lunes, 15 de marzo de 2010

Diez años después

¿Te Acuerdas de aquel 13 de octubre del año dos mil? ¿De la Primera Edición del Día de la Sidra, porque aún estaba lejos eso de celebrar la fiesta siempre el último sábado de julio? Acababais de estrenar siglo y milenio. ¿Quién te iba a decir que en ese amanecer frío y húmedo se forjaría la leyenda de la sidra de Cantabria y que vuestro pueblo se iba a convertir en la Villaviciosa de La Montaña. «¡Villaviciosa!» Sea su nombre citado con todos los respetos, aunque, quizás, con el tiempo Escalante llegue a ser, a lo mejor ya lo es, una sucursal de la patria de todas las sidras.






No cesó de diluviar durante todo el mes de agosto; septiembre no le fue a la zaga. Y aquella mañana de sábado tú estabas allí, en la plaza desierta de la Villa de Escalante. Eran las ocho de la mañana y no había un alma. Parecías desesperado e iniciaste el ritual del encendido de la pipa —Qué tiempos aquellos en los que eras un experto en ese arte, lástima que dañara tanto tu salud—. Se te acercó un individuo al que no conocías. Era un vendedor de embutidos que pretendía poner el puesto en la feria que se proyectaba para ese día. «¿Qué tal?», saludó el hombre. «Me parece que con este tiempo no nos vamos a comer un rosco». Le diste la razón y aceptaste su invitación para tomar un café en el bar Sarabia. «Esto es un desastre, amigo», le lloraste mientras llevabas a la boca el café solo con unas gotas de Veterano. «Tú no ganarás nada, y quizás te tengas que marchar, pero para mí esto es una ruina». 


Era lógica tu precaución, y comprensible que se te apagara la pipa varias veces y que te abrasaras la lengua con el café; tenías los nervios a flor de piel. Damián Cubillas y tú, que habíais invertido en la compra de quinientos vasos grabados, tendríais que responder, además, de la sidra y de toda la balumba de gastos pequeños, que eran un pico. Y la lluvia afuera que no cesaba, como la noche anterior, como el día anterior, como el verano todo.


Dan las ocho y cuarto y allí no aparece nadie; las ocho y media y nada. Llega otro vendedor y unos lagareros vascos despistados. Los invitas a tomar un café, total, de perdidos… A las nueve menos cuarto entra en el bar un espectro: un hombre larguirucho, de piernas largas, brazos largos, nariz larga y cara seria. «¡Pedro, esto es el fin!», le dices a bocajarro antes de que llegue a la barra. «¿Por qué, Javier, qué pasa?», dice el alcalde de Escalante, «¿Cómo que qué pasa?», le contestas histérico, la pieza delantera de la pipa se te cae, tropieza con tu barrigón prominente de entonces, se te quema la camisa, das un brinco. «¿Pero, no ves cómo llueve? ¡Esto hay que suspenderlo!». «Tranquilo hombre, va todo de maravilla» contesta el cachazudo alcalde, como si las carpas estuvieran montadas, los puestos instalados, las sidras en sus sitio, los mostradores forrados. «¡Nada, hombre, nada!», dice y te da un golpecito en la espalda. «¡Anda, Tazón, toma otro carajillo…! ¡O mejor, una sidra! ¡Oye, Miguel! ¿Queda algo de sidra de la que tomamos ayer? —porque él y Damián habían estado hasta las tantas libando néctar de manzana— ¡Pues venga! ¡Trae unas botellucas para acá! Fuera el aguacero y la calle desierta, y Pedro Jado, tu, el vendedor y dos vascos dale que dale a los culines, como si no fuera con vosotros la cosa.


A las diez de la mañana llega Damián Cubillas y varios del pueblo: Venancio y Juanra entre ellos —actuales líderes de la Pomológica—. Pedro se pone unos guantes de obra y marcháis tras él, se suman otros y la lluvia os da una tregua. Empieza a amanecer por Monte Hano. La plaza está llena de charcos y una cierta brisa fría poco alentadora la barre de alto a bajo. Del local de la Comisión sacáis cachivaches, carpas, tableros que harían de mesa, plásticos, cajas de sidra. En esto llega una horda de chavales vascos, los refuerzos de Usurbil que se habían quedado a dormir en el convento de las clarisas. 


Pocos meses antes, Damián Cubillas y tú estuvisteis en el Sagardo Eguna, el Día de la Sidra, en el pueblo guipuzcoano de Usurbil. Allí, tras una jornada inenarrable, plagada de peripecias que algún día contarás, os hicisteis amigos de los organizadores del evento, que llevaban veinte años montando una de las movidas sidreras más impresionantes de la cornisa cantábrica. 


A la vuelta, caísteis en Los Gallos con Pedro Jado, a la sazón recién elegido alcalde, y con otros amigos. Estaba bien avanzada la noche y regabais el marisco con buenas botellas de sidra vasca y cava francés. Con lengua de trapo, tu cuñado y tú mismo les enseñasteis a Jado y a otros amigos el «Usurbildarrak daukate sagardoa alkate». (“Los de Usurbil tenemos a la sidra por alcaldesa”, himno del Sagardo Eguna). «¡Vamos a ver, Cubillas!», dijo el alcalde. «¿Hay cojones de organizar aquí una fiesta como la de Usurbil?». «¡Mira, Pedrito!», se te adelantó Damián. «Eso lo organizamos mi cuñado y yo con un pequeño apéndice que tenemos escondido. ¿No es verdad, cuñado?» «No diré que no», contestaste. ¡Ahí empezó todo! 


Lo primero que hiciste fue ponerte en contacto con los organizadores del Sagardo Eguna para pedirles auxilio y te lo dieron, ¡vive Dios que sí! Aquí vinieron Jakoba Errekondo, Joseba Pellejero, Xabi Xoroa, Jon, Aitxiber, Killer, Chabi, Urko y otros muchos, algunos de los cuales no pasaban de los dieciséis años. Hoy aquellos chavales son los que llevan todo el peso de la fiesta de la sidra de su pueblo que va ya por la trigésima edición. 


Se presentaron en tu casa la tarde lluviosa del día anterior a la fiesta, todo estaba embarrado y el cielo desplomándose sobre vuestras cabezas. Traían sidra de su tierra, chacolí, queso, nueces, triquis y cuerpo de juerga. Os dieron casi las seis de la madrugada bebiendo. ¡Hasta el chacolí escanciasteis! Dos horas después estarías tú en la plaza del pueblo. Tan mal los viste salir, ya de madrugada, de tu casa, que ibas convencido de que no amanecerían hasta la una de la tarde; mas ahí estaban a las diez a.m. dando el callo. Os ayudaron con todo, especialmente atendieron los puestos de sidra, pues estabais muy escasos de personal en aquellos inicios. 


Antes de desmandaros en la parranda previa de confraternización, los llevaste al convento de las clarisas, donde habías reservado una habitación corrida para todos ellos. Aunque no sólo ibas al monasterio por eso, también pretendías entregar dos cajas de sidra como otros ofrecen huevos para que el santo favorezca el buen tiempo. Llovía como nunca, el Río Airón estaba a punto de desbordarse, las marismas llevaban varias semanas anegadas porque se rompió una compuerta, la cellisca era tan fuerte que permanecisteis un buen rato dentro del vehículo, sin atreveros a salir.


Las amables monjitas te agradecen el detalle en nombre de La Señora y ya de vuelta, en el coche, comentas: «Una cosa está clara», dices rotundo, «Si mañana hace buen tiempo, será un milagro más de la Virgen de la Cama». A las doce del medio día, hora en la que se tenía previsto iniciar la fiesta, asoma tímido el sol. A la una —retraso razonable por ser la primera vez que se organiza el evento—, no hay ni una nube. A las dos el sol es de justicia y dura hasta las siete u ocho de la tarde, hora en la que se acaba la fiesta. A las nueve retorna el diluvio y así se mantiene hasta bien entrado el mes de noviembre.


Ese es el origen de una gran aventura que te pesca por sorpresa: el resurgimiento de la sidra en Cantabria. La historia que sigue es bien conocida de todos: el famoso Chiringuito de la Audiencia, escuela de aficionados; la fundación de la Cofradía de la Sidra, que nace en Escalante a la sombra de la fiesta; la extensión de la idea de este tipo de eventos por toda Cantabria —hoy es el día en el que no hay fiesta popular y de prau sin sidra—; la publicación de “El Trujal”, obra en la que se recopila todo lo que se sabe de la sidra en Cantabria —que por desgracia es muy poco—; la creación del Lagar Municpal de Escalante, donde varias familias de esta humilde Villaviciosa de Cantabria, elaboran su sidra artesanal en régimen comunitario, institución única en todo el Norte; la aparición en el pueblo de Clara Carramolino, notable organizadora y nueve ediciones más del Día de la Sidra.


Es la mañana del 14 de octubre del año 2000, sobre la Plaza de la Villa aparecen los restos de la fiesta y entre las ruinas se ve una figura que trastea con botellas. No hay nadie más en la plaza. Pronto amanecerá y llegará el equipo de limpieza del Ayuntamiento a poner algo de orden en aquella marabunta. Estás separando las botellas vascas de las asturianas, labor ingrata que repetirás durante el próximo decenio en solitario. Es la hora de valorar el resultado de la primera fiesta, antes de que el cansancio te tumbe durante horas. 

Pasa una nube, la niebla del tiempo. Han transcurrido muchos años, es la mañana del domingo 26 de julio de 2009, atrás queda la décima fiesta de la sidra, con todo su trabajo de organización, y otras nueve ediciones mas, dos lustros, que se dice pronto. La plaza de la Villa parece el Campo de Agramante. Te vuelves a hacer la misma pregunta que hace diez años. ¿Ha merecido la pena? Un sí rotundo te sale de dentro, y una frase y un colofón…«¡Hasta aquí hemos llegado!» Y tras esta cordillera que acabas de pasar, ves a lo lejos otras cumbres aún más altas.

2 comentarios:

  1. Hola soy de Bilbao y paso los fines de semana y agosto en Treto. Este año me he enterado del tema de la sidra. Todos los años acudimos a Gipuzkoa a una sidrería un fin de semana y es genial. Espero pasarlo de maravilla este año en Escalante el día 31. Allí nos vemos y mucha suerte con la fiesta.

    El relato es genial. Gracias de parte de todos los vascos.

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  2. Eskalanterrak daukate sagardoa alkate! Ezkerrikazko!

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