Es altamente improbable que alguien pueda llegar a
preguntarse por qué no hay en España auténticos representantes de la llamada noveau roman, corriente conocida en su
vertiente cinematográfica como escuela de
la mirada, noveau vogue, o al menos por completo desconocidos al día de
hoy. La respuesta hay que encontrarla en una peripecia tragicómica en la que se
mezcla la política, la envidia y la avaricia en los últimos tramos del franquismo.
Veamos: el Partido, como se llamaba entonces al PCE, había acordado la
estrategia del entrismo, a todos los
niveles de la vida española para luchar contra el régimen. Su nombre es
indicativo de en qué consistía el plan: era cuestión de aprovechar las
estructuras políticas, sindicales, eclesiales, asociativas y culturales del régimen
para quebrantar, para pudrir, la estructura del mismo desde dentro. Quizá el movimiento
más conocido de esta estrategia fue el copo de puestos en los sindicatos
verticales; los militantes comunistas y simpatizantes recibieron la consigna de
ocupar los cargos de enlaces y delegados del sindicalismo vertical. Es, sin embargo,
desconocido el mecanismo para llevar a cabo esta consigna en el mundo de la
literatura.
Para comprenderlo,
es preciso saber que en el último tercio de la dictadura, la censura se había
centrado, de forma obsesiva, en todo lo referente al sexo, sin preocuparse
demasiado en revisar tendencias literarias de corte social, siempre y cuando
los autores no tuviesen la impertinencia de hablar de sindicatos concretos, de
causas de la miseria generalizada, o de poner en solfa al régimen de manera
sesgada.
Así,
se permitió la corriente hiperrealista conocida como tremendismo, estrenada con
La familia de Pascual Duarte, de Cela, o los cuentos y novelas de Ignacio
Aldecoa, obras de indudable calidad literaria y estética que estrenaron un
nuevo camino en nuestras letras, aunque basado en el realismo más puro. Por
esta puerta abierta se coló el Partido con su entrismo. Hay que recordar que
por aquellos años, los sesenta, en Francia se estaban produciendo fenómenos
literarios de gran calado: resplandecía el existencialismo y surgió la noveau roman, como reacción a este, una
forma de novelar basada en el detalle descriptivo, en los objetos, y en una
ruptura de la estructura tradicional de la novela, con la desaparición del
personaje, el uso de la intertextualidad, la metanarración, el exhibicionismo
formal, todo muy alejado del decimonónico estilo narrativo que imperaba en
España. Estas tendencias humanistas rompieron los últimos moldes del realismo social soviético, escuela que,
nacida en la URSS se había extendido con fuerza por occidente. Cercanos al sesenta
y ocho, los intelectuales comunistas se adscribieron a estas nuevas tendencias
francesas y al experimentalismo de los Joyce, los Faulkner, las Wolf.
Pero
los dirigentes del Partido Comunista de España no debían de ser gentes avezadas
en distingos literarios, o lo que es más probable, les importaba muy poco que
los intelectuales españoles pudieran adscribirse a esas nuevas tendencias
narrativas. Ellos habían visto que la censura callaba cuando se introducían
temas de corte realista sobrecargado y de trasfondo social y por tal rendija
intentaron colarse: establecieron, acordaron, impusieron el modelo del realismo
social como progresista y, todo lo que quedase fuera de esa línea literaria,
sería reprobado como profranquista o, al menos, como poco comprometido.
¿Pero
cómo se las apañó el PCE para imponer su ley? Fue relativamente sencillo. El
Partido inspiraba toda la resistencia contra el franquismo —era la única fuerza
opositora real—, y su ideología respecto a la novela social caló en las
direcciones de varias editoriales, entre las que se encontraba Seix Barral, dirigida
por Carlos Barral, aquella que rechazó en 1967 la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García
Márquez. ¿Cómo se iba a publicar aquella sarta de tontadas fantásticas: una
saga en la que había terratenientes en formación, ciudades imaginarias, gitanos
volando en alfombras, gentes con poderes paranormales, un derroche imaginativo
gratuito y sospechoso? No podía permitirse, aquello era pura basura
pequeñoburguesa, muy alejada del canon pecero. Como se ve, no sólo no se recibía
la corriente literaria moderna venida de Europa, sino que también se vetaba el
inicio del llamado boom
latinoamericano para concentrar la narrativa patria en obras de alpargata y
trasfondo social, de una muy leve capacidad de enganche al lector harto de las
miserias cotidianas, necesitado de alicientes más vitales, más imaginativos,
novedosos. Se prefirieron a autores como Armando López Salinas, con obras como La mina, o como Antonio Ferres, con La piqueta, o como Juan García Hortelano
con Tormenta de verano, a la exquisita prosa de García Márquez y su
fantasía desbordante. No es que estos autores fueran comunistas, en absoluto,
sino que respondían al canon que se había impuesto, inspirados en la doctrina
pecera: escribid como realistas puros y duros, que algo quedará y en algo se
quebrantará la maquinaria del régimen; esa era la consigna.
Por aquella época había un grupo de escritores españoles
que, pese a la tendencia realista imperante, hicieron el esfuerzo por recibir
las enriquecidas corrientes literarias europeas. Se podría clasificar a estos
autores en dos grandes grupos: los que marchaban por libre, auténticos
francotiradores geniales de la cultura, como Gonzalo Torrente Ballester, Álvaro
Cunqueiro, Juan Goytisolo, Luis Martín Santos, Jesús Fernández Santos y Rafael
Sánchez Ferlosio, y los que se agruparon en torno a un proyecto común que se
dio en llamar novela metafísica, encabezado
por Andrés Bosch, Carlos Rojas y Manuel García Viñó. Precisamente, llegado ese
año crucial de 1967, en el que se rechazó la obra de García Márquez, este último,
García Viñó, publicó un polémico libro académico que tenía por título: Novela española actual, en el que se
denunciaba la carencia de valores estéticos de la llamada novela realista
social imperante en aquellos tiempos. No se lo perdonaron los bien pensantes críticos,
editores y culturizados de la época, ni a Viñó, ni a los de su grupo; era todo
un atrevimiento que unos colaboracionistas, como los consideraban quienes no veían
más que blanco blanco, negro negro, pusieran en solfa la obra con la que tanto
bien se estaba haciendo en la conformación de la ideología de las masas: el
realismo social. No los consideraban porque publicaban en la editorial
Guadarrama, dirigida por Vintila Horia. Era este un original personaje, el típico
intelectual del régimen, que sí los había y de no poca calidad, conocedor de
las vanguardias literarias, viajado y leído, de enorme cultura y origen rumano
que se puso al servicio del franquismo desde los primeros tiempos del régimen.
¿Por qué publicaron en Guadarrama? Porque nadie más quería hacerse cargo de su
obra, tan alejada de los cánones peceros; no iban a tener más chance que la obra del que luego fue el
Gran Gabo. Sin embargo, fue suficiente el delito para condenar al ostracismo a tan
molestos testigos de lo que estaba sucediendo en nuestra literatura.
Obras
como La revuelta, de Bosch; Los días del odio, de Alfonso Albalá; Auto de fe, de Carlos Rojas o El escorpión, de Manuel García Viñó,
pasaron inadvertidas pese a que Auto de
fe ganara el Premio Nacional de Literatura en 1968 y, en 1958 Bosch el Planeta
por La noche, paradójicamente una de
sus obras menos brillantes. Los tres
eran escritores de raza, infinitamente superiores a la mediocridad realista
imperante en la época, pero fueron silenciados por la crítica, y relegados al
ostracismo literario. Quizá el más, digamos represaliado, fue Manuel García Viñó,
sevillano combativo que no se callaba por nada del mundo. De ellos el que más
relevancia tuvo fue Carlos Rojas, con obras que gustaron mucho en la posterior época
de la transición: Memorias inéditas de
José Antonio Primo de Rivera, que ganó el prestigioso premio Ateneo de
Sevilla, y El ingenioso hidalgo Federico
García Lorca desciende a los
infiernos, por el que le concedieron el Premio Nadal, cuando aún este
premio significaba algo. En conjunto, sin embargo, a estos escritores les tocó
una segunda o tercera presencia en el panorama literario español, pese a ser
los receptores directos de la Noveau
Roman, de la Escuela de la Mirada.
La
novela La revuelta, de Andrés Bosch
es, en la novelística española, la muestra más clara de esta tendencia
literaria de vanguardia europea; ¿quién se acuerda hoy de esta obra?, ¿en qué
tratado de literatura aparece referenciada? Así se escribe la historia,
condenados porque publicaron con Vintila Horia y no respondían al canon
imperante del culturetismo al uso.
Pero el canon cayó porque no era rentable. Tras el éxito de
García Márquez, en Seix Barral debieron de hacer números y llegaron a la
conclusión de que el realismo social aburría hasta a las piedras y que el público
quería hacer uso de su imaginación. Así que fueron donde el brillante Gabriel y
le pidieron algo para publicar. El colombiano, campechanote, se dijo que
¡pelillos a la mar! y les dio el manuscrito La
increíble y triste historia de la cándida Ernendira y de su abuela desalmada,
con el que se abrió la veda al realismo mágico en nuestra amada tierra de
garbanzos, lo cual fue un gran impulso a nuestras letras, pero los que ya habían
sido marginados, lo fueron para siempre jamás, por haber tenido el atrevimiento
de publicar con Vintila Horia, los cuales, con la honrosa excepción de Rojas,
se quedaron en la cuneta de la literatura, pese al extraordinario valor de su
obra. Me vienen a la memoria, como literatura insuperable: Polución, La pérdida del centro o El escorpión, de Manuel García
Viñó.
Después, la historia es bien conocida, pues Carlos Barral se
separó de su socio Castellet, este se quedó con Seix que luego fue absorbida
por Planeta, y Carlos fundó Barral Editores que terminó quebrando. Con los
albores de la democracia apareció el grupo Polanco, con Alfaguara y demás y el
control de los medios progresistas y, claro, no iba a levantarse la veda respecto
de unos autores que habían sido tachados, tiempo atrás, como detestables autores
afines al régimens; ya se sabe que este es el país del marchamo y la
clasificación, pues fueron muchos los siglos reivindicándonos los unos frente a
los otros como cristianos viejos.
Para
colmo, Manuel García Viñó se constituyó en cruzado contra la industria cultural
basura potenciada por Planeta y Polanco, a través de la publicación periódica: La Fiera Literaria, un instrumento de
guerra psicológica contra los autores potenciados por la industria cultural, y
elevados a las más altas dignidades de la jerarquía literaria patria, con lo
que se ganó la enemistad eterna de los más grandes agentes de la cultura
mercantilizada.
Esta es la breve historia de cómo una corriente literaria
española de extraordinaria calidad técnica, de depurada capacidad artística y
de altísimo nivel literario, representante en España de la prestigiosa Noveau Roman francesa, pasó al ostracismo más absoluto y al
olvido. Quizá, en un futuro, algún sabio curioso rebuscará entre archivos y
obras despeluchadas, aquellas que sobrevivan a la informatización inconsciente,
y sacará a la luz los talentos olvidados de nuestros maestros: Carlos Rojas,
Andrés Bosch y Manuel García Viñó. Con este último, fallecido recientemente,
marchó la memoria de aquellos tiempos turbulentos de los que fue testigo de
excepción. Los que hemos tenido oportunidad de leer y estudiar su obra, no lo
olvidaremos jamás, como tampoco a sus dos compañeros, Carlos Rojas y Andrés
Bosch, mártires todos de la industria cultural embrutecedora.
Lo compartí en Facebook y me dan esta respuesta:
ResponderEliminarFernando Sánchez Ortiz:
Un poco sesgado. Sin negar la influencia y la capacidad de manejo del PCE de los intelectuales "pequeñoburgueses" al servicio de sus fines, creo que se pasan por alto muchos factores. Una cosa son las pretensiones del Comité Central -que las tenía- y otra distinta es su poder para imponerlas. Atribuir tal control sobre un panorama literario tan dependiente del estado franquista como del capital franquista equivale, en la práctica, a que el PCE ejercía como una suerte de gobierno en la sombra. Y no.
Así, para confirmar una explicación unívoca, se emplean ejemplos que caen por su propio peso a poco que uno se detenga a pensarlos. Cien años de soledad no fue rechazada por una sola editorial sino por ciento. Aquí y en el mundo entero. ¿Fue por un veto comunista o influyeron razones -de novedad, de público, de mercado...- más allá de la voluntad de Carrillo y su banda? Lo mismo García Márquez era mil veces más subversivo, de cara al franquismo, que todo el realismo junto.. De la misma manera, Viñals pudo ser un margi pero Carlos Rojas no puede decirse que fuera precisamante un autor poco editado, apoyado y promocionado... Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Destruyó el PCE a los intelectuales o sólo a algunos? ¿No influirían otras razones, desde el puro juicio literario y de mercado hasta las habilidades sociales? Me parece que el autor tiene una tesis fijas y utiliza a su antojo los ejemplos que sirven para cimentarla. Pero hasta los mismos ejemplos que exhibe servirían para contradecir lo que dice.
¿Sesgado? No digo que no, pero la influencia del Partido no estaba en las decisiones de Comité Central, sino en que era un referente social único para quienes nos oponíamos al franquismo. Bastaba una palabra, una actitud, una consigna, para que se multiplicara su resonancia; no había más. Y el "entrismo" era la gran consigna del PCE en aquellos tiempos, muy acertada, por cierto, en niveles como el sindical. En el cultural, sin embargo, creó opinión bien pensante de izquierdas que perduró el el tiempo de forma nociva y que coartó la creatividad. Si Carlos Rojas salió adelante fue porque tuvo la genialidad de adaptarse a los tiempos sin perder su originalidad como escritor vanguardista. ¿Quién no recuerda su obra "por qué perdimos la guerra"? Creo que todos los viejos izquierdistas la leímos en aquellos años, pero no fue ponderado en el grado que merecía, como tampoco lo fue Torrente Ballester, la pluma más genial, según mi opinión, desde Cervantes. En este sentido, sí sufrió Rojas también una gran discriminación. En fin, podríamos eternizarnos con el tema. Un saludo.
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