sábado, 14 de junio de 2014

DE CÓMO EL PCE SE CARGÓ TODA UNA PROMETEDORA CORRIENTE LITERARIA ESPAÑOLA EN LOS AÑOS SESENTA.

         Es altamente improbable que alguien pueda llegar a preguntarse por qué no hay en España auténticos representantes de la llamada noveau roman, corriente conocida en su vertiente cinematográfica como escuela de la mirada, noveau vogue, o al menos por completo desconocidos al día de hoy. La respuesta hay que encontrarla en una peripecia tragicómica en la que se mezcla la política, la envidia y la avaricia en los últimos tramos del franquismo. 

         Veamos: el Partido, como se llamaba entonces al PCE, había acordado la estrategia del entrismo, a todos los niveles de la vida española para luchar contra el régimen. Su nombre es indicativo de en qué consistía el plan: era cuestión de aprovechar las estructuras políticas, sindicales, eclesiales, asociativas y culturales del régimen para quebrantar, para pudrir, la estructura del mismo desde dentro. Quizá el movimiento más conocido de esta estrategia fue el copo de puestos en los sindicatos verticales; los militantes comunistas y simpatizantes recibieron la consigna de ocupar los cargos de enlaces y delegados  del sindicalismo vertical. Es, sin embargo, desconocido el mecanismo para llevar a cabo esta consigna en el mundo de la literatura.
Para comprenderlo, es preciso saber que en el último tercio de la dictadura, la censura se había centrado, de forma obsesiva, en todo lo referente al sexo, sin preocuparse demasiado en revisar tendencias literarias de corte social, siempre y cuando los autores no tuviesen la impertinencia de hablar de sindicatos concretos, de causas de la miseria generalizada, o de poner en solfa al régimen de manera sesgada.
Así, se permitió la corriente hiperrealista conocida como tremendismo, estrenada con La familia de Pascual Duarte, de Cela, o los cuentos y novelas de Ignacio Aldecoa, obras de indudable calidad literaria y estética que estrenaron un nuevo camino en nuestras letras, aunque basado en el realismo más puro. Por esta puerta abierta se coló el Partido con su entrismo. Hay que recordar que por aquellos años, los sesenta, en Francia se estaban produciendo fenómenos literarios de gran calado: resplandecía el existencialismo y surgió la noveau roman, como reacción a este, una forma de novelar basada en el detalle descriptivo, en los objetos, y en una ruptura de la estructura tradicional de la novela, con la desaparición del personaje, el uso de la intertextualidad, la metanarración, el exhibicionismo formal, todo muy alejado del decimonónico estilo narrativo que imperaba en España. Estas tendencias humanistas rompieron los últimos moldes del realismo social soviético, escuela que, nacida en la URSS se había extendido con fuerza por occidente. Cercanos al sesenta y ocho, los intelectuales comunistas se adscribieron a estas nuevas tendencias francesas y al experimentalismo de los Joyce, los Faulkner, las Wolf.
Pero los dirigentes del Partido Comunista de España no debían de ser gentes avezadas en distingos literarios, o lo que es más probable, les importaba muy poco que los intelectuales españoles pudieran adscribirse a esas nuevas tendencias narrativas. Ellos habían visto que la censura callaba cuando se introducían temas de corte realista sobrecargado y de trasfondo social y por tal rendija intentaron colarse: establecieron, acordaron, impusieron el modelo del realismo social como progresista y, todo lo que quedase fuera de esa línea literaria, sería reprobado como profranquista o, al menos, como poco comprometido.
¿Pero cómo se las apañó el PCE para imponer su ley? Fue relativamente sencillo. El Partido inspiraba toda la resistencia contra el franquismo —era la única fuerza opositora real—, y su ideología respecto a la novela social caló en las direcciones de varias editoriales, entre las que se encontraba Seix Barral, dirigida por Carlos Barral, aquella que rechazó en 1967 la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. ¿Cómo se iba a publicar aquella sarta de tontadas fantásticas: una saga en la que había terratenientes en formación, ciudades imaginarias, gitanos volando en alfombras, gentes con poderes paranormales, un derroche imaginativo gratuito y sospechoso? No podía permitirse, aquello era pura basura pequeñoburguesa, muy alejada del canon pecero. Como se ve, no sólo no se recibía la corriente literaria moderna venida de Europa, sino que también se vetaba el inicio del llamado boom latinoamericano para concentrar la narrativa patria en obras de alpargata y trasfondo social, de una muy leve capacidad de enganche al lector harto de las miserias cotidianas, necesitado de alicientes más vitales, más imaginativos, novedosos. Se prefirieron a autores como Armando López Salinas, con obras como La mina, o como Antonio Ferres, con La piqueta, o como Juan García Hortelano con Tormenta de verano,  a la exquisita prosa de García Márquez y su fantasía desbordante. No es que estos autores fueran comunistas, en absoluto, sino que respondían al canon que se había impuesto, inspirados en la doctrina pecera: escribid como realistas puros y duros, que algo quedará y en algo se quebrantará la maquinaria del régimen; esa era la consigna.
         Por aquella época había un grupo de escritores españoles que, pese a la tendencia realista imperante, hicieron el esfuerzo por recibir las enriquecidas corrientes literarias europeas. Se podría clasificar a estos autores en dos grandes grupos: los que marchaban por libre, auténticos francotiradores geniales de la cultura, como Gonzalo Torrente Ballester, Álvaro Cunqueiro, Juan Goytisolo, Luis Martín Santos, Jesús Fernández Santos y Rafael Sánchez Ferlosio, y los que se agruparon en torno a un proyecto común que se dio en llamar novela metafísica, encabezado por Andrés Bosch, Carlos Rojas y Manuel García Viñó. Precisamente, llegado ese año crucial de 1967, en el que se rechazó la obra de García Márquez, este último, García Viñó, publicó un polémico libro académico que tenía por título: Novela española actual, en el que se denunciaba la carencia de valores estéticos de la llamada novela realista social imperante en aquellos tiempos. No se lo perdonaron los bien pensantes críticos, editores y culturizados de la época, ni a Viñó, ni a los de su grupo; era todo un atrevimiento que unos colaboracionistas, como los consideraban quienes no veían más que blanco blanco, negro negro, pusieran en solfa la obra con la que tanto bien se estaba haciendo en la conformación de la ideología de las masas: el realismo social. No los consideraban porque publicaban en la editorial Guadarrama, dirigida por Vintila Horia. Era este un original personaje, el típico intelectual del régimen, que sí los había y de no poca calidad, conocedor de las vanguardias literarias, viajado y leído, de enorme cultura y origen rumano que se puso al servicio del franquismo desde los primeros tiempos del régimen. ¿Por qué publicaron en Guadarrama? Porque nadie más quería hacerse cargo de su obra, tan alejada de los cánones peceros; no iban a tener más chance que la obra del que luego fue el Gran Gabo. Sin embargo, fue suficiente el delito para condenar al ostracismo a tan molestos testigos de lo que estaba sucediendo en nuestra literatura.
Obras como La revuelta, de Bosch; Los días del odio, de Alfonso Albalá; Auto de fe, de Carlos Rojas o El escorpión, de Manuel García Viñó, pasaron inadvertidas pese a que Auto de fe ganara el Premio Nacional de Literatura en 1968 y, en 1958 Bosch el Planeta por La noche, paradójicamente una de sus obras menos brillantes.  Los tres eran escritores de raza, infinitamente superiores a la mediocridad realista imperante en la época, pero fueron silenciados por la crítica, y relegados al ostracismo literario. Quizá el más, digamos represaliado, fue Manuel García Viñó, sevillano combativo que no se callaba por nada del mundo. De ellos el que más relevancia tuvo fue Carlos Rojas, con obras que gustaron mucho en la posterior época de la transición: Memorias inéditas de José Antonio Primo de Rivera, que ganó el prestigioso premio Ateneo de Sevilla, y El ingenioso hidalgo Federico García Lorca desciende a los infiernos, por el que le concedieron el Premio Nadal, cuando aún este premio significaba algo. En conjunto, sin embargo, a estos escritores les tocó una segunda o tercera presencia en el panorama literario español, pese a ser los receptores directos de la Noveau Roman,  de la Escuela de la Mirada.
La novela La revuelta, de Andrés Bosch es, en la novelística española, la muestra más clara de esta tendencia literaria de vanguardia europea; ¿quién se acuerda hoy de esta obra?, ¿en qué tratado de literatura aparece referenciada? Así se escribe la historia, condenados porque publicaron con Vintila Horia y no respondían al canon imperante del culturetismo al uso.
         Pero el canon cayó porque no era rentable. Tras el éxito de García Márquez, en Seix Barral debieron de hacer números y llegaron a la conclusión de que el realismo social aburría hasta a las piedras y que el público quería hacer uso de su imaginación. Así que fueron donde el brillante Gabriel y le pidieron algo para publicar. El colombiano, campechanote, se dijo que ¡pelillos a la mar! y les dio el manuscrito La increíble y triste historia de la cándida Ernendira y de su abuela desalmada, con el que se abrió la veda al realismo mágico en nuestra amada tierra de garbanzos, lo cual fue un gran impulso a nuestras letras, pero los que ya habían sido marginados, lo fueron para siempre jamás, por haber tenido el atrevimiento de publicar con Vintila Horia, los cuales, con la honrosa excepción de Rojas, se quedaron en la cuneta de la literatura, pese al extraordinario valor de su obra. Me vienen a la memoria, como literatura insuperable: Polución, La pérdida del centro o El escorpión, de Manuel García Viñó.
         Después, la historia es bien conocida, pues Carlos Barral se separó de su socio Castellet, este se quedó con Seix que luego fue absorbida por Planeta, y Carlos fundó Barral Editores que terminó quebrando. Con los albores de la democracia apareció el grupo Polanco, con Alfaguara y demás y el control de los medios progresistas y, claro, no iba a levantarse la veda respecto de unos autores que habían sido tachados, tiempo atrás, como detestables autores afines al régimens; ya se sabe que este es el país del marchamo y la clasificación, pues fueron muchos los siglos reivindicándonos los unos frente a los otros como cristianos viejos.


Para colmo, Manuel García Viñó se constituyó en cruzado contra la industria cultural basura potenciada por Planeta y Polanco, a través de la publicación periódica: La Fiera Literaria, un instrumento de guerra psicológica contra los autores potenciados por la industria cultural, y elevados a las más altas dignidades de la jerarquía literaria patria, con lo que se ganó la enemistad eterna de los más grandes agentes de la cultura mercantilizada.

         Esta es la breve historia de cómo una corriente literaria española de extraordinaria calidad técnica, de depurada capacidad artística y de altísimo nivel literario, representante en España de la prestigiosa Noveau Roman francesa, pasó al ostracismo más absoluto y al olvido. Quizá, en un futuro, algún sabio curioso rebuscará entre archivos y obras despeluchadas, aquellas que sobrevivan a la informatización inconsciente, y sacará a la luz los talentos olvidados de nuestros maestros: Carlos Rojas, Andrés Bosch y Manuel García Viñó. Con este último, fallecido recientemente, marchó la memoria de aquellos tiempos turbulentos de los que fue testigo de excepción. Los que hemos tenido oportunidad de leer y estudiar su obra, no lo olvidaremos jamás, como tampoco a sus dos compañeros, Carlos Rojas y Andrés Bosch, mártires todos de la industria cultural embrutecedora.

2 comentarios:

  1. Lo compartí en Facebook y me dan esta respuesta:

    Fernando Sánchez Ortiz:
    Un poco sesgado. Sin negar la influencia y la capacidad de manejo del PCE de los intelectuales "pequeñoburgueses" al servicio de sus fines, creo que se pasan por alto muchos factores. Una cosa son las pretensiones del Comité Central -que las tenía- y otra distinta es su poder para imponerlas. Atribuir tal control sobre un panorama literario tan dependiente del estado franquista como del capital franquista equivale, en la práctica, a que el PCE ejercía como una suerte de gobierno en la sombra. Y no.

    Así, para confirmar una explicación unívoca, se emplean ejemplos que caen por su propio peso a poco que uno se detenga a pensarlos. Cien años de soledad no fue rechazada por una sola editorial sino por ciento. Aquí y en el mundo entero. ¿Fue por un veto comunista o influyeron razones -de novedad, de público, de mercado...- más allá de la voluntad de Carrillo y su banda? Lo mismo García Márquez era mil veces más subversivo, de cara al franquismo, que todo el realismo junto.. De la misma manera, Viñals pudo ser un margi pero Carlos Rojas no puede decirse que fuera precisamante un autor poco editado, apoyado y promocionado... Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Destruyó el PCE a los intelectuales o sólo a algunos? ¿No influirían otras razones, desde el puro juicio literario y de mercado hasta las habilidades sociales? Me parece que el autor tiene una tesis fijas y utiliza a su antojo los ejemplos que sirven para cimentarla. Pero hasta los mismos ejemplos que exhibe servirían para contradecir lo que dice.

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  2. ¿Sesgado? No digo que no, pero la influencia del Partido no estaba en las decisiones de Comité Central, sino en que era un referente social único para quienes nos oponíamos al franquismo. Bastaba una palabra, una actitud, una consigna, para que se multiplicara su resonancia; no había más. Y el "entrismo" era la gran consigna del PCE en aquellos tiempos, muy acertada, por cierto, en niveles como el sindical. En el cultural, sin embargo, creó opinión bien pensante de izquierdas que perduró el el tiempo de forma nociva y que coartó la creatividad. Si Carlos Rojas salió adelante fue porque tuvo la genialidad de adaptarse a los tiempos sin perder su originalidad como escritor vanguardista. ¿Quién no recuerda su obra "por qué perdimos la guerra"? Creo que todos los viejos izquierdistas la leímos en aquellos años, pero no fue ponderado en el grado que merecía, como tampoco lo fue Torrente Ballester, la pluma más genial, según mi opinión, desde Cervantes. En este sentido, sí sufrió Rojas también una gran discriminación. En fin, podríamos eternizarnos con el tema. Un saludo.

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