«La Villa de Escalante, un
paseo por su historia» es una obra literaria difícil de clasificar porque no es
la Historia tal y como la conocemos, una relación de hechos más o menos
sistematizados, sino un ameno recorrido, capítulo a capítulo, en formato de
artículos periodísticos, por el viejo Escalante.
La brevedad de los capítulos,
las acertadas ilustraciones, el mismo título que los encabeza las más de las
veces sorprendente, aparte del estilo narrativo, del que pronto hablaremos,
hacen que la obra se lea como se bebe un refresco en el abrasador verano, con
gusto. El estilo es el de un narrador antiguo, el de un abuelo que nos cuenta historias
a la luz de la lumbre; historias que comienzan siempre por la anécdota
personal, la propia experiencia, tan cercana a la de los oyentes. Tiene, sin
duda, esta obra histórico-periodística, mucho de narración oral y, quizá ahí
radique su encanto. Un atractivo para los escalantinos y para aquellos que no
lo son, para los que sueñan y suspiran en términos de las calles de la Villa, y
para quienes, de paso, recalan en ellas. Por supuesto, también tiene gran valor
para los historiadores, pues se sistematiza en palabras sencillas muchos
elementos dispersos que hablan sobre la Villa. La labor de documentación ha
sido ímproba, lo que no parece relacionarse, a primera vista, con el tamaño del
libro, manejable y discreto. Sin duda ha habido gran trabajo de documentación,
pues el peso de muchas horas de paciente labor se hace notar en la mayor parte
de sus capítulos. En ellos se percibe la abundancia de datos y, al tiempo, el
extraordinario esfuerzo por sintetizarlos. En tal voluntad de síntesis se
esconde otro de los valores de esta obra. Sin duda el autor estuvo tentado de
trasladar al papel la enorme documentación de que se había proveído, pero no lo
hizo así, sino que buscó el camino más difícil y profesional: sintetizó para el
lector, con gran acierto, el mar de datos que manejaba; de ahí el placer con
que se lee esta obra histórica, la gran Historia traducida a términos sencillos
para ser entendida por todos. Pero, además, el libro de Sarabia está plagado de
un elemento técnico difícil de hallar en la literatura actual; me estoy
refiriendo al «extrañamiento». La sensación de extrañeza, ese halo de misterio
que atrapa al lector, se produce cuando el autor es capaz de escribir para que
quien lo lea mire el objeto del discurso como si lo viese por primera vez. ¿Qué
me van a contar a mí de la historia de Escalante?, puede decir alguno que cree
que sabe mucho sobre su pueblo, antes de haber leído el libro; sin embargo, este
trabajo será capaz de sorprenderle, como cuando se narra la presencia de monjes
irlandeses en Baranda, o cuando se nos cuenta la curiosa leyenda sobre el
origen de la riqueza de los Escalantes santanderinos, o cuando se relacionan
mil anécdotas en el capítulo sobre la vida durante la posguerra o —para
finalizar pues la lista de sorpresas sería inagotable—, cuando se ilustra al
lector sobre Oceja, el capitán escalantino del Atlétic; ¡fíjense, un futbolista
como personaje histórico! Pues sí, ¿por qué no?; las historias minúsculas son
las células en el cuerpo de esa Historia de la que se nutren los tratados. Para
terminar, es obligado hacer una referencia al capítulo titulado, escuetamente,
«La Guerra Civil», en el que el autor se enfrenta a uno de los hechos
históricos más negros de Escalante: la enorme cantidad de muertos por la
represión de uno y otro bando en la Villa. Con habilidad, Sarabia se las apaña
para contarlo todo sin comprometer a nadie, sin citar. Setenta y siete años
son, aún, poco tiempo para que las heridas de aquella sangría cicatricen; para
hablar con desenfado sobre hechos tan luctuosos, sería preciso que transcurriesen
otros tantos años, para que lo sucedido descanse, al fin, en el panteón de lo
mítico. Sin embargo, los descendientes de los unos y los otros, tras leer «La
Villa de Escalante, un paseo por su Historia», comprenderán lo que sucedió y no
sentirán ni los odios ni los miedos que
acompañaron a sus mayores durante sus vidas; simplemente comprenderán los
hechos. En definitiva, la obra de Francisco Sarabia Lavín es todo un lujo para
Escalante.
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