Julio Llamazares es un autor de buena redacción y, como
vulgarmente se dice, bien leído o culto, que hace buena su profesión natural,
primaria, la de periodista. ¿Qué más puedo decir? Pues que para ser novelista
se precisa lo dicho y algo más. ¡Ay del autor cuando el lector dice; “la
verdad, qué bien escrita está esta obra”, eso significa que no deja mucho poso
en su experiencia literaria, que el autor ha buscado un justo lucimiento, pero
que no ha profundizado en el intríngulis, en el conflicto, que carece de ángel;
digo justo porque todo quisque tiene
derecho a escucharse mientras habla y a leerse con delectación.
Lo dicho viene a cuento de que he leído su novela La lluvia amarilla, que con Luna de lobos y Escenas del cine mudo constituye su creación novelística. He quedado un tanto decepcionado, pues conocía de este autor el relato de viaje Tras Os Montes, que me gustó bastante, claro que ese tipo de narraciones está más cerca del periodismo que de la novela. Trata La lluvia amarilla de un hombre solitario que vive en un pueblo perdido en algún valle pirenaico, un último mohicano que nos deja sus reflexiones sobre la vida, la soledad, sus recuerdos sobre un mundo más feliz, mientras espera a que un hipotético grupo de vecinos del pueblo cercano vaya a ver si vive aún. Hace un bonito juego de pierna con el manejo de tiempo, narración en parte en futuro, lo que le da algo de vida al relato, por lo demás soso. El título proviene del color amarillento que, con el tiempo, termina por envolver las hojas viejas, las fotos antiguas, el blanco del ojo; cae la lluvia amarilla porque la vida se acaba. No quiero ser sectario, la verdad, para evitar que me encasillen como crítico resentido, por eso debo dejar claro, ante todo, que estoy en desacuerdo con alguien que dice —lo he visto en la entrada de la novela en Wikipedia—, que parece incoherente que los profundos pensamientos del solitario vengan de un hombre de campo. ¡Qué crítica tan superficial! En ningún momento de la novela se dice que el protagonista sea personaje rústico; igualmente podría ser un profesor jubilado o un pensador retirado a la aldea para vivir de las rentas; el autor no se mete en zarandajas, por lo tanto en este aspecto, nada se le puede reprochar a Julio Llamazares. Sin embargo, sí es criticable el tipo de monólogo empleado: racional, estructurado, metódico. Esto sí que resulta poco creíble pues muestra un interior psicológico muy encorsetado en el discurso consciente, con lo que sólo se logra que el lector asista al pensamiento racional de un moribundo, cuando lo que cuadraría más a una vela que se apaga sería una estética más cercana al flujo de conciencia, sin necesidad de llegar a extremos joycianos, pero hombre, que por lo menos le funcione al solitario el mecanismo de la asociación de ideas, dejémosle un poco de espontaneidad para hacer su experiencia final más creíble. En La lluvia amarilla parece como si el narrador tuviese el guión perfectamente definido y lo ejecutase a rajatabla. La verdad, el que se queja de su soledad parece un catedrático de literatura dictando sus memorias póstumas a una secretaria. A Marguerit Yourcenar le salió bien con Memorias de Adriano, pero claro todo un señor emperador tenía mucho que contar al hipotético lector. En nuestro caso, el protagonista, Andrés, no nos puede informar más que de los sencillos pasajes de una vida ordinaria. Y una vida ordinaria es, por definición, poco atractiva, salvo que se revista la narración de una especial forma, un nivel expresivo que el autor está lejos de conseguir. No compensa la pretendida fuerza poética de las reflexiones, en ocasiones lirismo puro, pues carece de un agarre argumental atractivo y contradictorio. Se ha buscado sustituir el extrañamiento por figuras literarias, por metáforas en ristra interminable, con lo que la novela ha salido algo repolluda. Claro que sobre gustos poco se puede decir, y hay personas a las que les puede agradar, gentes que gustan del juego verbal por sí mismo, no digo que no y, en fin, ya quisieran muchos escribir como Julio Llamazares. Concluimos: quizá la corrección periodística no sea suficiente, o convalidable, con la corrección novelística, con ese arte que consiste en buscar, en generar un mundo diferente y cerrado que le sirva al lector para sentirse cómodo, aislado de lo vulgar. En el caso de La lluvia amarilla, se invita a este a dormir cómodamente entre algodones retóricos, pero no le pone la piel de gallina ni le absorbe el seso, ni le quita la tierra de debajo de los pies. En una novela hay que sorprender al lector, no discurrir de forma suave y lenta desde un principio sencillo a un final más que previsible. En fin, salvo mejor parecer, que en esto de gustos, ya se sabe…
Lo dicho viene a cuento de que he leído su novela La lluvia amarilla, que con Luna de lobos y Escenas del cine mudo constituye su creación novelística. He quedado un tanto decepcionado, pues conocía de este autor el relato de viaje Tras Os Montes, que me gustó bastante, claro que ese tipo de narraciones está más cerca del periodismo que de la novela. Trata La lluvia amarilla de un hombre solitario que vive en un pueblo perdido en algún valle pirenaico, un último mohicano que nos deja sus reflexiones sobre la vida, la soledad, sus recuerdos sobre un mundo más feliz, mientras espera a que un hipotético grupo de vecinos del pueblo cercano vaya a ver si vive aún. Hace un bonito juego de pierna con el manejo de tiempo, narración en parte en futuro, lo que le da algo de vida al relato, por lo demás soso. El título proviene del color amarillento que, con el tiempo, termina por envolver las hojas viejas, las fotos antiguas, el blanco del ojo; cae la lluvia amarilla porque la vida se acaba. No quiero ser sectario, la verdad, para evitar que me encasillen como crítico resentido, por eso debo dejar claro, ante todo, que estoy en desacuerdo con alguien que dice —lo he visto en la entrada de la novela en Wikipedia—, que parece incoherente que los profundos pensamientos del solitario vengan de un hombre de campo. ¡Qué crítica tan superficial! En ningún momento de la novela se dice que el protagonista sea personaje rústico; igualmente podría ser un profesor jubilado o un pensador retirado a la aldea para vivir de las rentas; el autor no se mete en zarandajas, por lo tanto en este aspecto, nada se le puede reprochar a Julio Llamazares. Sin embargo, sí es criticable el tipo de monólogo empleado: racional, estructurado, metódico. Esto sí que resulta poco creíble pues muestra un interior psicológico muy encorsetado en el discurso consciente, con lo que sólo se logra que el lector asista al pensamiento racional de un moribundo, cuando lo que cuadraría más a una vela que se apaga sería una estética más cercana al flujo de conciencia, sin necesidad de llegar a extremos joycianos, pero hombre, que por lo menos le funcione al solitario el mecanismo de la asociación de ideas, dejémosle un poco de espontaneidad para hacer su experiencia final más creíble. En La lluvia amarilla parece como si el narrador tuviese el guión perfectamente definido y lo ejecutase a rajatabla. La verdad, el que se queja de su soledad parece un catedrático de literatura dictando sus memorias póstumas a una secretaria. A Marguerit Yourcenar le salió bien con Memorias de Adriano, pero claro todo un señor emperador tenía mucho que contar al hipotético lector. En nuestro caso, el protagonista, Andrés, no nos puede informar más que de los sencillos pasajes de una vida ordinaria. Y una vida ordinaria es, por definición, poco atractiva, salvo que se revista la narración de una especial forma, un nivel expresivo que el autor está lejos de conseguir. No compensa la pretendida fuerza poética de las reflexiones, en ocasiones lirismo puro, pues carece de un agarre argumental atractivo y contradictorio. Se ha buscado sustituir el extrañamiento por figuras literarias, por metáforas en ristra interminable, con lo que la novela ha salido algo repolluda. Claro que sobre gustos poco se puede decir, y hay personas a las que les puede agradar, gentes que gustan del juego verbal por sí mismo, no digo que no y, en fin, ya quisieran muchos escribir como Julio Llamazares. Concluimos: quizá la corrección periodística no sea suficiente, o convalidable, con la corrección novelística, con ese arte que consiste en buscar, en generar un mundo diferente y cerrado que le sirva al lector para sentirse cómodo, aislado de lo vulgar. En el caso de La lluvia amarilla, se invita a este a dormir cómodamente entre algodones retóricos, pero no le pone la piel de gallina ni le absorbe el seso, ni le quita la tierra de debajo de los pies. En una novela hay que sorprender al lector, no discurrir de forma suave y lenta desde un principio sencillo a un final más que previsible. En fin, salvo mejor parecer, que en esto de gustos, ya se sabe…
No hay comentarios:
Publicar un comentario