ejemplo me explicaré mejor. Estoy preparando un trabajo sobre la
llamada “nueva novela histórica latinoamericana”, una de mis pasiones.
Necesito, con urgencia, hacerme de tres libros de Abel Posse, un argentino aún
vivo, que escribió una trilogía cuyos títulos son: “Daimón”, “Los perros del paraíso” y “El largo
atardecer del caminante”. La última
publicación de estas tres obras es del año 2003, en “Debolsillo”. No se
encuentran, han sido descatalogados. Ya
puedes ir a pedirlos a Estudio, a Kattigara o al sursumcorda. No los
encontraréis. Mi indignación es enorme porque estamos hablando del 2003, no del
siglo pasado.
¿Estarán en
las bibliotecas públicas? Pues tampoco, porque con esto de la crisis, no se
adquieren fondos y, cuando hay tela, en la mayoría de ellas se compra sólo lo
nuevo, lo último, lo que quieren los lectores, e incluso se hacen encuestas
entre estos por saber lo que les apetece leer. ¿No son las bibliotecas lugares
en los que se custodia la cultura, almacenes del saber, arcanos del pasado?
Pues no, e incluso es muy frecuente que se fomente el intercambio de libros
para “extender” la cultura, como oí a un bibliotecario decir hace poco: «No
entiendo eso de guardar los libros, si la gente ya los ha leído, lo lógico es
que se deshaga de ellos». Eso sí, he encontrado los tres que buscaba en
librerías de viejo gracias al fantástico portal “uniliber”, pero, ¡pasmémonos!,
uno de esos títulos, “Los perros del paraíso”, precisamente el que es paradigma
de la corriente literaria que estoy estudiando, salió a la venta en 2003 con
Debolsillo, como digo, por seis euros, hoy lo venden en la Librería Alcaná de
Madrid por doce. ¿Qué significa esto?, que la gente lo pide. Sin embargo, a los
editores les pesa mucho y a las librerías también; se podrían vender, pero gota
a gota. Los que interesan son aquellos libros que puedan salir a chorros, a
cataratas más bien. Los lentos, los de gran carga cultural, no son rentables de
ninguna manera.
Bueno,
pues esto que me ha sucedido con las obras de Abel Posse, me ha pasado también
con otras de Ignacio Aldecoa, de Andrés Bosch, de Carlos Rojas, de Mercedes
Salisach (recientemente fallecida) y hasta de Juan Goytisolo y, en general, de
toda la literatura de los años cincuenta a ochenta del siglo pasado. Curioso el
caso de Aldecoa, pues sí se encuentran obras de su mujer, Josefina Aldecoa,
incomparablemente menos relevante que él para nuestras letras, pero que le
sobrevivió y ha estado mucho en el candelero. Pero es que, amigos, la obra de
Álvaro Cunqueiro está descatalogada también y de la de Gonzalo Torrente
Ballester ya no se encuentran muchos títulos y lo mismo sucede con la de Álvaro
Mutis, que falleció el pasado año, del que con gran esfuerzo pude encontrar una
antología, pero obras sueltas de él ninguna. ¿Se dan cuenta de la talla de los
autores citados? Sus trabajos están
desapareciendo, no del mercado, sino del mundo, del planeta. En cincuenta años
su recuerdo será sólo una cita en antologías, trabajo de eruditos que no podrán
ni aproximarse a la calidad de la literatura de sus estudiados, porque no
tendrán acceso a sus obras. Nos estamos quedando sin cultura reciente.
¿Qué
significa la descatalogación?, que las editoriales, las grandes editoriales,
retiran del mercado determinados títulos que, según su plan de ventas, no les
son rentables. Ocupan espacio y se venden muy lentamente. ¿El objetivo?, dejar
hueco a la trepidante publicación diarréica, libros que duran una semana en
cartel y que luego pasan al ostracismo.
Si
eso sucede con los grandes clásicos, aplicaos el cuento todos los que queráis
escribir. Sabed que, si lo lográis, vuestros libros no durarán en el mercado,
físicamente digo, ni cinco años; en el escaparate una semana. Que, pasado ese
tiempo, amigos, restarán sólo los ejemplares que os hayáis guardado para
repartir entre vuestros familiares. ¿He dicho cinco años?, mucho tiempo me
parece.
Por
otra parte, que nadie piense que los soportes informáticos son la solución,
cambiantes por propia naturaleza y por imperativo del mercado, de vida muy
limitada. En muy pocos años, esas ingentes colecciones de libros pirateados, de
textos digitalizados, de archivos informáticos, serán pasto de la nada. De
todos es conocida la pérdida de más de trescientas películas mudas de la
prehistoria cinematográfico, que se han perdido para siempre porque no se han
podido transformar en formatos más modernos. Mutatis mutandis, lo mismo sucederá con los maravillosos archivos
informáticos megiganteos.
Es
alarmante, sí. Nos estamos quedando sin cultura, sí. ¿Qué podemos hacer? Leer,
aprender de memoria, retener el saber, buscar libros por debajo de las piedras antes
de que desaparezcan, acumular, no prestarlos, ser cicateros con ellos,
considerarlos como joyas, pues lo serán y mucho en un futuro. Ahí está el
problema del imparable proceso de desculturación, y no en la piratería de e-books, que no pasa de ser una mera pantalla
de humo.
¿Qué
se hace físicamente con los libros descatalogados? ¿Dónde llevan Planeta,
Mondadori y demás gigantes los títulos que retiran del mercado? ¿No os lo
imagináis? Los queman. ¿Os suena a algo esto? ¿Es aterrador? Pues así es el presente,
¡imaginaos el futuro!
Cielos, Javier, miedo me das...el panorama es desalentador, es cierto, pero tampoco creo que la cosa sea apocaliptica. es cierto que nos estamos quedando sin cultura, pero por razones un poco más complicadas. Lo de los libros físicos estaba cantado, se veía venir, pero de ahi a que los libros en formato digital no sean la solución...yo creo que si lo son.
ResponderEliminarTe voy a decir lo que hacen las grandes editoriales con los libros descatalogados: los queman. Talmente como en Fahrenheit, sí. Lo digo porque una editorial en la que publicó mi marido le escribió para avisarle de que los ejemplares sobrantes de su libro habian sido destruidos...¡¡ni siquiera le preguntaron si él los quería conservar!! Y es una editorial importante, no la cito pero es importante, y aseguraba que no tenían espacio. Lo lógico sería digitalizar los libros, a partir de ahora e incluso realizar un trabajo de digitalización de los descatalogados.
Me interesa mucho eso que dices de la narrativa histórica latinoamericana, cuando termines ese texto hazmelo saber.