Llegados
al final de este curso académico, la LIBRERÍA KATTIGARA agradece a los alumnos que han seguido
nuestros talleres literarios durante estos nueve largos meses, su gran
constancia, y se congratula por el hecho de que hayan, de que hayamos más bien,
llegado al final con tan excelente carga de motivación.
Por
eso, para terminar, concluiremos como empezamos, hablando de la filosofía que
mueve esta iniciativa cultural de la Librería Kattigara.
Según nuestra
opinión, profunda es la enfermedad que aqueja a la literatura. Los síntomas de
tal dolencia son: se lee muy poco, se han perdido los referentes, se escribe
mucho.
Se lee
muy poco por varias razones. En primer lugar por las deficiencias del sistema
educativo consistentes, en resumen, en la abundancia de malos profesores que
forman malos alumnos que luego serán malos profesores. Hablar de crisis del
sistema educativo es hablar de la paupérrima condición técnica del profesorado,
salvo meritorias excepciones, claro; esperemos que nadie se sienta aludido. Los
profesores de calidad, que los hay, a los que conocemos, a los que admiramos, antes
de sentirse ofendidos por estas palabras, pongan la mano en el pecho y miren a su
alrededor, a sus compañeros, sean sinceros y, luego, juzguen si tenemos o no razón.
De entre los colectivos de los empleados públicos, creemos que el profesorado
es el más baqueteado por la incuria del poder, que no siente el más mínimo
interés por potenciar la cultura, en especial la cultura pública. De todos es
sabido cómo en Finlandia los profesores están tan altamente cualificados porque
están extraordinariamente incentivados. De la ausencia de tal motivación nacen
los males de la docencia y de la discencia españolas. Hay en esto, sin embargo,
un test que no falla nunca: el de preguntarse cada uno por cuántos magníficos
profesores ha tenido a lo largo de toda su vida académica. A los de cincuenta años
les bastará con los dedos de una mano; el de a cuarenta, con un par de dedos va
servido; y para quien sólo tenga treinta años, le costará recordar un solo
profesor atrayente. No nos engañemos, si no hay enseñanza de calidad, no habrá lectores
de calidad. La segunda culpable de la deficiencia lectora es la
industria de la novela. Sólo se busca la venta fácil, con lo que se ha
generalizado la novela más sencilla, inteligible por todos, estableciendo una
mediocridad baja como modelo. ¡Cortar por lo alto!, ha sido la consigna. Novelas
que en los años cincuenta se venderían en los quioscos como de mero pasatiempo y
baja calidad, son hoy cánones a imitar. Sus
autores son elevados a la altura de Cervantes, estudiados por eruditos pagados
por la maraña editorial y condecorados con los honores de la Academia. Sin
embargo, aunque la mona se vista de seda… No nos engañemos, la calidad
deficiente no se convalida con palabras rimbombantes y ponderaciones artificiales,
nacidas por el ansia de vender.
La
consecuencia de esta impostura es que la falta de calidad desanima al lector
que se ha enfrascado, inocentemente, en la lectura de un premio recomendado por
el mismísimo rey de España, con su presencia institucional en el acto de concesión
del premio trucado. Lee el humilde e ingenuo lector porque quienes le inspiran
confianza dicen que es buena literatura lo que acaba de comprar. Luego queda
decepcionado, pero cuida mucho de emitir su opinión frente a tanta
magnificencia proclamada desde tan altos púlpitos. ¿Quién es él para criticar a
tanto protoculto? El lector se cree sólo en el mundo, un bicho raro al que no
le gusta lo que, a todas luces debe de ser genial, por todo cuanto lo ponderan;
llega, en fin, a dudar de su sentido
común y, lo que es peor, a la postre deja de leer. La industria novelera,
prevalida de la infalibilidad de las técnicas de venta, mata a la gallina de
los huevos de oro: la afición por la lectura.
Estos dos fenómenos, educación deficiente y
potenciación institucional de la mala literatura, se influencian en relación
dialéctica y dan como resultado un nivel de lectura general deficiente,
acrítico, en el que la auténtica literatura, la auténtica cultura, es
considerada como marginal y, si me apuran, antisistema. Si alguien intenta
tirar de la manta y desenmascarar a los impostores se le acusará de resentido
si es escritor, de cultureta si es intelectual, de pasado de rosca si es
crítico.
Se han
perdido los referentes. Como ya no se leen los clásicos, ni a los modernistas,
ni a las vanguardias, como ya sólo se
leen obras de aventuras o realismos de cubata y botellón, de lenguaje cheli y
peripecia, que se parezcan lo más posible al cine, se ha perdido la referencia
a los autores de prestigio. La nave de la literatura circula dando tumbos, sin
rumbo ni norte. No se siente la necesidad de que el escritor pueda insertarse
en una corriente literaria, de la que extraiga dirección formal. Ya decía don Gonzalo
Torrente Ballester. que “una tradición literaria no se establece por la
comunidad de temas, sino por la evolución de las formas” (Ensayos críticos).
Quizá
haya que buscar también la causa de esta pérdida de rumbo por el hecho de que,
tras la guerra civil y la larga dictadura, se truncó la vinculación de los
autores con una tradición literaria europea. La posguerra supuso un genocidio
cultural, la ruptura de amarres con el puerto de la literatura. Los autores que, tímidamente fueron tomando
posiciones, avanzada la dictadura, resultaron ignorados por lo que luego se
convirtió en embrión de la industria de la novela. Decía Torrente Ballester que
“La crisis continua de la novela española contemporánea proviene de la carencia
de una tradición que se transmita a través de las generaciones: de ahí que el
proceso de esa novela aparezca puntuado por grandes figuras aisladas (Galdós,
Baroja, Unamuno, Ortega…), que señalan posibles caminos que nadie ha seguido”
(El problema de la novela española contemporánea), y añadía: “Incapacitados
para seguir una tradición nacional que esté además en contacto con lo que en el
resto del mundo se hace, nos queda el estilo como refugio y como defensa”. (El
Quijote como juego).
Se
escribe mucho, pero, sin educación lectora, sin referentes de valor. Se escribe
mal; se escribe pésimamente. ¿Por qué esta furia por escribir? La respuesta a
la pregunta salta a la vista: porque tenemos medios técnicos. Se produjo el gran
desarrollo de la escritura con la aparición de la imprenta que dio lugar, en
última instancia al Siglo de Oro. Se produjo otro despegue de la literatura con
la aparición de la máquina de escribir (principios del siglo pasado), que dio
lugar, en último término, a las vanguardias. Ahora tenemos el insuperable
universo de las nuevas tecnologías: ordenadores,
internet, tablets, teléfonos multifunción y dedos pulgares ultramóviles,
mutación genética a punto de ser declarada por la Unesco. Esto es lo que nos
hace escribir mucho. Pero mal por no tener habilidad lectora ni crítica, por no
disponer de referentes.
El que
escribe una novela contando su vida y aventuras, o las aventuras de su abuelo,
o las de un personaje imaginario porque le gustaron mucho las historietas de
los comics o las pelis cuando era chico… y la ve terminada… ¿Qué siente? ¿Qué se
le escapa del alma cuando pone punto final a una sus más de ochocientas páginas
de relato?: un orgullo oceánico, y con mucha razón, pues puede ser el único en
su círculo familiar y de amistades capaz de tal proeza. La heroicidad de unir
palabras durante tantas y tantas páginas puede equivaler para muchos a cruzar
el Atlántico de un salto. Igual que cuando se aprende un idioma y se dominan sus
cien primeras palabras y se está habilitado para pedir un café en un bar,
el aprendiz se siente feliz, nativo casi
del país donde se habla; de la misma forma, decimos, el que acaba una novela se
siente literato y, en muchos casos, al no tener referencia, no admite que se le
tosa de cerca. El que tal hace es un dios a los ojos de sus abuelas y tíos, que
no pasaron del uso reiterado de mil palabras en castellano durante toda su
vida. Preguntado el “escritor” sobre las lecturas que están en la base de su
obra, como sustento cultural, nos sorprendemos con la pobreza inaudita de las
mismas. Nos contaba un gran escritor ya difunto, Manuel García Viñó, nuestro
maestro, que en una ocasión fue a dar una charla a un taller literario y
preguntó a los alumnos sobre sus lecturas. Resultó que salvo dos chicas, ni uno
solo había leído El Quijote. Ninguno conocía nada de la novela picaresca y de
la gran novela del siglo XIX tenían conocimiento cero, salvo una chica que
estaba leyendo La Regenta porque le gustó mucho la serie de la tele. Sin
embargo, todos hablaban con soltura de El código da Vinci y de las obras de
Pérez Reverte, Almudena Grandes, Javier Marías. Parece ser que uno de los
chicos le dijo lo siguiente: “Yo me estoy preparando para escribir sobre el
Gran Capitán como si fuera una especie de Alatriste”. En fin, sobran los
comentarios.
¿Qué pretende KATTIGARA con
estos cursos? En primer lugar que el escritor o que el lector, no se sientan
solos, que participen de una comunidad de intereses con un punto de referencia común.
Se intenta que el escritor se sienta vinculado con la tradición literaria de
máxima calidad posible de la lengua castellana y logre escribir con más arte;
que el lector, por su parte, afine su criterio y diferencie la literatura de la
basura. Que el alumno entre en círculos de comprensión literaria cada vez más
amplios, convertirlo en un Gourmand. (Le Gourmandie es la cualidad máxima de
los bone vivant según los franceses, que saben mucho de esto.) Que el lector y
el escritor logren la habilidad suficiente para juzgar, según su criterio, es
decir, que se conviertan en buenos catadores de literatura.
En fin, sólo resta concluir
dando las gracias a los alumnos que han confiado en nosotros y pedirles, antes
de que abandonen nuestras aulas que miren por última vez al frontispicio de
esta escuela, en la que pueden leer las siguientes máximas:
1.-Hay
una ley que no admite excepciones: “No es posible escribir sin haber leído
mucho”. Garrapatear sí; escribir no.
2.-
Hay que leer porque el idioma tiene ritmo, una musicalidad interna que ha de
captarse por ósmosis, por contacto piel a piel, para poder asumir su ritmo y
crear melodías. Leer antes de escribir, mientras se escribe y después de haber
escrito.
3.- Todo
está contado ya, de alguna manera. La calidad literaria no radica en el tema,
sino en la forma; no en el qué, sino en el cómo.
Gracias
a todos por vuestra aplicación.
Escalante, 20 de junio
de 2014
Ha sido un placer haber participado en vuestros cursos
ResponderEliminarMaribel