domingo, 14 de marzo de 2010

Cántabros, astures, moros, comida y sexo

He de confesar, desolado, en este rinconcín gastronómico dedicado a la literatura, que nuestras letras patrias, (entendiendo por tal el terruño, en el sentido más puro del término, la tierra de nuestros padres) son torponas en lo tocante a describir los placeres de la buena mesa. Ya lo dije en mi anterior artículo sobre la obra del maestro, don José María de Pereda. Estoy seguro de que, rascando, rascando, podrían hallarse textos aceptables en los que alguna de nuestras plumas se explaye más de lo literariamente correcto en estos asuntos tan prosaicos.

Por supuesto sé que fuera de Cantabria hay notables excepciones que honran al idioma de Cervantes, como es el caso de Vázquez Montalbán con su personaje Carvalho, o Miguel Delibes que, cuando tiene ocasión hace hablar a sus personajes de vinos y cosechas, o del novel Camilo en ocasiones, pero todo ello es muy poco en comparación con las maravillosas descripciones orientales, como la siguiente, tomada de las Mil Noches y Una Noche (versión de Mardrus): «Llegó, ¡oh hués­ped! el momento de endulzarnos el paladar. Empecemos por los pas­teles. ¿No da gusto ver esa pasta fina, ligera, dorada y rellena de almendra, azúcar y granada, esa pasta de katayefs sublimes que hay en ese plato? ¡Por vida mía! Prueba uno o dos para convencerte. ¿Eh? ¡Cuán en su punto está el almíbar! ¡Qué bien salpicado está de canela! Se comería uno cincuenta sin hartarse, pero hay que dejar sitio para la excelente kenafa que hay en esa bandeja de bronce cin­celado. Mira cuán hábil es mi repostera, y cómo ha sabido trenzar las madejas de pasta. Apresúrate a comerla antes de que se le vaya el jarabe y se desmigaje. ¡Es tan delicada! Y esa mahallabieh de agua de rosas, salpicada con alfónsigos pulverizados; y esos tazones llenos de natillas aromatizadas con agua de azahar.» Sí, ya sé que el detective Carvalho dice cosas parecidas, pero lo hace fuera del argumento, como aprovechando la voz literaria del narrador para ofrecer al público sus recetas preferidas de cocina; quitad los fogones de su obra y el argumento ni se mueve ni se altera. En la narrativa árabe clásica, sin embargo, la dulce gula está soldada a la trama, al tema y al tono narrativos. Esta crítica a nuestra literatura en general, la extiendo y subrayo para las letras cántabras en particular.
Y es que, quizá, tengamos las gentes del Norte, en especial los cántabros y los astures, poca necesidad de narrar esas cosas. Imaginemos a nuestros legendarios antepasados, en sus pallozas, a la luz de la lumbre, en los umbrales de la historia, cuando la fantasía sólo podía alimentarse con consejas narradas boca a oído, contándose cuentos mientras degustaban buenas piezas de jabalí o de venado. Qué diferente sería por esas mismas fechas la narración oral del humilde grupo de beduinos, en mitad del desierto arábigo comiendo dátiles y deseando escuchar la música celestial de las narraciones culinarias que les adobara la imaginación, esa despensa infalible de los pobres.
El cocido montañés, el pote asturiano, la fabada (que es tan asturiana como cántabra, ojo), el guiso de caricones estofados (con un poquitín de chorizo como en la zona de Voto), el arroz con leche espeso y cremoso, los sobaos, los quesos de Liébana y de Asturies, todos esos manjares y muchos más, han sido los culpables, en tanto que han llenado nuestra panza de placer indecible, de haber devorado la vena culinaria de nuestros excelsos escritores. Y, lo anterior ha acaecido tanto en Cantabria como en Asturias. No será la primera ni la última vez que defienda yo la unidad esencial de las dos regiones: igual raza, igual lengua, igual historia y lo que es más palpable, igual gastronomía.
Este hecho literario, histórico e incontrovertible, ha marcado nuestras letras, las ha hecho rígidas y, sobre todo, integristas, conservadoras y derechonas. ¿Cómo lo diría para que se entienda y que nadie se enfade? Muy fácil, ¿Qué viene tras llenar la panza? La danza; dicho de otra forma, la gula lleva a la lujuria y, como lógico correlativo, de la descripción glotona es más fácil pasar a la vertiente sensual de la narración. ¿Qué no me explico bien? Vean cómo se expresa ese libro de las Mil Noches y Una Noche tras describir un banquete: «Pero tales eran sus gestos y sus piruetas, que las jóvenes se des­ternillaban de risa, y empezaron a tirarle cuanto vieron a mano: los almohadones, las frutas, las bebidas y hasta las botellas. Y la más bella de todas se levantó entonces y fue adoptando toda clase de pos­turas, mirando a mi hermano con ojos como entornados por el deseo, y después se fue despojando de todas sus ropas, hasta quedarse sólo con la finísima camisa y el amplio calzón de seda. Pero entonces se le acercó la vieja y le dijo: "Ahora te toca correr detrás de ella. Porque cuando se excita con la bebida y con la danza, acostumbra desnudarse por completo, pero no se entrega a ningún amante sin haber examinado su cuerpo desnudo y su ligereza para correr, juzgándole entonces digno de ella. De modo que la vas a perseguir por todas partes, de habitación en habitación, hasta que la puedas atrapar. Y sólo entonces consentirá que la ca­balgues”. Y mi hermano, al oír aquello, se quitó el cinturón de seda y se dispuso a correr. Y la joven se despojó de la camisa y de lo demás, y apareció toda desnuda, cimbreándose como una palmera nueva. Y echó a correr, riéndose a carcajadas y dando dos vueltas al salón. Y mi hermano la perseguía con el armamento en ristre.»
¡Caramba con los Shimbades y los Aladinos! ¿A que pocos de ustedes sabían que las Mil y Una Noches fueran tan verdusconas? Los que escribimos en castellano, yo el primero, mucho tendríamos que aprender de los clásicos árabes, que son capaces de bajar el arte hasta el más puro y biológico suelo. Quizás seríamos más racionales, menos rígidos, más permisivos y flexibles. Porque, en el tiempo y momento en que se come y se bebe, poca jurisdicción tienen los pesares, como decía el maestro de maestros, Miguel de Cervantes.

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