domingo, 16 de marzo de 2014

EL DADO DE MARFIL

    Así titulo a la segunda novela integrada en El Mapa Perdido, tres novelas en una, que en quince días, poco más o menos, tendremos en el mercado. En ella, Lope de Haro, el Escribano, compañero inseparable de Juan de la Cosa, tiene que vérselas con un avejentado Pedro Jado, jefe de la policía portuguesa. 
Si recuerdan, en El Cartógrafo de la Reina, Pedro era un joven que marchó al sur con la mesnada de Juan de la Cosa, pero que quedó en Portugual corriendo sus propias aventuras, que le llevaron a las más altas magistraturas en el reino vecino. Este hombre, ya viejo, retornó a su localidad natal, a Argoños, en cuya iglesia aún se guarda el escudo de armas de la familia, un escudo concedido por la nomarquía portuguesa. Lope de Haro, también mayor, aunque más joven que Pedro, tras los largos años de aventura con el Cartógrafo, decide retirarse a Monte Hano, el monasterio franciscano de Escalante, donde vive una vida dedicada a escribir las crónicas del Descubrimiento. Pero la llegada de Jado, el viejo camarada, trastoca su paz. El viejo policía portugués sabía mucho y contaba poco; sabía, sobre todo, del viaje que Juan de la Cosa realizó a Portugal para entrar en contacto con Vespuccio y saber si en sus expediciones los lusos habían llegado al que hoy conocemos como Estrecho de Magallanes. Sin embargo, Jado estaba destrozado por ciertas experiencias traumáticas vividas recientemente y había dado en la absurda idea de poner fin a sus días mediante un original suicidio: comiendo, empapuzándose de alimentos y matándose poco a poco. Era un excelente gourmet y como Lope también tenía destreza en la cocina, congeniaron y se reencontraron. Entre plato y plato Jado desgrana las confesiones de aquella aventura de espionaje protagonizada por Juan de la Cosa en Portugal, a cargo de la Corona de Castilla, aventura en la que a punto estuvo de morir. La gastronomía está tan presente en esta obra porque durante dos años fui columnista gastronómico-literario del diario Alerta y tarea en la que me dedicaba a poner verdes a los escritores que ignoraban el comer y el placer culinario en sus obras, sin darme cuenta de que yo hacía lo mismo. Cuando un buen amigo me llamó la atención al respecto, rectifiqué, lo que indica que algo tendré de sabio, y como tenía entre manos esta historia, el cierre de la trilogía sobre Juan de la Cosa, me apliqué a la tarea. He intentado unir aventura con gastronomía, tramas de espionaje y marinería con la confección de platos medievales; trepidancia y sensualidad, misterio policíaco y aventura histórica; he querido, en definitiva, dar a mis personajes una dimensión humana, más que de héroes olímpicos de tragedia. ¿Lo habré conseguido? Los lectores tienen la palabra. Muy pronto: El Mapa perdido y, dentro de esta obra, la novela El dado de marfil.

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