Corría el año del Señor de
2011, hacia la primavera, cuando me presenté en Andalucía para promocionar mi
libro: "El Cartógrafo de la Reina", obra que comienza por las
declaraciones de Juan de la Cosa, mi protagonista, sobre la familia Pinzón, de
cara a formar materiales procesales para los pleitos colombinos.
A lo que iba,
que llegué a Andalucía acompañado de una tromba de agua y frío como nunca jamás
se viera por aquella latitud; era como si llevase yo la nube detrás. Tuve éxito
en Sevilla, magnífico, y en Huelva, excelente, pero en Cádiz sólo me escucharon
tres personas pues, claro, había partido, ese maldito partido del siglo que se
repite cada trimestre en esta tierra de garbanzos. Una vez terminado mi
trabajo, pasé por Palos, localidad de promisión, en la que nunca había estado,
pese a haberla descrito en mis libros, y me llegué hasta las estatuas de mis
admirados hermanos Pinzón. Arreció en ese momento el aguacero y yo en pleno
descampado. Miraba y remiraba para hacerme una composición de lugar sobre cómo
debía de haber sido el paraje en tiempos pretéritos; el agua me caía por el
rostro, mi mujer me llamaba desde el coche, pero yo aguantando, que para eso
soy de Santoña, casi, como mi protagonista, tierra umbría y húmeda por demás.
Me encaramé a la peana del monumento para mejor otear las llanuras aledañas y,
para evitar un traspié, me sujeté al bueno de Martín, creo que era él y, justo
en ese instante, ¿pueden creerme?, retumbó un trueno. Yo que, de mi natural,
aunque español, soy más bien cobarde, me despedí como pude de Martín Alonso y
de Vicenyáñez, cuyos rostros de piedra parecían burlarse, o al menos así lo
creí, como si dijesen: ¡macho, eres todo un marino... de agua dulce. Mucho
Cantábrico, galernas y tal, pero a ti querríamos haberte visto con un huracán a
la espalda! Como pueden comprender no estaba en condiciones de discutir con tan
ilustres navegantes, amigos míos como pocos, y me encerré, a todo correr,
dentro del coche. Tuve que aplicarme un pelotazo de ventolín, pues soy
asmático. Y, en fin, esa fue mi primera y última visita a Palos. Tengo que
volver con más tiempo, ahora que ya llevo tres novelas sobre el Descubrimiento
y, a lo que se sabe, no ha vuelto a llover tan copiosamente en Andalucía desde
entonces.
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