Se ha diferenciado entre lo fantástico, lo insólito y lo maravilloso; se ha hablado hasta la saciedad de realismo mágico, no se ha logrado encasillar en ninguna de las citadas categorías las obras de Gonzalo Torrente Ballester, su trilogía fantástica y novelas afines, ni a las de Álvaro Cunqueiro. Es difícil definir, la verdad, y menos encasillar en escuelas literarias a estos dos grandes autores; sin embargo, creo que sus obras estarían cómodas en un saco en el que también se introdujeran películas de cine inglés, tipo Monty Python, o españolas como «Amanece que no es poco» y, por supuesto, con la obra surrealista de Dalí.
¿En qué se diferencia el trabajo de los
citados autores de aquellos que lograron la etiqueta de realismo mágico
sudamericano? Creo que ambas técnicas narrativas difieren en la preeminencia
que cada una le da al elemento “realidad” en relación con el elemento “fantasía”.
Me explico, en el realismo mágico puede acontecer que unos invitados lleguen a
una casa, llamen a la puerta, se les abra, sean conducidos al comedor donde la
familia cena, se sienten modosos y, de repente, una de las niñas de la familia
que está jugando con un salero, haga que este levite. Fácil es de imaginar la
cara de susto del personaje invitado. La madre de la criatura saldría al paso con
un comentario del tipo: «es que no hay quien pueda con esta niña», y se continuaría
con la conversación; luego marcharía cada uno a su casa y no se volvería a
hablar del asunto. Tales artes telequinésicas serían un adorno en el conjunto
de características del personaje, pero en ningún caso una peculiaridad esencial.
Es decir que, para el realismo mágico el elemento fantástico se inscribe en la
lógica y en la secuencia de lo realista, de lo cotidiano. Sirve para enriquecer
la novela, crea extrañamientos, sorpresas, giros imprevistos. ¿Qué tiene de
importante para la trama que en Macondo se vea pasar a un señor montado en una
alfombra voladora a la altura de una ventana? Nada, pero en detalles como este
radica la belleza y la originalidad de la novela.
En la que doy en llamar FANTASÍA
REALISTA, porque no hay otros vocablos que me vengan más a mano, los términos
se invierten. Se le pide al lector que acepte un contrato narrativo especialmente
gravoso, más retorcido que los habituales: se le sugiere que, durante el tiempo
que dure la lectura, crea a pies juntillas cuanto se le dice, pese a la
carencia absoluta de lógica. Se le hace penetrar en un mundo por completo
desquiciado, fantástico, surrealista; se le aconseja que se ponga cómodo y que
atienda a la función sin pensar demasiado. Ante sus ojos aparecerán
disparatadas escenas: barcos sobre nubes, ciudades levitando, trenes
ensimismados que se encarrilan por el aire, señores que nacen en la tierra como
las hortalizas, crucificados que bailan al son de un ritmo relajante, leones con
fusil saliendo de un huevo que a su vez sale de otro, cinco personajes montados
en sendas barcas que se funden en uno solo, dragones de siete cabezas con las
que puede repetir la escala musical completa e interpretar bellas habaneras
para acompañar a los barcos; ¿puede haber algo más fantástico? Este es el reino
de la más absoluta y desquiciada imaginación. Sin embargo, se le ofrece al
lector, al espectador, una coartada: el realismo, o mejor el microrealismo,
porque en la narración encontrará elementos que le serán siempre familiares,
objetos de uso cotidianos, situaciones habituales en las que su intelecto se
sentirá a gusto. Así, en el barco que navega entre las nubes los marineros se
comportarán como marineros, dirán tacos y hasta habrá un loro parlanchín, los
contramaestres impartirán sus órdenes en la jerga portuaria, los pasajeros
bailarán el vals como el lector se imagina que fue la cena en el Titanic, las
botellas de champán harán al abrirse un ¡plof! festivo y la espuma salpicará el
vestido de noche de una pasajera rubia que lo heredó de su madre, conserje de
un instituto de Alcobendas; el capitán tendrá una conversación fanfarrona con
los invitados de postín, haciendo alarde de sus aventuras náuticas y de lo poco
que le queda para jubilarse, pues los marinos pueden retirarse antes de la edad
general; en el caso del tren que circula por el cielo en raíles ensimismados,
las viajeras pueden ser un grupo de putas mulatas que se comporten como tales,
o una troup circense en la que una viejecita hable con la nieta trapecista de
la vida cotidiana, de los novios y del cuidado que tiene que tener con los hombres.
Es decir, que la fantasía más desbocada
viene acomodada en un embalaje de uso cotidiano, plagado de bolitas de
gomaespuma realistas que lo protejan para que no explote en la cabeza del
lector. Lo fantástico nos dejará sorprendidos; lo cotidiano, lo real nos
permitirá creer lo inaudito, al menos durante el tiempo que dure la lectura.
¿Cómo pinta Dalí? ¿No es disparatado
todo lo que representa, como sueños incoherentes y retorcidos? Pero, ¿por qué
su obra nos parece tan real y expresiva? Por el detalle. El detalle pictórico
de unos músculos de corte buonarotiano, de un rostro femenino armonioso, de
unas escaleras en caracol en las que se aprecia la veta de la madera, de un avión
con su estela, de unos dedos grandes, con uñas más grandes aún, pero perfectas,
que dan al conjunto un aspecto creíble, real, por muy disparatado que parezca
el tema de la obra. ¿Y si pensamos en cine? En la película española «Amanece,
que no es poco», por ejemplo, lo exuberante, lo inaceptable, lo imposible se ve
convalidado, se hace creíble, mediante el recurso al insuperable cemento
argumental que es el sentido del humor.
Daniel Ferreras Saboye diferencia entre
lo insólito, lo fantástico y lo maravilloso. El primer grupo se refiere a narraciones
sobre fenómenos que parecen en un principio inexplicables, pero que luego se
aclaran; en él habría que incluir ciertas obras de tinte negro o policíaco. Lo
maravilloso serían los cuentos de hadas, sin más, en los que tras la resolución
del conflicto no se da explicación lógica alguna. Fantástica sería aquella
literatura que recrea un mundo aparte, que tiene una lógica interna, como las
novelas de Tolkien, pero ninguna de estas categorías nos sirven para encuadrar
las obras de Torrente o de Cunqueiro.
En la novela, en el cine, en la pintura
que participan de los principios de la FANTASÍA REALISTA, el espectador no debe
esperar una explicación racional; se le proporciona, sin embargo un ambiente
estético cerrado, en un mundo paralelo del real en el que todo lo exuberante
encontrará su acomodo. Para decirlo de forma gráfica: en una obra de Torrente,
de Cunqueiro, en una pintura de Dalí o en una película de Monty Python, un elfo
puede ser utilizado como personaje, pero lo vestirán con corbata y lo harán
tomarse una horchata en el Retiro.
Perfecta la explicación. G T Ballester consigue q lo fantastico sea verosimil. Sabemos q es mentira pero nos lo creemos como lectores.
ResponderEliminarGrr que rabia, pensaba acuñar el término. Por lo que he entendido de tu publicacion. Fantasía realista seria la inversión de realismo fantástico (no solo en los terminos).¿No?
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